ESPECTáCULOS › “LOS LUNES AL SOL”, DE FERNANDO LEON DE ARANOA, CON JAVIER BARDEM
Cuando todos los días son iguales
La película ganadora del Festival de San Sebastián 2002 y de los principales premios de la industria española ofrece un descarnado fresco social sobre un grupo de desocupados, que a los cuarenta y pico sienten que se han quedado sin futuro y sin sueños.
Por Luciano Monteagudo
Ganadora del premio mayor del Festival de San Sebastián en la edición del año pasado y, muy por encima de Hable con ella de Almodóvar, gran triunfadora de los premios Goya del cine español –mejor película, director, actor (Javier Bardem), actor de reparto (Luis Tosar) y actor revelación (José Angel Egido)–, Los lunes al sol es el segundo largo de Fernando León de Aranoa (Madrid, 1968), un realizador que ya había llamado la atención cuatro años atrás con su opera prima Barrio, descarnado retrato de un trío de adolescentes madrileños sin futuro a la vista.
Y el futuro es aquello que parece haber quedado definitivamente atrás en las vidas de Santa y sus amigos, un grupo de desocupados de una ciudad costera del Cantábrico, que puede ser Vigo, El Ferreol, Gijón o Santander, cualquiera en las que la creciente falta de trabajo se ha convertido en una maldita costumbre, escondida bajo eufemismos de los economistas como “reconversión industrial”.
Fumar tirado en la cama y mirar el techo y soñar con una tierra de oportunidades llamada Australia es una de las ocupaciones de Santa (Bardem), después de que el astillero Aurora –donde trabajaba como soldador– dejó de hacer honor a su nombre y se convirtió en un eterno crepúsculo. Los días en que todavía brilla el sol –que suelen ser los lunes, en un calendario en que todas las jornadas parecen iguales– se impone mirar el horizonte, que da toda la impresión de estar cada vez más lejano. Y por las tardes sólo queda ir bajando poco a poco unas cañas en la barra del bar de Rico (Joaquín Climent), que supo invertir a tiempo su indemnización y que ahora alberga a sus ex compañeros en su refugio gris.
León de Aranoa va pintando a sus personajes de a uno, hasta conseguirle a cada cual su propio perfil. Santa –un magnífico trabajo de Javier Bardem, que preside un elenco sin fisuras– es sin duda el eje del film, con su dignidad herida, con su orgullo siempre a flor de piel, al punto que casi está dispuesto a ir a la cárcel antes que pagar las 8000 pesetas que el señor juez le pide por haber dañado una farola, en medio de la refriega con la policía y de la huelga que terminó con 200 “parados”, como le dicen en España a quienes se quedan fuera del sistema.
“Pero si encima que me han echado me piden que les pague los daños... ¿Y con qué?”, se pregunta Santa, sin esperar una respuesta. A pesar de todo, conserva cierto humor y cierta irreverencia, que no pasa inadvertida para las mujeres del barrio.
Sus amigos son más oscuros, más tristes, como José (Luis Tosar), que sabe que la relación con su mujer (Nieve de Medina) se está destruyendo día a día, y no logra hacer nada para retenerla, salvo inspirarle piedad. O el pobre Lino (José Luis Egido), que no se resigna a que a los 49 años ya no tenga la posibilidad de conseguir otro trabajo y que insiste con sus torpes intentos por ocultar el paso del tiempo, tiñéndose las canas o tomando prestada la ropa de su hijo para intentar adoptar un aire más juvenil.
Se diría que hay cierto regodeo del film en el patetismo de sus personajes,como sucede también con Amador (Celso Bugallo), una figura solitaria, que no sólo quedó fuera del mundo laboral sino que tampoco puede cumplir con el mandato que le impone su nombre, después de haber sido abandonado por su mujer.
A diferencia de Mundo grúa, de Pablo Trapero, o de las películas del británico Ken Loach, que se ocupan de universos similares, el film de León de Aranoas tiene una tendencia evidente a la solemnidad y al melodrama. Los diálogos son siempre precisos, cortantes, y las elipsis están manejadas con inteligencia, sugiriendo situaciones antes que enunciándolas. Sin embargo, pareciera que el guión (del propio director) se impusiera siempre a la puesta en escena, restándole al film frescura y espontaneidad.
Hay algo programático en el desarrollo dramático de Los lunes al sol –el guión como sistema inamovible– que hace del film un producto tan sólido como ceremonioso. Aun así, se comprende por qué una película de claro sesgo social como ésta de León de Aranoa llamó tanto la atención del público y la prensa especializada en España: en un país que entró vertiginosamente en la modernidad europea, la película viene a recordar que esa modernidad tuvo sus costos y que hay mucha gente que todavía los está pagando.