EL PAíS
“Figli”, o la búsqueda sin fronteras de la identidad
Por Horacio Bernades
Desde que los hijos de desaparecidos se agruparon en un colectivo social con nombre propio (HIJOS), el cine argentino ha venido recogiendo su voz y su lucha, tanto a través del registro estrictamente documental (los casos de Historias cotidianas, Botín de guerra y la aún inédita HIJOS, el alma en dos) como de ciertos films de ficción (Vidas privadas). Tras ese hito que fue, tres años atrás, Garage Olimpo, Marco Bechis –nacido en Chile, argentino por adopción y radicado en Milán desde los tiempos de la dictadura militar– filmó en Italia Figli. Con una repercusión más alta allí que Garage Olimpo, tras cierta dilación la nueva película de Bechis se estrena en la Argentina, con el título de Figli/Hijos. El antecedente del film anterior, donde el realizador lograba reflotar el tema del terrorismo de Estado con máximo rigor y total poderío cinematográfico, hacía que las expectativas ante la nueva película –que se propone desde sus primeras imágenes como una continuidad directa de la anterior– fueran altísimas. El rigor se mantiene, así como la esencial honestidad de Bechis y su aplaudible busca de una expresión cinematográfica que esté más allá de clichés y convenciones. Sin embargo, debe decirse que el resultado termina dejando el regusto algo amargo de todo esfuerzo bien orientado, pero a la larga fallido.
Filmada en Italia y hablada en ese idioma (aunque el elenco es mayoritariamente argentino), Figli/Hijos desarrolla el tema del secuestro y apropiación de niños nacidos en cautiverio, desde el punto de vista de Javier (Carlos Echevarría, protagonista masculino de Garage Olimpo). A los veinte años, Javier vive en compañía de quienes cree sus padres (Enrique Piñeyro, que allí hacía el papel del militar, y Stefania Sandrelli, única actriz italiana del elenco). Hasta Javier llega Rosa (la debutante Julia Sarano), una chica argentina que se sabe hija de desaparecidos, y que tiene elementos suficientes para creer que aquél es el hermano mellizo que su madre (Antonella Costa, protagonista de Garage Olimpo) tuvo bajo la vigilancia de sus secuestrados, y que habría sido apropiado por un militar retirado y su esposa. En medio de la crisis de identidad a la que lo impulsa la revelación traída por Rosa, Javier –a quien su “padre”, ex miembro de la Aeronáutica con activa participación en los vuelos de la muerte, impuso la vocación de volar– pasará de la negación a la aceptación. El film termina incorporándolo al presente argentino, en una secuencia documental en la que se lo ve participando de uno de los escraches organizados por HIJOS.
Confirmando la decidida voluntad de ruptura con toda clase de clichés y golpes bajos que había mostrado en Garage Olimpo, Bechis apuesta más a la densidad dramática de cada plano que a la sobredramatización narrativa, poniendo tanto o más peso en lo no mostrado que en lo brutalmente exhibido. No necesita de los arrebatos de barbarismo de Héctor Alterio en La historia oficial (por poner un ejemplo modélico) para sugerir que el presunto “padre” de Javier es efectivamente un ex torturador y posible apropiador de bienes y personas. Le bastan su aspecto engominado, lapermanente compañía de un ovejero alemán, la lujosa morada en la que vive y sus veladas y crecientes amenazas sobre el hijo y la intrusa. Allí donde otros recurrirían a la intensificación dramática del primer plano y la música machacona, Bechis elige el camino contrario, manteniendo la cámara fija y a distancia, en medio de un silencio sólo interrumpido por la caliente percusión del grupo La Chilinga (que suele acompañar las manifestaciones de HIJOS).
Con parecido coraje estético, Bechis jamás cede al facilismo de tiempos fuertes y linealidades dramáticas, narrando la gradual toma de conciencia del protagonista mediante largos y estáticos planos-secuencia. El abismo personal y moral al que Javier inevitablemente se asoma se expresa tanto en las zonas vacías del plano, como en los bordes del océano (superficie que evoca fatalmente la del Río del Plata, donde seguramente sus padres fueron arrojados) y plataformas al límite de la nada, a las que la cámara se arrima con frecuencia. En una palabra, hay en Figli más Antonioni que Costa-Gavras. Pero el vaciamiento del plano y la interiorización del drama no deberían equivaler a la falta de crecimiento dramático, y es en ese punto donde la nueva película de Bechis defecciona, tanto por su ausencia de acontecimientos como por la inconvincente actuación de ambos protagonistas. De resultas de todo ello, Figli/Hijos queda más como un film que pudo haber sido, antes que uno plenamente logrado.