ESPECTáCULOS
Una ovación interminable para el genio de Argerich
Entre la fiesta y el concierto propiamente dicho, la apertura del festival presentó tres obras para piano y orquesta. La pianista volvió a demostrar que puede ser aún más grande que su leyenda.
Por D.F.
A mitad de camino entre la fiesta y el concierto a secas –o con mucho de ambos–, la apertura del Festival Martha Argerich de este año tuvo una característica inusual: juntar en un programa tres conciertos para piano y orquesta. Estaba previsto que, además de la obra que tocaría la gran solista que aparece como cabeza de esta semana de hiperactividad musical porteña, el ganador del concurso que también patrocina Argerich interpretaría una obra a elección. Pero los ganadores fueron dos, ambos brasileños, y los dos tocaron en la inauguración. Argerich tocó el primero de Beethoven, Sergio Monteiro el tercero de Bartók y Alexandre Dossin el Op. 54 de Schumann. El final fue con La Valse de Ravel.
Con la dirección de Charles Dutoit y ante un Teatro Colón lleno hasta el tope, la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires tuvo un desempeño de altísimo nivel, muy bien en las cuerdas, excelente en las maderas (el coral del segundo movimiento del Concierto Nº 3 de Bartók fue antológico, a pesar de algún pequeño desajuste en las entradas) y más que correcta en los bronces y percusión. Se destacó en particular el solista de clarinete, exacto en cada una de sus participaciones, con un fraseo perfecto y un timbre de gran calidez y homogeneidad. Dutoit, por su parte, fue capaz de entrar y salir en cada estilo sin resentir por ello la personalidad de sus interpretaciones. Sobre todo, manejó magistralmente los planos, logrando una integración ideal entre cada uno de los solistas de piano y la orquesta. Su sello estuvo presente en un Beethoven claro, casi transparente y con un minucioso señalamiento de los puntos de ruptura con las convenciones de la época, un Bartók lleno de fuerza e impulso y un Schumann más tenuemente poético que impactante. Martha Argerich, saludada con una ovación interminable al comienzo y otra al final, más interminable aún (más de diez minutos), volvió a ser aún más grande que su leyenda. Se sabe que toca de una manera distinta, que logra algo indefinible, cercano a la electricidad, y sin embargo, cada vez que se la escucha, se produce la sorpresa.
Su abordaje del primer concierto de Beethoven, una obra vecina al estilo de Haydn pero plagada de tensiones inesperadas (la entrada del segundo tema, en el primer movimiento), fue tan clásica y rigurosa como apasionada. Pero con una clase de pasión que nada tiene que ver con la sobreactuación o lo exagerado. Argerich parece encontrar la potencia encerrada en cada nota y en cada matiz. No necesita cambiarlos, hacer pausas donde no están ni alterar la partitura un ápice. Lo suyo es dejarse habitar por esa música compuesta hace tanto tiempo y permitir que fluya a través de su cuerpo. Monteiro mostró por su parte un Bartók energético y Dossin un Schumann quizá demasiado etéreo. El escaso tiempo de ensayo (la final del concurso fue el sábado pasado y hasta ese momento no sabían que iban a tocar ni mucho menos qué tocarían) no permite más que vislumbrar las posibilidades de dos solistas con méritos indudables. El show orquestal de La Valse, brillante y sensual, fue un digno broche para la inauguración de este festival que hoy a las 17 continúa con un concierto de cámara en el que participará, como integrante de un quinteto vocal, la cantante Verónica Cangemi (en los Valses de amor Op. 52 de Brahms) y donde Argerich tocará dos dúos de pianos. Junto a Alexander Gurnig hará la transcripciónde Mijail Pletnev de piezas de Cenicienta de Prokofiev y con Alexis Golovin interpretará la Suite Nº 2, Op. 17 de Rachmaninov. Mañana en el mismo horario la Camerata Bariloche tocará junto a Falú y luego con Mercedes Sosa, que también cantará acompañada por Martha Argerich.