ESPECTáCULOS › FERNANDO “PINO” SOLANAS HABLA DE “LA MEMORIA DEL SAQUEO”
“Esto es una crónica de la traición”
El director volvió para filmar una ficción, “Afrodita”, pero al naufragar ese proyecto se dedicó a un registro de la Argentina pos diciembre 2001. El resultado, dice, es “un film hecho desde el dolor”.
Por Mariano Blejman
El cineasta abre la puerta de su casa vestido de sport: Fernando “Pino” Solanas vive a unas cuadras de la residencia de Olivos, una casa en la que hacía más de un mes que estaba encerrado editando su nueva película. Se llama La memoria del saqueo, y Solanas acaba de viajar hacia Europa para dedicarse a la posproducción. Cuando abre la puerta para recibir a este diario, mira hacia el sol como quien no lo ve hace tiempo. Solanas, dice, estaba encerrado entre sus imágenes, con las que venía debatiéndose desde hacía un año. Tiempo antes de esa convivencia forzada con sus propios testimonios, el director había vuelto al país (en diciembre de 2001) para filmar el suspendido proyecto Afrodita. Pero el país le hizo un piquete a su proyecto y no lo dejó seguir. Por entonces, el Incaa estaba desolado y los actores internacionales contratados no pudieron cambiar su agenda. Así, el proyecto se disolvió.
Así fue que Solanas tomó su cámara –junto a la de Alejandro Fernández Mouján, realizador de Las Palmas Chaco– para testimoniar sin rumbo cierto el “estado de asamblea” del país a fines de 2001 y durante 2002. “Era una muerte mil veces anunciada”, dice Pino Solanas refiriéndose al país. Por ese entonces, esa residencia presidencial estaba tapada de carteles que decían “se alquila”. Hoy, los carteles están ausentes. Cuando nacía La memoria..., Solanas se encontró con otra película escondida entre sus imágenes recolectadas, a la que llamará, probablemente, Argentina latente. Para el realizador de Sur, El viaje y La nube, ambos proyectos son la continuación audiovisual de La hora de los hornos. Desde El exilio de Gardel todas sus películas fueron hechas en coproducción. Pino tiene socios suizos, finlandeses, escandinavos y franceses. “Voy a hacer el sonido en Francia, y la imagen en Zurich”, cuenta.
–Usted dedica su película a “quienes resistieron estos años, a su dignidad y coraje”. ¿Por qué?
–Porque la historia que sucedió el 19 y 20 de diciembre era una muerte anunciada. Era una irrealidad absoluta pensar que un dólar valía un peso. Y hubo gente que soportó el maltrato neoliberal durante estos años. Yo había estado un buen tiempo afuera y venía a filmar Afrodita, que nunca llegó a terminarse. Y estando aquí, me sentí ganado por lo que pasaba. Los 10 años de Menem en el poder produjeron el saqueo más espectacular que haya tenido este país sobre el patrimonio público.
–¿Y quiso dejar registro de eso?
–La película habla de ese saqueo. ¿Sabe que no hubo una auditoría sobre los bienes del Estado que se dieron en concesión? Ahora no se sabe, por ejemplo, cuántos trenes había cuando fueron entregados en manos privadas. Aún hoy no hay conciencia de ese despojo. Lo que se hizo fue un acto de irresponsabilidad. Se entregó todo sin inventario ni tasación. Nadie recuerda que esto comenzó en agosto del ‘89, cuando el Congreso votó la ley de leyes menemista que fue la de la Reforma del Estado, delegando funciones al Poder Ejecutivo. Y que las privatizaciones se hicieron, como dije, sin inventario, ni balance, y con una gran desinformación por parte de los grandes medios. Se dijo, por ejemplo, que YPF se vendía para pagarles una cuota a los jubilados. Un pueblo que no conoce lo que le pertenece no puede utilizarlo.
–¿Cómo nació La Memoria del saqueo?
–Esta película surgió sin ningún plan. Salí en ese clima que se vivía a fines de 2001 y comienzos de 2002. Entre la resignación y el engaño, la gente le había dado la espalda a la realidad y había tenido un escaso protagonismo. Pero en ese momento apareció un ansia por participar, sumada a una desconfianza general hacia los políticos genocidas. No hay que olvidar que la gente corría a los políticos por la calle. Y eso era producto de la bancarrota de un modelo. Filmé esos acontecimientos y también hice entrevistas a especialistas. Tuve unas diez semanas de rodaje, no continuas. Fuimos a la Patagonia tres veces, a Córdoba, Rosario, Santa Fe, Misiones, Corrientes, Tucumán y el Gran Buenos Aires.Pero sobre todo tenía que inventar la película. Debía tener una forma emocional y estética, porque una cosa es relatar los hechos y otra que haya inquietud de una búsqueda del lenguaje. Había que cuestionar y pasar en limpio.
–¿Qué tiene en común con La hora de los hornos?
–Hay muchos puntos en común. Es un documental sobre el país, una mirada crítica. Este país es el resultado de haber perdido la lucha de lo que se veía en La hora... la Argentina ha sido un país muy robado y los grandes grupos económicos vivieron siempre del Estado. Los subsidios a los ferrocarriles fueron mayores durante el menemismo que en la época en que eran estatales. Las rutas cuestan más que antes de ser concesionadas.
–¿Por qué se decidió por el formato documental?
–Lo más importante era saber cómo tratarlo después. Porque hay tantas estéticas como autores. Y la mía terminó siendo una salsa entre la reflexión y el contenido emocional. Es un film hecho desde el dolor, la denuncia por el atraco. Yo fui un protagonista de los perdedores y pagué mi oposición con un atentado: mi casa fue baleada durante el gobierno menemista. Pero sobre todo debía transmitir una historia viva, sin manipulaciones, ni demagogias.
–¿Por qué tardó un año en editar?
–El montaje documental dura tres veces más que una ficción. Porque hay que encontrar la forma de relatar lo que sucedió. Y, además, durante el montaje, me nació otra película que seguramente se llamará Argentina latente. La memoria... es la crónica de la traición. El análisis de sus políticas y consecuencias, la mafiocracia, una conjunción de corporaciones profesionales, el poder económico, los bancos, los sindicatos y los grandes medios. Argentina..., en cambio, intentará saber qué hizo la gente que soportó ese maltrato durante estos años. Las reservas de este país están en su gente, en sus experiencias de solidaridad, en sus testimonios de su defensa. La memoria... termina en el gobierno de Fernando de la Rúa y en su caída, ronda por el estado de asamblea que comenzó en la elección del 14 de octubre de 2001 con la aparición del voto bronca. Argentina... se mete en las diferentes formas de defensa frente al azote. Pero el verdadero protagonista de las dos películas es el modelo neoliberal.
–En el medio cambió el clima político.
–A fines de 2001, la caída de De la Rúa parecía insólita. Nadie preveía nada de lo que sucedió. Salió la gente y cayó un gobierno. ¿Quién podía imaginar eso? Hubo una eclosión contra la globalización: el modelo hizo crack. En 1998 la Argentina era ejemplo y el FMI nos mostraba por el mundo. Pero el FMI fue corresponsable de los gobernantes genocidas. En abril de 2002 viajé a Europa y me decían que iba a ganar Menem. En julio de este año fui a Francia y mis socios ya estaban muy entusiasmados por la situación actual. Ellos ven la película como un testimonio. Pero no hubiera previsto los acontecimientos que sucedieron después. Ahora, el terror lo tienen los bancos. El Fondo está contra las cuerdas: tiene todas las de perder.