ESPECTáCULOS
El violinista más buscado comenzó a largarse solo
Ramiro Gallo, músico de El Arranque, Tango Vía y la Orquesta Escuela, está presentando “Florece”, donde hace lucir temas propios acompañado por un quinteto.
Por Karina Micheletto
Violín en mano, Ramiro Gallo recorre con solvencia más de una formación tanguera. Es violín solista de la Orquesta Escuela de Tango, que dirige el maestro Emilio Balcarce. También integra las orquestas El Arranque y Tango Vía, cada una con un repertorio y una propuesta diferentes. Y tiene su propio quinteto, un espacio que aprovecha para desarrollar composiciones propias. “Y en el poquito tiempo que me queda formé un trío, que se llama De Carísimo”, agrega el músico. Acaba de editar Florece, un CD con temas propios, donde participa el jazzero Winton Marsalis como invitado. Lo presenta los domingos a las 19 en Porteño y Bailarín (Riobamba 345). En Gallo, un tango puede transformarse, por ejemplo, en “El último kurdo”. Fanático de Borges, escribió una Suite Borgeana de la que grabó tres movimientos en su disco: “El Sur”, “La forma del puñal” y “De polvo y tiempo”. “Borges hace con las palabras lo que a mí me gustaría hacer con la música, es a la vez profundo y muy sintético”, explica el músico.
A los veinte años, Gallo partió de Santa Fe y se fue a Sudáfrica, a tocar de día en la Orquesta Sinfónica Nacional y de noche música latina en un hotel cinco estrellas. Volvió y se instaló en Paraná, adonde trabajó en la Orquesta Sinfónica de Entre Ríos. Pasaron ocho años hasta que recaló en Buenos Aires. “En el interior hay músicos excelentes, pero les cuesta mucho proyectarse, porque no hay infraestructura, no hay plata. Allá trabajaba tanto o más que acá y mi situación económica era de zafar. Nunca pensé en lo económico sino en lo artístico, pero llega una edad en que te empieza a molestar, te da un poco de bronca”, explica el violinista al repasar sus sucesivas mudanzas. Aunque parece bastante menos, Gallo tiene 36 años, y toca el violín desde los 5. Está convencido de que en las ciudades del interior se da una mezcla perfecta de amateurismo y profesionalismo, que es beneficiosa. “Hay gente dispuesta a entregarse por completo a un proyecto. Y encima con la sensación de que siempre falta algo, entonces, los músicos nunca se estancan, siempre están buscando.”
En las distintas formaciones por las que pasó, el violín de Gallo sonó en varios de los escenarios más importantes del mundo, muchas veces interpretando sus propios arreglos. Como el Lincoln Center de Nueva York, donde conoció a Marsalis y tocó con la Lincoln Center Jazz Orchestra. “Pero para mí el escenario más importante sigue siendo el de Paraná o Santa Fe. Siempre es un compromiso, porque creo que ahí están los mejores músicos del mundo. No hay audiencia a la que le tema más. Tengo que ir y mostrar que seguí creciendo”, asegura el violinista y compositor.
–¿Cómo empezó a componer?
–Compongo desde los 15, a esa edad escuchaba Sui Generis. Una vez me crucé a Charly García en un escenario y le agradecí por haberme impulsado con su música a componer. Toco desde los cinco años todo tipo de música: jazz, clásica, rock, sinfónica. Todo eso, aunque no quieras, va metiéndose. Soy autodidacta, pero estudié mucho, leí partituras, las analicé, las comparé, escuché. Mis profesores de composición fueron los mismos músicos con los que estudié. Hice muchos arreglos para orquestas, pero mi propio quinteto era una necesidad. No puedo obligar a hacer todos mis temas a otras agrupaciones.
–En los últimos años se dejó de interpretar a Piazzolla como única forma de continuación. ¿A qué se debe?
–Los músicos nos dimos cuenta de que para poder tocar bien tango hay que hacer una revisión del pasado. No podés entrar por Piazzolla. El había logrado la síntesis y, en todo caso, para buscar esa síntesis habría que hacer el mismo recorrido que él hizo. Por otro lado, el tango tradicional se había debilitado demasiado. Ahora los músicos que ingresan al tango se dan cuenta de que tienen que buscar esa síntesis que hizo Piazzolla, ese cruce entre vanguardismo y clasicismo, pero por un camino creativo propio.
–¿Por qué de golpe hay tantos músicos jóvenes que se largaron a componer?
–La composición es algo que debiera ser muy espontáneo, si te sentás a escribir y te sale tango quiere decir que el tango está lo suficientemente integrado a tu vida. Y si muchos se sientan a escribir y les sale tango quiere decir que está en la vida de muchos. Eso habla de que hoy el tango está vivo, y con fuerza.
–Llamativamente, esto es algo que no pasa con las letras.
–Los músicos estamos a la espera de letristas nuevos. A lo mejor estamos demasiado encerrados y no los encontramos. Yo todavía no me crucé con nadie que me haga sentir que lo que escribe es lo que yo quiero decir con mi música. Quizá los auténticos letristas de hoy están todavía en otros géneros. Cuando se escriba una letra de tango sin la palabra adoquín o bulín, va a ser un buen recomienzo. O cuando se abandonen esos intentos pseudo discepoleanos, con letras que hablan de cartoneros o cacerolazos, y que suenan muy forzadas. El tango no es un género que tenga que ver con lugares comunes. No lo fue cuando surgió, no tiene por qué serlo ahora.