ESPECTáCULOS
Un análisis de Frankenstein en los tiempos de las vacas clonadas
Un especial de Film & Arts investiga la vigencia del clásico de Mary Shelley, a la vez que revela sus motivaciones ocultas.
Por Silvina Friera
¿Cuál es la fórmula para que una novela de ciencia ficción, escrita en 1818 por una joven de 19 años, provoque un fenómeno singular con 120 películas filmadas en todo el mundo? Una frase de Mary Shelley, autora de Frankenstein, permite desentrañar este enigma, que Film & Arts explora en un documental homónimo sobre el monstruo, hoy a las 21 y dentro del ciclo “Perfiles”: “Me he ocupado yo misma de pensar una historia que le hablará a los misterios, a los miedos de nuestra naturaleza”. Una romántica obsesión con la muerte impregnó la gestación de este emblemático personaje literario. La promisoria escritora se fugó de su casa a los 16 años y dio a luz siete meses después a una pequeña niña prematura, que vivió apenas dos semanas. Después de esa traumática experiencia, ella soñó recurrentemente que su bebé volvía a la vida. Para alimentar más aún esta obsesión, un medio hermano de Shelley y su esposa se suicidaron. A esas muertes espantosas se sumó un dato esencial de la época: la fascinación por la electricidad, considerada hace doscientos años como un poder mágico. El público asistía a lecturas populares de científicos que experimentaban con la nueva ciencia de la electricidad.
Uno de ellos, Giovanni Aldini, juntó electrodos a varias partes del cuerpo de un criminal ejecutado en Newgate y descargó una gran corriente sobre el cadáver, con resultados realmente sorprendentes: las piernas se movían, los músculos del cuerpo se agitaban convulsivamente, el rostro exhibía muecas de furia y horribles sonrisas. Cuando la descarga se realizó sobre el nervio de la muñeca, los dedos se deslizaron rápidamente como los de un violinista. Eran acciones de una persona que parecía estar viva y que despertaba demasiado pánico y alucinación en la audiencia, al punto que algunos espectadores se retiraban y otros directamente se desmayaban. La mesa estaba servida para que Shelley, que presenció estos experimentos, cristalizara esa imagen del monstruo surgido a través de la tecnología, que se transformaría en algo incontrolable, completamente alienígena.
La interesante idea de galvanizar cuerpos como si volvieran a la vida, confirmaba la mirada de que el cuerpo humano era una máquina. Con Frankenstein se introdujo por primera vez en la cultura occidental la relación entre el hombre y las máquinas y, lo que es más dramático, la posibilidad de que las máquinas se convirtieran en humanos. El documental incluye memorables escenas del Frankenstein interpretado por Boris Karloff, con dirección de James Whale. Las facciones rígidas de Karloff, con los electrodos saliendo de su cuello, es la cara por la cual la mayoría de los estadounidenses hasta hoy identifican al popular monstruo. También hay fragmentos de la última versión, encarnada por Robert De Niro y dirigida por Kenneth Brannagh.
En el argumento de esta novela (y del documental) subyace una idea tan atractiva como arriesgada por sus consecuencias: “Tarde o temprano, la forma de engañar a la muerte será creando vida”. Para Brannagh, Frankenstein es shakespeariano en su magnificencia. “Es una tragedia que me recordó a Fausto, Macbeth y a Hamlet, un hombre que estrecha manos con el diablo y su mundo entero se derrumba como resultado de esta obsesión”, reflexiona el director. “Es la historia de un joven que, seducido por la anatomía, decide inventar una criatura humana. Pero, horrorizado por su asquerosidad, huye de la escena mientras la criatura trata de que su creador se haga responsable”.
Para ilustrar esta sensación, nada mejor que la imagen del monstruo encarnado por De Niro interpelando a su padre, el científico Víctor Frankenstein: “Sólo me diste vida y me dejaste morir. Lo peor de todo, peor aún que ser feo y estar desfigurado, es este dolor de no tener compañía, no tengo amigos, no tengo familia”. Brannagh confiesa que cuando leyó la novela sintió que había “algo oscuro, histérico y verdaderamente horrible, en la manera en que esta pesadilla había atrapado a una chica de 19 años”. Según el director, ahora más que nunca, con los progresos en la biotecnología y la ingeniería genética, Frankenstein se está volviendo más real. “Debemos preocuparnos por la incursión tecnológica en el ser humano. Sería una locura no hacerlo”, concluye.