ESPECTáCULOS › “BOWLING FOR COLUMBINE-UNA NACION EN ARMAS”, DE MICHAEL MOORE
La cultura de la eterna violencia
Una pelìcula sobre HIJOS y el documental que acaba de ganar un Oscar –lo que le permitió a Moore definir a George Bush como “un presidente de ficción”– son las novedades de peso.
Por Luciano Monteagudo
Hacía mucho tiempo que un estreno en la cartelera de Buenos Aires no era tan oportuno. En medio de la tormenta informativa sobre la invasión a Irak y a cuatro días apenas de haber ganado el Oscar al mejor documental (en una noche que será recordada por la diatriba con la que su realizador, Michael Moore, increpó al “presidente ficticio” George W. Bush), se estrena hoy Bowling for Columbine, una película que denuncia la escalada armamentista y la cultura de la violencia en Estados Unidos.
“Era un día como cualquier otro. Todo el mundo hacía su trabajo. El cartero repartía la correspondencia, el lechero entregaba sus productos y el presidente ordenaba el bombardeo de otro país de nombre impronunciable”, dice un locutor, de voz irónicamente engolada y publicitaria, al comienzo del film. Es el 20 de abril de 1999. Esa mañana, mientras caían cientos de bombas sobre Kosovo, dos alumnos del colegio secundario Columbine, de la localidad de Littleton, estado de Colorado (donde se concentra la industria civil que aprovisiona de misiles a las fuerzas armadas estadounidenses), fueron a jugar al bowling. A la salida, pasaron por el colegio y con armas automáticas –que compraron sin mayores dificultades– mataron a doce de sus compañeros y dejaron decenas de heridos y un trauma de dimensión nacional.
¿Qué pasó realmente esa mañana? ¿Hasta qué punto están conectados todos esos hechos y lugares? Michael Moore no se detiene demasiado a analizar o profundizar esas relaciones, pero a cambio ofrece una imprecación tan eficaz como divertida sobre la pasión estadounidense por las armas. Y sus terribles consecuencias.
Su película no se propone ser precisamente estricta o demasiado rigurosa. La velocidad con que ese one-man-show que es Moore –siempre presente frente a cámara– va manejando cifras y estadísticas por momentos puede llegar a parecer parcial, o por lo menos de un uso muy sui generis. Pero su patchwork, que se vale de material de archivo, secuencias animadas e intervenciones de estilo televisivo, avanza con una fuerza irresistible. Los disparos de Moore alcanzan por igual a la clase política, a los intereses económicos, a los conglomerados de la prensa y a la sociedad estadounidense toda, en la medida en que el documentalista revela que en su propio pueblo de Michigan (donde él confiesa que aprendió a disparar desde niño) practica con rifles automáticos un grupo de hombres y mujeres comunes, como tantos, orgullosos de pertenecer a una milicia armada. “Es nuestra responsabilidad: ¿quién si no va a cuidar de nuestros hijos?”, afirma una madre, enfundada en un uniforme de fajina y con un bebé en brazos.
Moore viaja al Canadá, a ver qué sucede del otro lado de la frontera, y descubre que allí, a diferencia de Estados Unidos, donde el presidente siempre se ocupa de pedirle al Congreso más recursos para el presupuesto militar, los políticos hablan “de cosas muy extrañas”, como la educación y la salud pública. Es más, se mete en las casas de la gente sin tocar el timbre y se sorprende al encontrar las puertas siempre abiertas. Este recurso le da pie para discutir lo que en su país se ha dado en llamar “la cultura del miedo”, esa suerte de paranoia colectiva que desde el poder y a través de los medios masivos de comunicación se va inculcando en el ciudadano común, bombardeado por noticias de crímenes, plagas, virus, atentados y otros apocalipsis varios.
El bueno de Moore encuentra en ese pánico social un racismo tan manifiesto que hace que se culpe a la población negra de cuanto crimen secometa (incluidos aquellos perpetrados por blancos) y que hasta se imagine en el horizonte la proliferación de unas abejas asesinas de origen... africano. El humor es quizás el arma mejor cargada de Moore, que se vuelve menos certero cuando lo traiciona su narcisismo (es por lo menos incómodo el momento en el que se filma a sí mismo aplaudido por los sobrevivientes de la masacre de Columbine) o cuando se pone serio para enfrentar a Charlton Heston, presidente e ideólogo de la siniestra Asociación Nacional del Rifle.