ESPECTáCULOS

“Los europeos aún sufrimos el trauma espiritual de Auschwitz”

El húngaro Imre Kertész recibe hoy el Premio Nobel de Literatura, que ya agradeció con un discurso en que se confiesa “partido en dos”.

Por Miguel Mora
Desde Estocolmo

La entrevista es en el Grand Hotel de Estocolmo, donde se alojan todos los galardonados desde que existen los Premios Nobel. Dos de los amigos húngaros que lo acompañaron hasta aquí, Andrea Gabor y Paul Gerlóczy, traducen sus palabras al inglés. Por suerte, esa dificultad de comunicación no impide a Imre Kertész transmitir su gran carisma, su sabiduría profunda y humilde. Y cuando una hora después se despide con una sonrisa, resulta aún más evidente que el Nobel que recibirá hoy le hace justicia. Porque Kertész no es sólo el enorme escritor y el hombre valiente que fue perseguido por la barbarie hasta convertirse en el símbolo vivo de los horrores del fascismo y el comunismo. Además de todo eso es un tipo de una lucidez desarmante. Ese es quizás su sello: la capacidad para escapar del tópico y someter al juicio de la razón, la moral y la ironía todas las etiquetas y todas las creencias, incluso las propias.
–En su discurso de aceptación del Nobel 2001 dijo que estaba partido en dos, que no sabía si era el observador o el premiado. ¿Hoy cómo anda?
–A medias, pero contento. No estoy entero del todo, pero espero volver a estarlo pronto.
–¿Y cómo lleva todo este lío del Nobel y el éxito una persona que ha estado tanto tiempo escondida y encerrada?
–Trato de entrar en perspectiva otra vez. Pero creo que sólo estaré entero cuando vuelva a escribir mi novela. El discurso era parte de ese intento por volver a ser uno, era un reto del escritor. Lo otro que pasa estos días no son retos, son obligaciones.
–Como las entrevistas. ¿Sabe cuántas lleva ya?
–Yo no las cuento, pero Magda, mi mujer, sí, y el día siguiente a la noticia del Nobel llevaba ya 49. Así que imagínese cómo serán de profundas y de inteligentes.
–Hay gente que para no repetirse miente en las entrevistas. ¿Usted suele darse a la literatura?
–Es verdad que algunas veces resultan muy literarias, pero no porque sean ficción sino porque están llenas de significado. Pero eso era antes del Nobel, cuando tenía tiempo.
–La apelación que hizo ayer a construir una nueva cultura europea tomando Auschwitz como punto cero, como punto de partida, ¿no cree que es demasiado optimista, dado como anda el mundo en este momento?
–Bueno, no dije que fuera a cambiar, dije que, si queremos cambiar, debemos tratar de hacer eso. No me siento demasiado optimista en ese sentido, pero no hay alternativa. Si queremos sentir otra vez la creatividad y darnos un nuevo sistema de valores, que es lo que Europa ha perdido, y superar el fracaso de la cultura y de la ética, no podemos decir que no ha pasado nada. Eso sería como negar los principios de la física, decir que el mundo no se mueve. Auschwitz sucedió, y la aventura de la Revolución Francesa acaba ahí. Pero los puntos de partida nunca nacen de la nada. Y yo creo que algo ha nacido ya: el consenso de Occidente sobre la destrucción de la humanidad que suponen los totalitarismos. Ese consenso político estaba herido, roto, antes de la intervención de la OTAN en Yugoslavia. Se permitió el genocidio durante años, pero al final se actuó, se pasó a la acción. Como no soy muy optimista, ahora hace falta ver si ese consenso es serio o sólo es superficial. Y hay muchos retos en el futuro para comprobarlo.
–Pero Europa es hoy poco más que un siervo de Estados Unidos.
–Sí, de acuerdo, Europa debe ser más creativa, debe dejar de pensar en sí misma como un poder secundario. Pero eso es política cotidiana, y prefiero no entrar en eso. Soy europeo, pero un europeo al que le gusta América.
–¿Confía entonces en que Europa saldrá adelante?
