ESPECTáCULOS › “TODO JUNTOS”, UN INQUIETANTE FILM DE FEDERICO LEON
La separación interminable
Proveniente del teatro, donde puso su marca en obras nunca complacientes, León hace un interesante debut cinematográfico. El estadounidense Dan Algrant, en tanto, se apoya exclusivamente en la legendaria figura de Pacino.
Por Horacio Bernades
Una película que sea cine: he allí una quimera nada fácil de alcanzar, cada vez que un dramaturgo se aventura en la pantalla. Y sin embargo eso es lo que ha logrado Federico León con Todo juntos, que a partir de hoy podrá verse todos los jueves a las 22 y los domingos a las 20 en el auditorio del Malba. Ni teatro filmado, ni actores gesticulantes, ni deudas con el costumbrismo o la psicología: todo ello es violentamente ajeno a la primera incursión cinematográfica del actor, director y dramaturgo que, con obras como Cachetazo de campo, Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack y la reciente El adolescente, supo colocarse a la cabeza de la renovación que, durante la última década, tomó por asalto la escena local.
En verdad, si León produjo ese corte con sus obras (junto con otros como Rubén Szumacher, Daniel Veronese y Rafael Spregelburd) fue justamente por haber erradicado todos los lastres del viejo teatro. Por lo cual es bastante lógico que, al pasar al cine, este talento precoz (escribió Cachetazo de campo a los 22 años, ahora filma su primera película a los 28) lo encare con parecida radicalidad, dando por resultado una película pelada hasta el hueso mismo. En poco más de una hora (duración standard de sus obras teatrales) y escribiendo el guión a medida que la película se iba armando en los ensayos, León narra la extendida ruptura de una pareja con sólo dos actores (con sólo el rostro de dos actores, debería decirse) y a puro encuadre, trabajo sobre el tiempo y el espacio, elipsis y fuera de campo. En otras palabras, con las armas más genuinas del cine.
Producida por ese militante de lo mínimo que es Martín Rejtman (realizador de Rapado y Silvia Prieto y mentor cinematográfico de León), no llama la atención que lo que domina Todo juntos sea una visible pulsión de despojamiento. Tanta, que los personajes ni nombres tienen. Embarcados en un eterno retorno de reproches y disputas, engolosinados con su propio encierro, extraños como marcianos, los protagonistas de Todo juntos son simplemente “él” y “ella”. El es el propio León, el rostro tan impasible como cualquier actor en una película de Rejtman. Ella, Jimena Anganuzzi, que en Cachetazo de campo era la hija en perpetuo estado de llanto y aquí se pasa la película entera con el rostro abotagado y los ojos húmedos, en lo que habrá constituido sin duda un extenuante tour de force actoral.
Ellos no se reconcilian, pero tampoco terminan de separarse. Es como si lo que los une fuera justamente eso: el deseo compartido de una relación que no consista en otra cosa que una separación interminable. Atontada, ella repetirá, con tono monótono y mecánico, una ristra de frases hechas y fórmulas verbales. “Que yo piense que seas tonta no quiere decir que lo seas”, le contesta él. O la invita a tomar algo, explicándole que no consiguió mejor compañero (o compañera) de salida. Es raro que la invite a salir, ya que ambos no hacen otra cosa que estar, mesa por medio, en un bar u otro. Muy al fondo se oye un piano (aporte de Carmen Baliero), tan lejano y apagado como la propia relación entre ambos.
Toda la puesta en escena de Todo juntos obedece a un sistema fuertemente controlado por su autor y realizador. Con dos únicas excepciones, todos los planos se cierran sobre el rostro de los actores, transmitiendo la asfixia que esta pareja ha elegido para sí. El mundo exterior se hace presente apenas a través de alguna vaga referencia visual: el respaldo de un sillón, el fragmento de una viga, la puerta de una cabina telefónica. Y si no, entra mediante una verdadera inundación de llamados telefónicos, que sólo sirven para incomunicar. O para permitir que los padres de ambos cumplan su función de panóptico vigilante, controlando a través de la línea tanto el número de cafés tomados como la supervivencia o agonía de la relación.
Este férreo sistema visual y narrativo se permite dos únicas excepciones. Una es la secuencia que funciona como prólogo, donde se asiste al lento y meticuloso degüello de un cerdo, a modo de cruel eco anticipado de lo que vendrá después. La otra es el larguísimo plano general del final, que obliga al espectador a contemplar, durante unos minutos que parecen infinitos, la prolongación ad eternum de esa separación inconclusa. Debe decirse que Todo juntos no mantiene con el espectador una relación amigable. Por el contrario, León parece tener la secreta intención de ponerlo en una situación de tensión, extrañamiento e incomodidad, como bien lo demuestra una escena en la que una doble violación tiene lugar fuera de campo.
Nada de qué sorprenderse tratándose de quien, desde su debut con Cachetazo de campo, viene descolocando reiteradamente al público. Parece dispuesto a seguir haciéndolo en cine, espacio al que acaba de ingresar sin pedir permiso y sin pretender pasar por simpático.