ESPECTáCULOS › EL UNIVERSO DE LA CADENA DE NOTICIAS AL JAZEERA
¿Una CNN del mundo árabe?
La cadena se ha convertido en una usina clave para la obtención de información no manipulada sobre la invasión a Irak
Por Julián Gorodischer
Se ve a un niño decapitado tras el ataque a Basora, ciudades arrasadas por los misiles, rostros y cuerpos de soldados estadounidenses tomados como rehenes. En sus emisiones diarias, Al Jazeera parece la antítesis de la cadena de Ted Turner: muestra una guerra cruenta y temible, sus víctimas, la ciudad milenaria destruida en contraste con el esterilizado paisaje de las transmisiones estadounidenses. Acusada de violar la Convención de Ginebra (al exponer prisioneros “a la curiosidad”), expulsada (esta semana) de la Bolsa de Nueva York, boicoteada en sus sitios de Internet –inaccesibles– e incluso bombardeada durante la invasión a Afganistán, la cadena árabe respondió, a través de su vocero Jihad Ballout, a la agencia Reuters: “Nosotros no fabricamos las imágenes, están allí. Es nuestra obligación mostrar la guerra en todos sus ángulos”. Si la CNN argumenta que su transmisión edulcorada desde el frente es “una muestra de responsabilidad”, Al Jazeera editorializa con sus primeros planos: imagen de la víctima como “fidelidad a los hechos”. Al Jazeera, queda claro, encabeza lo que su jefa de redacción Dima Jatib denomina “una revolución tranquila y paulatina”. Educada en Suiza y de vuelta en Qatar para ejercer una militancia por la libertad de información (como tantos en el plantel de 700 periodistas), Jatib asegura que “no existe lo demasiado fuerte, es información y debe ser televisada”. No está hablando de matices, de tonalidades: la diferencia entre CNN y Al Jazeera es abismal. La guerra de CNN, casi un reality desde la trinchera, “conociendo al soldado Miranda” (según tituló CNN en Español un informe reciente), es el acompañamiento a la tropa, la crónica de la agresión “quirúrgica” y la enumeración de impactos “inteligentes”, la muerte dicha en eufemismos. Es, también, la prioridad al discurso aliado, provenga de Bush, de Tony Blair o del secretario de Defensa Donald Rumsfeld.
“Nosotros mostramos noticias, no tenemos una agenda”, dijo el editor de noticias Saeed al Shouli. Esa postura editorial (material poco editado, mucho “efecto bruto desde el lugar de los hechos”, poca opinión) es la marca de la señal desde que empezó a emitirse en 1996, fundada por un monarca absoluto, el emir Hamad Al Thani. La intención fue proveer una red de información local al mundo árabe, hablada en árabe clásico, que empezó lentamente a occidentalizar la cobertura de noticias. Hoy su sitio de Internet está bloqueado, según Lycos porque al contener fotos de los soldados rehenes fue el motor de búsqueda más solicitado (tres veces más que cualquier otro). Pero fuentes de la cadena apuntan otros dardos. El gerente de tecnología de información de Al Jazeera, Salah Al Seddiqui, sospecha de ciberintrusos “de proveniencia incierta”, e hizo pública la decisión de “trasladar los servidores desde Estados Unidos a Europa”.
Ningún servicio de cable en Estados Unidos, y tampoco en la Argentina, provee a la señal que puede dar sorpresas: hacer decir el número de bajas estadounidenses a un general iraquí, enviar un mensaje de los prisioneros o exponer al niño decapitado en primer plano. Lo que quedaba (ver las fotos en Internet) parece ser el último blanco de la censura estadounidense, la caída de la web como fantasía de acceso irrestricto a la información. Novedosas tecnologías (se sospecha que desde el Pentágono) bloquearon también el diario de guerra personal de un ciudadano iraquí y hasta el de un corresponsal de la CNN que ofrecía una mirada propia sin el filtro de sus empleadores.
Después del 11 de septiembre de 2001, Al Jazeera mostró los mensajes de Osama bin Laden invocando al mundo musulmán a luchar contra Estados Unidos, y recibió bombardeos en su corresponsalía de Afganistán. Esta vez, para prevenirse, pasó las coordenadas de su centro de prensa en Bagdad al Pentágono para evitar la excusa típica: “Fue un accidente”. Recién despuéstrasladó allí a los 27 periodistas que disputan a los estadounidenses el control de la información. Por si fuera poco, la cadena no podría ser desestimada fácilmente por “hacer campaña” para Irak. Su credibilidad crece junto con sus presentadores sobrios, que no emiten opinión, y también gracias a sus noticias sobre bajas y derrotas iraquíes. Sus mujeres no se cubren de negro, se escuchan políticos opositores al gobierno e información internacional; traza un nuevo mapa y recibe golpes locales y lejanos: acusaciones de tener relaciones con Israel, la CIA, los talibanes o con Saddam Hussein. A pesar de todo, Ballout insiste: “Mostrar los muertos no es hacer terrorismo sino una forma de reclamar asistencia humanitaria”.