ESPECTáCULOS › GUSTAVO CERATI PRESENTO “SIEMPRE ES HOY”
El músico vivo y su búsqueda
El ex líder de Soda Stereo volvió a tocar en Buenos Aires en un repleto Luna Park, al frente de una banda con pulso rockero. Charly García y Domingo Cura fueron los grandes invitados. La gente pidió por Soda y tuvo, al menos, cuatro canciones del trío.
La estrella de rock y sus circunstancias: Gustavo Cerati, los años de Soda Stereo, sus canciones de la etapa solista, el gusto de la gente. La multitud le seguía cantando por la banda que él dio por concluida hace bastante tiempo (más que lo que la fecha 20 de septiembre de 1997 revelaría), y al mismo tiempo se iniciaba un pequeño segmento electroclash –electrónico pero con pulso rockero ochentista– que prenunció el final de su show del viernes en el Luna Park. No es la primera vez que pasaba. Cerati siempre se movió en un elegante equilibrio entre su instinto pop que alumbró algunas de las grandes canciones de la historia del rock argentino, y sus ambiciones vanguardistas, traducidas en su progresivo acercamiento a la ola electrónica desde mediados de la década pasada. Tanto Amor amarillo como Bocanada y Siempre es hoy, son prueba de esa atractiva ambigüedad que lo hacía manejarse con comodidad entre el estadio y el sótano, entre los estribillos inolvidables y el pulso instrumental de la música de máquinas. Su público fiel avaló en todos estos años esa combinación, aunque está claro adónde está el fuego. Durante “Casa” –una larga jam electrónica potenciada por la presencia de Dj Zucker–, Cerati saltaba y saltaba. El público también. Pero, claro, ellos habían ido por otra cosa. Tuvieron: “El rito”, “Secuencia inicial”, “Danza rota”, “Sobredosis de TV”. Lo suficiente para cantar por Soda, una vez más.
El ámbito del Luna Park resultó propicio, además, para la puesta en escena de una banda que, a diferencia de la que acompañó al artista durante la etapa Bocanada, mantiene firme un sonido deliberadamente rockero. En verdad, esto se corresponde con la esencia de las canciones de Siempre..., mucho más enérgicas y aptas para ámbitos de esa clase que cualquiera de las anteriores. En ese cuadro Cerati puede lucirse como notable guitarrista y cantante que es. Atrás quedó su ambición crooner –con niveles de saturación para el disco 11 episodios sinfónicos–, o al menos eso parece suceder a juzgar por lo visto el viernes por la noche. El trío de canciones elegidas para iniciar el show revela una intención así: “Amor dejarte así”, “No te creo” y “Artefacto” provocaron calor desde el comienzo mismo, con el sostén de la base rítmica Moscuzza-Nalé y los accesorios sonoros de Etcheto y Fresco. La tendencia se mantendría durante casi todo el show y así concluyó, con una poderosa versión de “Colores santos”, aquella que dio título a su ¿menospreciado? proyecto junto a Daniel Melero. Por lo demás, fueron muy festejadas –por diferentes motivos y también con distinta intensidad– las participaciones de Charly García y Domingo Cura. En el caso de García, obvio, porque se trata de... García. Su intervención al piano para “Sudestada” (tal como ocurrió en el disco) decoró una inspirada canción-antorcha. El veterano percusionista ejecutó en vivo aquello que llama la atención en “Sulky”: sus bombos se cruzaron sutilmente con programaciones y batería como si se tratara de una capa de concreto sobre otra. El efecto de la canción, especie de malambo para bombo en negra, es cuanto menos llamativo. Cada uno de estos momentos fueron, además, convenientemente acompañados por una soberbia puesta de luces y una escenografía muy Locomotion (imágenes proyectadas sobre una superficie troquelada en blanco).
Cada uno de estos detalles y acciones revelan la búsqueda en la que Gustavo Cerati parece estar embarcado desde que –sí el 20/09/97– Soda Stereo dejó de existir oficialmente. Cuesta imaginar un show suyo sin canciones de Soda, en parte porque le pertenecen y también porque el público que va a verlo las está esperando. Ese es el encanto de un show de rock tal cual presentado. No fue Bocanada y tampoco pareció ser Siempre es hoy, aquel disco que signifique el quiebre de su carrera en busca de una definitiva personalidad, más allá del glorioso pasado. ¿Corresponde esperar eso en una estrella de su tamaño, con rango bien ganado de clásico del rock & pop hecho en América latina, identificable al primer coro, al primer acorde de su guitarra? Si algo distinguió la carrera de este hombre es, justamente, un notable sentido de la ubicación para ser considerado siempre –permítase el lugar común– clásico y moderno. Lo visto y oído en la lluviosa noche porteña del viernes (Buenos Aires, humedad) afirman la impresión de una búsqueda vital.