ESPECTáCULOS

“Súper Model 2003”, las primeras bajas en una carrera algo cruel

El programa inicial de la segunda edición dio cuenta del rito de la balanza y el metro, que recordó que para modelar la voluntad no basta.

 Por Verónica Abdala

“Una actitud imponente”, “Es fundamental la altura”, “Voluminosa delantera, buena espalda y piernas interminables”. “Una cara interesante”: en un principio, todo eran incógnitas para las aspirantes a supermodelos. En total, seis mil chicas –casi el doble que el año pasado– de entre 16 y 21 años se habían inscripto en el concurso “Súper Model/2003” (miércoles a las 22, por el 13), sin tener demasiado claro cuáles eran los requisitos que deberían cumplir para iniciarse en el camino de la moda. Tras una primera selección, quedaron en carrera seiscientas. Lo que se vio el miércoles en la primera emisión fue el recorrido (en algunos casos, de miles de kilómetros) que las condujo desde sus lugares de origen al encuentro con el jurado, presidido por el empresario y representante de modelos Ricardo Piñeyro. A algunas las guiaba la intuición de que, por sus características físicas, cumplían al menos con el requisito básico, una buena imagen. Pero nada más, al margen de esa vaga certeza, y del deseo de volverse superfamosas por obra y gracia de la televisión. El programa midió 12.2 de rating.
La historia de las protagonistas del reality en su edición 2003 se inició con el ojo de las cámaras espiándolas en los ámbitos en que se mueven cotidianamente: una adolescente marcó sus reflejos en una peluquería de la provincia de La Pampa antes de emprender el viaje a la Capital, otra se paseó por la peatonal Sarmiento, en el centro de Mendoza, una tercera se despidió de su familia en Rosario. La sola presencia de las cámaras convenció a muchas de que transitaban el comienzo de algo importante (“Viví esto mismo con mi hijo, cuando se fue al seminario”, decía un abuelo emocionado mientras saludaba a su nieta desde la puerta de casa). Pero además les recordó que la pérdida de la intimidad, cuando del reality se trata, es la primera concesión que hay que hacer.
Los demás requisitos obligados, en su mayoría estéticos, fueron desgranados en boca de los mismos jurados (Ricardo Piñeyro, Matilda, la coach, la productora de modas Pupi Caramelo, y Ana Torrejón, directora de la revista Elle), en las entrevistas iniciales que se realizaron en Córdoba y Buenos Aires. Recién entonces los rostros de las chicas demostraron que empezaban a tomar conciencia del grado de rigor al que deberían someterse. Los jurados destacaron la importancia de la voluntad de trabajo y la actitud distintiva que puedan demostrar las participantes. Pero inmediatamente después de la perorata de bienvenida dieron lugar a la balanza y el centímetro, que fueron implacables. “1,66 m, no te da la altura”, anunció uno de los asistentes a una de las chicas que lo miraba incrédula. Fin del sueño, vuelta a la cruel realidad.
Otra, disconforme con la medición que le habían dado, consiguió que el mismísimo Piñeyro se acercara hasta el lugar: “1,70”, confirmó terminante éste. “¿Ahora estás conforme?” A la chica no le quedó más salida que dar media vuelta y desaparecer. “¡Peso 58 kilos, soy un chancho!”, se escandalizó una tercera, desconsolada. Las demás la miraron con íntima satisfacción, y dieron vuelta la cara. Los organizadores, que tampoco estaban allí para crear falsas expectativas, les daban ánimo sólo a las que sobresalían del resto. A las restantes que buscaban consuelo, las dejaban en manos de las madres, amigas u hermanas, como diciendo “lo que natura non da, la televisión non presta. Para ser una supermodel no alcanza con la voluntad...”
Finalmente, el jurado seleccionó en una segunda ronda, ésta sí televisada, a cincuenta chicas que pasarán a la instancia siguiente –ese número irá descendiendo hasta consagrar a la ganadora, al cabo de trece emisiones– y les advirtió que el que inician “no es un camino de rosas”. El espectador lo tenía más claro, después de haber visto la forma en que los rasgos de las chicas habían sido puntillosamente analizados en una computadora, como si fueran animales u objetos a diseccionar. De una habían destacado su boca y sus pómulos: “Me encanta”, avaló Piñeyro. Otra les había parecido petisa, pero “de buenas proporciones”. El ancho de lascaderas de una tercera fue probablemente la razón por la que quedó excluida. Tenía buenos dientes, lástima.

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La selección incluyó un análisis de los físicos por computadora.
 
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