ESPECTáCULOS › “EL INVASOR”, VALIOSO FILM DEL BRASILEÑO BETO BRANT

Vapores del infierno urbano

Protagonizada por Paulo Miklos, un integrante del grupo de rock Titàs, “O invasor” es un cuento moral vestido de thriller, que refleja de la manera más cruda la violencia social de San Pablo.

Por H. B.

“No invoques aquello que no puedas dominar.” Las tres películas dirigidas hasta la fecha por el paulista Beto Brant giran alrededor de esta idea absorbente. Ya en Os matadores, su ópera prima de mediados de los ‘90, las fuerzas del mal, el crimen y la disgregación tendían a imponerse. Otro tanto ocurría en la siguiente Açâo entre amigos, que en Buenos Aires se vio, como la anterior, en funciones especiales. A esas mismas potencias vuelve a convocar Brant (nacido en 1964) en El invasor, que había sido parte de la edición 2002 del Bafici porteño y resulta ahora su primera película en estrenarse comercialmente en Buenos Aires.
Lo que los protagonistas de El invasor no pueden dominar es su propia codicia y ésta terminará arrastrando al grupo de amigos a una inexorable disolución. Ex compañeros de facultad, Esteban, Iván y Gilberto son socios de una compañía constructora. Tras una disputa originada en un poco transparente arreglo de negocios, Esteban, dueño de la mayor parte de las acciones, amenaza con romper la sociedad. Entonces, el dubitativo Iván (Marco Ricca) y el despiadado Giba (Alexandre Borges) deciden deshacerse de él. Para ello contratan a un asesino a sueldo, suponiendo que así arreglarán su vida para siempre. La historia enseña, sin embargo, que cuando la sangre empieza a correr salpica a todos, y eso es lo que Iván y Gilberto comprobarán cuando ya sea demasiado tarde para arrepentirse.
Basada en una novela de Marçal Aquino, quien participó del guión de la película, El invasor es un cuento moral vestido de thriller urbano. Como toda tragedia, cuenta con un agente catalizador, que funciona como encarnación del destino que los protagonistas eligieron para sí. Se trata de Anisio (Paulo Miklos, integrante del grupo rockero Titàs), el marginal a quien Iván y Giba contratan para dar cuenta de Esteban y que opera como espejo deformante, distorsionando y aumentando enormemente las potencias que anidan en ellos. No por nada ese personaje da título a la película. En la primera escena, la cámara se pone en sus ojos, de modo de subrayar su carácter central. A partir del momento en que consuma el encargo, Anisio no hará otra cosa que avanzar sobre el mundo de sus contratistas, hasta terminar corroyéndolo por completo.
Visto durante gran parte del relato a través de los ojos de Marina –hija de la alta burguesía paulista–, Anisio resulta una figura tan amenazadora como fascinante. Que sea él quien dejó huérfana a la chica a la que seducirá dota a esa relación de un componente particularmente perverso. Tanto como la certeza, cada vez más palpable, de que ese brazo armado puede volverse incontrolable para los propios mandantes. Habla muy bien de guionistas y realizador el hecho de haber podido hacer de Anisio la encarnación de una tensión social (el lumpen que ansía poder, propiedades, sexo y familia de la burguesía) al tiempo que aparece imbuido del aura mítica que podría tener un ángel vengador.
Pero el fuerte de Brant es un estilo narrativo y visual que se caracteriza por lo crudo, urgente y a tierra, y le da al film un nervio semidocumental. La cámara en mano, una imagen “sucia” y granulosa, fotografía deliberadamente decolorada y encuadres inestables son parte esencial de ese estilo. Raps y el más violento hardcore urbano refuerzan, desde la banda sonora, la sensación de descontrol inminente. El mismo descontrol que desde un comienzo exhibe Alexandre Borges en el papel de Giba y que se va apoderando inexorablemente de Iván, a quien Marco Ricca compone de modo notable, desde un inicio asustadizo y timorato hasta el momento en que, más que víctima de una pesadilla, parece asumir definitivamente su elegida condición de victimario. En cuanto a Paulo Miklos, queda claro que, si existe algo así como un infierno urbano, Anisio es su más claro emergente, la última y más perfecta encarnación.

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Miklos y Mariana Ximenes, el victimario y la hija de la víctima, un juego de poder y seducción.
 
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