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En los antípodas de una Europa cada vez menos tolerante y más indiferente hacia los sufrimientos del mundo exterior, el director suizo Nino Jacusso se interiorizó de la tragedia del pueblo kurdo, conversó largamente con grupos de refugiados en su país, y convenció a varios de ellos para que representaran frente a una cámara de video digital algunas de sus experiencias de persecución y lucha por conseguir asilo en una tierra extraña. A partir de esa modalidad de trabajo, que el propio Jacusso llama, un tanto pomposamente, real acting –que existe en el cine por lo menos desde Nanuk el esquimal (1922), de Robert Flaherty, y que en los últimos años los cineastas iraníes afinaron hasta la perfección–, concibió este Escape al paraíso, un film sin duda noble, evidentemente solidario para con sus personajes y tan bien intencionado como pobre en su formulación cinematográfica.
Después de haber sido perseguidos y torturados en Turquía, Sehmuz, su esposa y sus tres hijos, todos de origen kurdo, llegan (nunca se explica bien cómo) a un centro de asilo en Suiza, que comparten con refugiados políticos de Africa, Europa del este y América latina, toda una diáspora de pueblos fugitivos. Allí, sin embargo, para ganarse un lugar en el cielo, deberán pasar primero por el purgatorio y probar ante las autoridades su historia. Temerosos y mal aconsejados, caen en la tentación de inventar un relato que parezca más real, cuando el auténtico es mucho más dramático. Ese es el núcleo de un film simple, que se pretende humanista, pero que no deja de evidenciar cierto paternalismo en su mirada de la familia kurda y un mal disimulado orgullo por ese paraíso llamado Suiza.



(Escape to Paradise) Suiza, 2001.
Dirección y guión: Nino Jacusso.
Fotografía: Marianne Eggenberger.
Música: Pedro Haldeman, Ben Jeger.
Intérpretes: Düzgün Ayhan, Fidan Firat, Hasret Yeniyol, Onur Vurucu, Gizem Ayhan, Kazimet Firat.
Estreno de ayer en los cines Village Recoleta, Cosmos y otros.