ESPECTáCULOS › PIPO PESCADOR Y LOS PROGRAMAS TELEVISIVOS PARA CHICOS
“Ponen una rubia nueva a cada rato”
Dice que no lo llaman de los canales porque “patea en contra”, y ve en el universo de los espectáculos infantiles dos tendencias: el consumo fácil de conductoras que “tocan de oído” y la explotación excesiva de figuras como Piñón Fijo, a quien sin embargo defiende.
Por Silvina Friera
Pipo Pescador se queda contemplando una de las fotos que está en las paredes de su camarín. La menuda y eterna niña, Sarah Bianchi, acompañada por su querido títere, “Lucecita”, sonríe junto al creador de “El auto de Papá”. “Es un ejemplo nuestra ciudadana ilustre, una mujer que le dedicó a los niños más de 60 años de su vida”, dice Pipo. No es casual que elogie a la pionera del teatro de títeres, en un momento en que muchos advenedizos “tocan de oído” en los espectáculos para chicos. “La esperanza planta un gajo pequeño en una maceta grande. A un niño hay que darle esperanza porque ellos sienten que no hay futuro, que el padre y la madre, si trabajan, están cansados y no tienen plata. Muchos chicos creen que no vale la pena crecer y esto me provoca mucha tristeza”, subraya a Página/12. Acaba de terminar la función de Pipo en vivo, que se ve en el Multiteatro (Corrientes 1283) los sábados y domingos y que en vacaciones de invierno tendrá funciones todos los días a las 15.30 y a las 17.
Después de haber conseguido que cientos de chicos cantaran la canción del “auto feo” y jugaran a manejar en las rodillas de sus padres, Pipo, sin su boina con pompón –costumbre de los paisanos entrerrianos que proviene de los vascos, según cree–, sin la escenografía de la casita de Gualeguaychú (en donde nació como Enrique Fischer), sin el acordeón y los chalecos de colores –que heredó de los alemanes del Volga por la rama paterna–, sigue siendo el mismo de siempre: campechano, gentil y locuaz, un artista que disfruta del contacto con su gente, un clásico que pretende ser un puente generacional entre padres e hijos. También en el Multiteatro, a las 15 y 16.30 (con funciones diarias a partir del 19 de julio), se presenta Teatro Chupete, con canciones y libro de Pipo (que no actúa), con la dirección de Diego Reinhold y Gastón Cerana como director asociado. Lo novedoso de esta propuesta, destinada para bebés de un año hasta chicos de seis, es que la luz de la sala permanece encendida: no hay apagones, ni nada que pueda asustar o resultar agresivo. No se usan micrófonos y todo el montaje transmite una atmósfera apacible y muy lúdica, como si padres e hijos estuvieran contenidos en una pequeña cajita. Pipo comenta que aunque escribió y cantó tangos para el público argentino, nunca consiguió que lo tomaran en serio.
–¿Por qué? ¿Se siente encasillado en el teatro infantil?
–Como siempre me dediqué con énfasis a este género, eso me generó ciertas limitaciones como artista. A María Elena Walsh la dejaron cantar “La reina batata”, “Los ejecutivos” o “Luces de varieté”, pero a mí no. Hice tangos, pero el público no respondió. Sin embargo, en Europa puedo hacer conciertos de tango sin prejuicios, porque allá no hay una predestinación tan fuerte en torno a lo que significa ser un artista infantil.
–¿Qué diferencia percibe entre sus comienzos como artista y el impulso que fue cobrando el género infantil?
–La idea de construir una carrera se fue perdiendo. A los jóvenes que tienen éxito con alguna propuesta no se les da tiempo para decantar y madurar. Esto resulta inconcebible porque un artista es una manifestación en marcha y no un proyecto cumplido. Tengo la sensación de que, como dicen los españoles, “apuran la vida de un solo trago”. Por eso insisto en que lo que yo haga para niños siempre será ingenuo. Cada día voy a ser más ingenuo, más infantil y espontáneo, más volátil e ingrávido en lo que propongo. Quiero un arte para el niño donde la realidad y la fantasía estén siempre en el borde.
–¿Por qué?
–La fórmula infantil es muy compleja y no se puede hacer si no se tiene experiencia y no se propicia un tipo de teatro en el que prevalezca la afectividad. El teatro le permite al chico encontrarse con algo que sucede en el tiempo real, un ámbito en donde no se trastroca la naturaleza ni losespacios, solamente se los optimiza en condiciones poéticas y lúdicas. Siempre apoyo a los artistas inspirados y critico duramente a la gente que toca de oído en el mundo del niño, porque le quita proteínas al género, lo vulgariza. No perdono la ligereza de aquellos artistas que hacen teatro para niños como si fuera un género menor.
–¿Se refiere a las modelos conductoras?
–En la TV ahora ponen una rubia nueva cada tres meses, a cada rato, ése es el juego. Esto es el método de suplantación de caras: la lógica de cambiar una rubia por otra, sin que ninguna de ellas se constituya en figura representativa de los niños del siglo XXI. El problema es que la TV iguala para abajo y todo se va degradando. La nueva costumbre es lanzar a los artistas, ya sea para chicos o grandes, como si fueran un champú e imponerlos a un costo de iconografía de tal magnitud, cuasi agresiva, que termina generando el efecto contrario: fastidian y saturan al espectador.
–¿Con Piñón Fijo sucede algo similar a esa saturación?
–Es cierto que Piñón no es invento de la TV, tenía una trayectoria en Córdoba. Pero cuando llegó a Buenos Aires rápidamente lo transformaron en una figura con una potencia iconográfica avasalladora. Es como si lo hubieran hecho estallar como una bomba. Mi pregunta es: ¿cómo sobrevive a esa iconografía? Aclaro que me gustaría por afecto a ese artista dulce y encantador con los niños que la prensa lo sostuviera para que pueda seguir haciendo sus espectáculos.
–¿Se siente respaldado por la TV y los medios?
–No. Ahora viene el carnaval carioca de las vacaciones de invierno, donde todos ponen sus quiosquitos. Los canales no me llaman porque yo pateo en contra, voy a ocupar el espacio publicitario de los artistas del canal que tienen espectáculos para chicos. Con la falta de apoyo de la TV, temo que llegue un momento en el que sólo pueda sobrevivir en la memoria de la gente. No quiero ser una momia, deseo perdurar en las generaciones, ser un factor de unión: que el padre que se formó con mis canciones pueda traer a su hijo a verme.