ESPECTáCULOS
“Che Vo Cachai”, un relato de la historia emotivo y sin excesos
El debut de Laura Bondarevsky elige un tono humano, cercano y sin grandilocuencias, para retratar la militancia, las preguntas y los planteos de aquellos que debieron luchar para saber algo de sus padres.
Por M. P.
Tres vocablos, tres protagonistas, tres grupos de chicos. Desde su título, Che Vo Cachai encarna el gran logro de esta ópera prima de Laura Bondarevsky, al reunir en una enumeración tres apelativos que son prácticamente sinónimos entre sí y que representan a sus países de origen: Argentina, Uruguay y Chile, respectivamente. De la misma manera, la ópera prima de esta directora de 23 años es un documental militante y humano en el que se entrelazan las historia de hijos de desaparecidos en esos tres países, al punto de hacer de ellas –las historias de estas protagonistas, pero también las de sus compañeras y las organizaciones que los representan– una misma historia.
Hija de padres exiliados en Suiza, Bondarevsky es militante de H.I.J.O.S., y desde allí es que construye su trabajo, que simplemente se propone dar voz de la manera más natural a los activistas de estas organizaciones. Apartándose del centro de la narración, la directora pone frente al ojo de su cámara tres historias personales narradas por sus protagonistas, para luego agregarle a su alrededor la presencia de sus compañeros. En medio de un asado unos, comiendo pizza los otros; jugando juegos grupales aquí, discutiendo orgánicamente allá. Las chicas cuentan su historia solas y luego defienden sus argumentos frente al grupo y el diálogo entre estos dos ámbitos es lo que va tejiendo su relato. Que luego se sale a defender a la calle, con un final en el que cada uno de los grupos prepara y luego realiza su propio escrache, o su marcha.
Durante sus breves 75 minutos, en Che Vo Cachai aparecen declaraciones como la de esa integrante de H.I.J.O.S. que explica cómo, al ser ella también madre, descubrió lo que no sabía que les habían pasado a sus padres. También aparece la búsqueda de una familia, o al menos la de una imagen real de unos padres que hasta entonces sólo son una fotografía. Y también se alcanza a ver cómo uno de los escraches termina con los manifestantes frente a frente con uno de sus escrachados. Pero lo más destacable del film es, paradójicamente, su mayor flaqueza. Ese discurso que se ensambla colectivamente hasta ser casi una misma voz es lo que, al mismo tiempo, convierte al documental en algo difuso. Porque no hay precisiones, y entonces el trabajo apenas si sirve como complemento de una realidad histórica a la que el espectador debió de asomarse a su manera.
Eligiendo ser humano hasta las últimas consecuencias, Che Vo Cachai enhebra discusiones, risas y tristezas y permite ver detrás de la lógica de la militancia, dejando de lado a la historia con mayúscula. Por allí desfilan imágenes de archivo que dejan preguntas flotando –Allende como el único héroe con fusil posible, la fuerza de las viejas películas caseras contra cualquier imagen de video–, preguntas que permite precisamente la condición abierta del trabajo. Y que, salvo esa decisión subrayada desde la elección de su título, elige acompañarse con ciertas imágenes estetizantes, como si estuvieran intentando paliar así la significativa ausencia de recursos cinematográficos, que se extrañan a partir de la segunda mitad de un film personal, pequeño y emotivo.