–Los europeos aún vivimos un gran trauma espiritual, el trauma que viene de Auschwitz, y no creo que haya nada más traumático que reconocer que nuestra cultura está muerta. Quizá estamos en el clímax de esa crisis, pero debemos usar ese punto cero para empezar a crecer. Por la manera de reaccionar de Europa, parece que hay cierta toma de conciencia. La gran paradoja es que, desde que Europa está unida, los nacionalismos han crecido, así que debemos empezar cuanto antes. Pero todo esto me suena a profeta, mejor lo dejamos.
–Usted ha denunciado cómo el nazismo y el comunismo secuestraron el lenguaje. ¿Cree que las democracias nos lo han devuelto?
–No, sigue secuestrado. Los medios y los periódicos crean su propio lenguaje en el que el individuo está perdido. Tenemos que volver al lenguaje del individuo. En el discurso escribí que en un momento de mi vida decidí que mi única realidad era yo. Creo que todo el mundo debería tener ese momento, la libertad total de ser. Pero ahora me estoy poniendo filosófico.
–Bueno, también ha escrito que a veces le sorprende el poquísimo interés que tiene por su propio ser.
–Quizá porque siempre he vivido como un extranjero en mí mismo, siempre me han forzado a ser, o a no ser. Primero, por ser judío, me llevaron a Auschwitz. Y no fue mi elección, es evidente. Luego, bajo la dictadura comunista, viví una vida que tampoco era la mía. Aunque debo decir que fue una experiencia bastante cómoda hasta el día que elegí algo. Elegí ser libre y escribir, y ahí empezaron los problemas. Lo curioso es que el camino llevaba a Estocolmo. ¡Y eso no estaba en el contrato!
–Así que tras esas dos dictaduras acaba aterrizando en la del mercado...
–¡Sí, ahora puedo decir que he vivido bajo tres dictaduras! La nazi, la comunista y la del dinero. Y la verdad es que esta última es la más cómoda. Si miras el dinero del Nobel (un millón de euros, misma cantidad en dólares), no está mal como dictadura. Pero esto, que puede resultar gracioso, no lo es tanto si piensas en las presiones que los intelectuales judíos del este de Europa hemos sufrido siempre por el simple hecho de ser cosmopolitas, o simplemente por el de hablar alemán. Kakania jamás perdonó eso. A mí, la ultraderecha húngara me ha criticado por traducir a Joseph Roth. Como en su día criticaron a Kafka, a Celan, al propio Roth, todos sospechosos en sus pequeñas naciones. El Nobel, más por su dinero que por la fama que supone, es un escudo que me va a dar libertad y protección frente a esas presiones. Ahora podré hacer lo que quiera. Y esa Kakania que Musil retrató tan bien tendrá que aguantarse.
–Kafka, Roth, Musil... Esos son sus abuelos, ¿no?
–Sí, son mi tradición, mis raíces... Lo cual quizá quiera decir que un poco de presión siempre es buena para el espíritu. Aunque es verdad que desde que vivo en democracia puedo pensar lo que quiero, la verdad es que todavía pienso lo que pensaba antes. Lo que pasa es que publiqué mis pensamientos secretos sobre la dictadura en el libro Yo, otro, y ahora se habla de eso en público; es como un cotilleo, y eso le ha hecho perder poder a esas ideas.
–A mí, en cambio, me parece que siguen siendo muy poderosas.
–Bueno, no espero que le gusten a todo el mundo, porque la unanimidad siempre es sospechosa.
–¿Cree en la sinceridad como un valor literario?
–No, es que mi naturaleza es así. Quizá no soy buen actor.
–¿Y piensa seguir viviendo en Hungría?
–Sí, ya lo decidí antes del Nobel. Con la diferencia de que ahora podré moverme más. En realidad, ahora estoy viviendo como debería haber vivido alos 25 años. Pero entonces no tenía pasaporte. Y tardaron 40 años en dármelo.
–Pero seguirá escribiendo.
–A pesar de las tentaciones, no seré una celebridad. Intentaré seguir siendo un artista. Escribir me salvó la vida. Y todavía tengo algunos libros dentro por escribir.

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El Nobel dice que el dinero del premio le trae tranquiidad para escribir.
Su postura es que Europa debe construir una nueva forma de cultura.
 
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