ESPECTáCULOS › LEOPOLDO FEDERICO, FIGURA DE “POR LA VUELTA”
Cuando habla el bandoneón
Dos films argentinos encabezan las novedades: “Nadar solo”, ópera prima de Ezequiel Acuña, se propone como un epílogo para la actual generación de adolescentes de clase media, mientras que el documental de Cristian Pauls celebra a un maestro del tango.
Por Luciano Monteagudo
Con la pantalla ya en negro, mientras corren los títulos finales de Por la vuelta, el sentido documental que Cristian Pauls le dedicó a Leopoldo Federico, se escucha un diálogo revelador entre ambos. Están tarareando juntos “Cabulero”, una de las composiciones más celebradas de Federico, y el bandoneonista, con voz sobradora, interrumpe el dúo y le dice al realizador: “Che, pero vos no sabés nada de tango...”. Y Pauls le contesta: “Por eso hago la película”. De esa intimidad, de esa franqueza, de esa confianza está hecho este film singular, que asume el cine como una herramienta de conocimiento. En contra de toda noción de lugar común o registro televisivo, Por la vuelta no se propone como un efímero repaso de la vida y la obra de Federico, y mucho menos como una hagiografía. No hay nada cerrado ni definitivo en la película, salvo la certeza del impacto que produjo en el cineasta la música de Federico (“Era una experiencia física, como si de pronto pudiera decir: éste es mi hígado, acá está mi estómago, éste es mi corazón”) y la necesidad de hacer un film para intentar explicar esa revelación.
Entre la diversidad de formatos, temáticas y tendencias que enriquecen hoy el campo del cine documental, hay una corriente de films que trabaja de una manera cada vez más radicalizada utilizando un punto de vista subjetivo. Más aún, lo hacen desde la primera persona singular, como una forma de impugnar la vieja y pretendida objetividad del documental y oponerle en cambio una verdad más intensa, más personal. Este es el caso de Por la vuelta: Pauls no es solamente el realizador, el guionista, el montajista de su film, sino también quien asume el punto de vista y la voz del narrador, aquel que va desnudando su relación con el objeto de estudio y que se propone “poder ver las cosas antes que desaparezcan, mirar y guardar en la memoria aquello que en poco tiempo no será igual”.
El film está atravesado por esta preocupación por el tiempo que pasa, por las huellas que se van borrando, por un músico que parece encarnar como ninguno el puente entre la tradición y la vanguardia. Así, Por la vuelta no es solamente sobre Leopoldo Federico, sino sobre toda una genealogía del tango en general y del bandoneón en particular. “Todos somos hijos de Pichuco”, reconoce Federico, pero Pauls también lo lleva más atrás, a hablar de Eduardo Arolas, de Pedro Maffia, Pedro Láurenz y Ciriaco Ortiz. Y más adelante también, con referencias a Astor Piazzolla, Eduardo Rovira, Juan José Mosalini.
La relación con Piazzolla es particularmente rica en el film, no sólo en ese momento privilegiado en que Federico comenta una versión de “Volver” hecha a dúo entre Troilo y Astor, de la que él llegó a ser testigo en el estudio de grabación. También cuando el realizador encuentra la ríspida correspondencia entre Federico y Piazzolla, donde discuten apasionadamente los límites y las posibilidades del tango. El carácter confesional del film de Pauls le permite asumir de frente, sin rodeos, la sombra de la muerte que rondó a Federico unos años atrás y el desconcierto y el desasosiego que eso provocó en su película. Su manera de conjurar ese momento es evocar las perturbadoras imágenes nocturnas de La noche del cazador, de Charles Laughton, una cita que surge con la misma naturalidad con que aparece la música de Bach, Thelonious Monk o Lennie Tristano entreverada con el tango. Esas citas, como la película toda, parecen ir en la misma dirección de sentido que expresa Pauls cuando discute con Federico la estirpe del bandoneón: “El pasado ya no era lo que nos antecedía, sino lo que nos hacía ir para adelante”.