ECONOMíA › VUELO APLAZADO
El dólar mete miedo
Remes Lenicov lanzó su plan el domingo y,acto seguido, decretó un feriado que no se atreve a levantar. Esta secuencia es como mínimo original.
Por Julio Nudler
Es curioso, pero hasta el momento la fórmula ideada por el equipo económico para sofrenar la cotización del dólar en el mercado libre, cuando finalmente –Dios sabe qué día– se largue la carrera, consiste en restringir la oferta. Los bancos no le venderán al público y las casas de cambio no soltarán más de mil por cabeza, al menos en blanco. Cualquiera sospecharía que ésta es la mejor manera de encarecer el dólar, porque a los demandantes no los van a disuadir con dificultades prácticas. Tórridas esperas a pleno sol estival fueron soportadas por la gente para alzarse con meros 300 dólares. Ninguna incomodidad atenuará la avidez por las divisas, por lo menos mientras no haya otra alternativa para preservar el valor de la liquidez.
La extensión del feriado cambiario por dos jornadas adicionales prolonga este desconcierto de una economía sin señal de precios, que por ende se desabastece y paraliza. Es injustificable que Jorge Remes Lenicov haya anunciado el domingo un conjunto de decisiones que no estaba en condiciones de implementar de inmediato. Toda la historia de los feriados bancarios y cambiarios enseña algo diferente: se los declara para detener la tremolina, se los aprovecha para definir las medidas, se las lanza y se reabren los mercados. La originalidad de Remes consiste en seguir la secuencia inversa: clausura las ventanillas después de difundir su paquete. Más aún: el domingo, al comunicárselo a la población, se quejó porque el fallo anticorralito de la Corte lo había forzado a demorar un día su discurso. ¿Para qué quería pronunciarlo el sábado si, de todos modos, no hubiesen abierto bancos ni casas de cambio el lunes?
La explicación de este extraño comportamiento puede encontrarse en el obediente recorrido ministerial de la hoja de ruta señalada por el Fondo Monetario, que debería culminar en la remesa, vía Federal Express o Juncadella, de algunos fajos verdes destinados a un querido ex compañero de la casa, Mario Blejer, por esas cuestiones presidente hoy del BCRA. La última ficha de este ludo fue posada ayer en el tablero con la entrega del proyecto presupuestario en el Parlamento. Pero esto sugiere que Economía y el Banco Central no se animan a reabrir el tráfico cambiario –y sobre todo tampoco el bancario, que a través del drenaje del corralito le inyectará demanda al dólar– porque no tienen divisas para atajar el barrilete.
En teoría, las reservas son tantas y los pesos tan pocos (en términos dólar) que el Gobierno podría defender por cierto tiempo cualquier paridad que se le ocurra, incluso una de 1,40. Pero en lugar de jugarse a un número, como éste o algo superior, para darle una referencia y ancla al sistema de precios, destrabando así la economía, la conducción económica opta por el misterio: la cotización buscada del dólar libre, que se orientará a través de la flotación sucia, es un secreto sólo compartido por Remes y Blejer. Tal vez fuera mejor que los operadores supieran qué dólar calcular, porque de otro modo nadie quiere vender ni comprar, producir ni consumir. La incógnita profundiza la depresión. Pero parece que el miedo a que la plaza les tuerza el brazo induce al elenco de Eduardo Duhalde a jugar a las escondidas con el país.
El otro juego al que se muestran adictos es el de la no inflación. Por propia iniciativa, sin que nadie los obligara, los hombres de Remes llevaron el piso del dólar a 1,40, quizá para contentar a José Ignacio de Mendiguren, con lo cual el libre voló a partir de ese umbral. No obstante, lograron que las privatizadas dejasen invariadas las tarifas, pero frenando en seco sus planes de inversión, con lo que echaron otro baldazo de recesión sobre la economía. Todo esto quizá sirva para demorar el momento en que los trabajadores, a pesar de vivir sobre islotes de empleo rodeados de un mar de desocupación, empiecen a reclamar reajustes salariales. Por de pronto, y con derroche de voluntarismo, no obstando la maxidevaluación el Estado se muestra resuelto a no aplicar el impuesto inflacionario, prometiendo reducir 70 por ciento el déficit –no se sabe cómo– y monetizar apenas un tercio de ese desbalance. Pero la probabilidad de cumplir estos propósitos será inversamente proporcional a la cotización del dólar. Traspasado cierto límite, que no podrá estar muy por encima de 1,70 por billete, todo el programa crujirá. Habrá que ver, además, cuánto por arriba del libre cotizará el paralelo, por el que se canalizarán al menos parte de las operaciones financieras, para las cuales se creó un canal rojo de autorización previa. Toda transacción ilegal -por ejemplo, adquirir más de mil dólares en una casa de cambio– cargará con el sobreprecio de lo prohibido.
Según vienen los números de Hacienda, las proyecciones para el primer trimestre predicen un déficit del Tesoro Nacional de unos 1800 millones de pesos, que dejaría un margen algo inferior a los 1200 millones en los restantes nueve meses para cumplir la meta anual. Estas incongruencias suelen resolverse del mismo modo: con previsiones optimistas sobre el repunte de la actividad económica. Siempre se hace igual y, por alguna inextricable razón, nunca funciona. Será que el propio ajuste presupuestario es el que ocasiona el fracaso de las esperanzas de reactivación.
Quizá lo más práctico para moderar la fiebre del dólar fuese crear alguna opción financiera. Como están los ánimos, quizás alguien se arriesgara a llevar algunos pesos frescos a un banco para colocar a plazo fijo si la tasa fuese suculenta, pero nunca a más de 7 o 15 días. ¿Quién tomaría esa plata en la otra punta? Hay un único cliente fija: Oscar Lamberto, secretario de Hacienda. No pocos intuyen que se rearmará, de alguna manera, la vieja timba cortoplacista, con el Estado como tomador. Es que al público no se lo convencerá de quedarse en pesos ni con decretos ni con serenos discursos.