ESPECTáCULOS › “BAILANDO EN EL CEMENTERIO”, DE NICK HURRAN
Una comedia sumamente explicada
Por Martín Pérez
Cuando está dirigida por Mike Leigh, Brenda Blethyn es una actriz cuya interpretación esconde detrás de sí el patético heroísmo del ama de casa dispuesta a seguir con su vida no importa lo que suceda. Su voluntad es el reflejo de esa condena tan británica que es guardar las apariencias, y su liberación llega de la mano de un cambio de conducta, pero sin dejar de ser esencialmente ella. Pero cuando no es dirigida por Leigh, su presencia en una película parece simplemente celebrar ese patetismo de ama de casa británica como si por sí solo fuese heroico. Y, justamente, Brenda Blethyn no es dirigida por Mike Leigh en esta comedia británica romántica que para su explotación comercial local fue bautizada Bailando en el cementerio. Y, como si con ese título no alcanzara, subtitulada: “El amor nunca muere”.
Sus protagonistas son Alfred Molina y Brenda Blethyn, que encarnan a un solterón dueño de una funeraria y una mujer casada con un político que le es descaradamente infiel. Ambientada en un pueblo galés que no deja de brillar simpáticamente como escenografía, la historia de ambos personajes es de esas que tiene estampado el final feliz desde la primera escena, aun cuando haya que esperar burocráticamente al final para que se materialice. Una vez confesada –algo tardíamente, eso sí– la atracción entre los protagonistas, llegará la funeraria idea para poder consumarlo, de allí título y subtítulo de la versión para su estreno local.
Con todo el atrevimiento de su humor negro anulado por permanentes aclaraciones, Bailando... es una comedia sumamente explicada e insistente hasta el hartazgo. Al estilo de las comedias británicas livianas y excéntricas de los últimos tiempos, pero con esa liviandad y excentricidad tan calculadas hasta vaciarlas de toda su gracia, su única arma es la presencia de un actor muy excéntrico y nada liviano: Christopher Walken, que durante todo el film parece ser el único capaz de saber lo que realmente está haciendo. Al lado de las cuidadas actuaciones cómplices de Molina y Blethyn, Walken parece ser el único que no se preocupa por el ridículo. Es más, lo abraza con mucha generosidad. Sepulturero rival del personaje de Molina, enemigo primero y cómplice después, su presencia no alcanzará a salvar de la debacle al film, pero al menos acompañará a quien se quede irremediablemente afuera del vínculo de complicidad que insistentemente propone el film.