ESPECTáCULOS
En las antípodas de “Rebelde Way”
Dos films argentinos encabezan las novedades: “Nadar solo”, ópera prima de Ezequiel Acuña, se propone como un epílogo para la actual generación de adolescentes de clase media, mientras que el documental de Cristian Pauls celebra a un maestro del tango.
Por Martín Pérez
“Las cosas no son como quisimos”, canta Guillermo en el ensayo de la banda que tiene con Martín, su amigo de toda la vida. Que es como decir de primaria y secundaria. Martín toca la batería y cursa quinto año junto a Guillermo. También se encuentra con él antes de ir al colegio, en vez de ir en auto con su padre, como hace su hermanita menor. Y Martín y Guillermo también se ratean juntos de la escuela, hasta que finalmente serán echados del colegio, algo que tardarán en contarles a sus padres. Aquella frase de la canción que tocan en su grupo, que es en realidad una canción de su grupo preferido, no parece referirse a sus vidas. Porque para Martín y Guillermo el problema no parece ser que las cosas no son como siempre quisieron, sino que simplemente aún no saben cómo quieren que sean.
Opera prima de Ezequiel Acuña, Nadar solo es un film contemplativo y emocional, a pesar de la dificultad de Martín, su protagonista, para expresar sus sentimientos. Duda mucho, se enreda con las palabras, las repite y luego da un salto, hacia adelante o atrás en sus pensamientos, no importa. Pero baja la cabeza y se pone en marcha. Hacia un destino que aparece en el contestador automático de su casa, bajo la forma de un llamado de un viejo amigo de su hermano, que abandonó el hogar familiar dos años atrás. Junto a ese mensaje, en el contestador aparece también el llamado del colegio, pidiendo hablar con sus padres. Martín borrará ambos mensajes, pero la aparición de la memoria de su hermano es la que guiará lentamente sus pasos a través de su relajada cotiodianidad.
Querible y casi nostálgica pese a ser contemporánea –¿tan poco han cambiado las cosas en los últimos veinte años del mundo de los adolescentes de clase media?–, Nadar solo es un film sin estridencias y sin demasiados cortocircuitos generacionales. Film de iniciación con mucha sordina, la obra de Acuña es orgullosa deudora de todas las óperas primas generacionales del mejor cine de autor, desde Los 400 golpes a Rapado, aquella película que funcionó como prólogo a una década de nuevo cine argentino. A veces incluso parece una puesta al día de aquel film, con su olvidado protagonista –Ezequiel Cavia– haciendo un cameo que bien parece un velado homenaje. Y con Jaime Sin Tierra como grupo musical, reemplazando a los falsos Estrella Roja, nombre detrás del que se escondía el grupo Suárez. De hecho, si aquella película de Martín Rejtman supo ser el prólogo de la aparición en escena de una nueva generación de cineastas, Nadar solo bien podría funcionar como su epílogo. O quizá como prólogo de una nueva época, quién sabe. Lo cierto es que allí está el rock, las coincidencias y la cotidianidad al mismo tiempo, como trampa y red protectora uniendo ambos films generacionales.
Tal como sucedía en el film de Rejtman, Nadar solo apuesta a los encuentros y desencuentros entre pares y parientes para ir contando una historia que es más anécdota, y que sólo aparece paso a paso. Ese devenir va creando su propio mundo, el de Martín y sus amigos, y ese hermano al que busca encontrar cada vez más obsesivamente. Suerte de decidido anti “Rebelde Way”, tal vez tan fosilizado en sus apariencias (el uniforme, el colegio) como la creación de Cris Morena, pero decididamente en las antípodas como obra, Nadar solo —finalmente— es la clase de film que se explica a sí mismo. Como sucede con un diálogo que aparece hacia el final del film, en el que a Martín le preguntan si quiere a su hermano. “Es mi hermano”, es su lacónica respuesta, al tiempo que pregunta: “¿Me parezco a él?”. La única respuesta posible es la que escucha: que es su hermano. Lo mismo sucede con Nadar solo. Es cine. Ni más ni menos.