ESPECTáCULOS › “UN CASAMIENTO INOLVIDABLE”, DE ALESSANDRO D’ALATRI
El casorio que se olvida rápidamente
Por Martín Pérez
Una parejita feliz, perdida en medio de un bosque. Así comienza Un casamiento inolvidable. A lo Hansel y Gretel. O, como viajan en auto, como El viaje de Chihiro. Pero no hay otro mundo al final del camino, ni una niña en el auto. Lo que buscan Stefania y Tommaso al final del camino es una capilla perdida para celebrar su matrimonio. Un matrimonio que, pretenden, sea especial. Pareja moderna y más cerca de los treinta que de los veinte, Stefania y Tommasso no creen en el matrimonio más de lo que creería cualquier pareja madura y bien contemporánea. Gente de buen pasar, librepensadores, que podrían ser los amigos italianos de los protagonistas de “Friends” o “Sex in the City”. O, más bien, querrían serlo.
Al final del camino, Stefania y Tommaso no sólo encontrarán su iglesia ideal sino también a un cura muy particular, que tampoco cree en el matrimonio. O, más bien, en el mundo moderno. Así es como, una vez reunidos familiares, conocidos y allegados de la pareja, sus palabras irán mucho más allá del sermón tradicional. Convocando recuerdos y confesiones, el casamiento de Stefania y Tommaso recorrerá toda su relación. Pasado, presente e incluso futuro. Sin tantos gags como las series mencionadas, si llegado a un punto de su relato Un casamiento inolvidable hace recordar la TV es más por la estética de sus anuncios publicitarios que por la mecánica de su ficción.
Como en un aviso de esos que venden vida en vez de productos, para los que la cotidianidad es una serie de sonrisas en cámara lenta, el film de D’Alatri lleva a la crispación y está cada vez más lejos de la vida que pretende representar. Decidido a repasar los lugares comunes de una nueva pareja, Un casamiento inolvidable es una película que jamás suelta su correa y no acompaña a sus personajes sino que los lleva por el sendero. Un sendero trágico que al final terminará regresando al presente, sólo para transformarlo en un momento prístino y de emoción en cámara lenta, a punto de caramelo para vender algo. El mundo ideal y sufrido de gente que no sufre. Una vida hecha de cotidianidades poco cotidianas y de reflexiones que no buscan la reflexión sino el efecto. Todo gracias a un casamiento muy rápidamente olvidable. Y no por culpa del cura, pobrecito, que tiene razón al desconfiar de este mundo tan moderno.