ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A LA DIRECTORA ALEJANDRA BOERO, A PROPOSITO DE LOS 13 AÑOS DE ANDAMIO 90
“Los que no piensan no reconocen a su enemigo”
Para Alejandra Boero hoy coinciden su cumpleaños número 85 con los 13 años que lleva al frente de Andamio 90. Definiciones de una actriz y directora que ha defendido como pocos el teatro independiente.
Por Hilda Cabrera
“Uno a veces se pregunta cuándo se le acabará el truco”, dice la actriz y directora Alejandra Boero, y quien la escucha imagina que ese truco no es sino el descubrimiento de una diaria y renovada estrategia que permite sostener la propia vida, sortear los estragos que producen las enfermedades e incluso algunos penosos contratiempos laborales. ¿Cómo encontrarle la vuelta a una reflexión pesarosa? La inquietud está presente, pero se repliega ante la serenidad de esta artista dispuesta siempre a encauzar el diálogo hacia zonas positivas. Delicada anfitriona, Boero invita a tomar un café y a charlar sobre el festejo que tendrá lugar hoy en su teatro-escuela Andamio 90, del cual es dueña junto con su hijo, el director teatral Alejandro Samek. En la entrevista concedida a Página/12, adelanta detalles sobre la fiesta que se realizará en el espacio teatral de Paraná 660, entre las 19 y 22, con acceso libre y gratuito. En este encuentro entre artistas y público se celebrarán los 13 años de la fundación de Andamio y el cumpleaños número 85 de Boero. Entre las actividades se anuncian la inauguración de un mural inspirado en una obra del artista plástico Carlos Torrallardona y los homenajes a las actrices que, en 2001, compartieron con Boero el elenco de El cerco de Leningrado, pieza del valenciano José Sanchís Sinisterra que entonces dirigió Osvaldo Bonet. Ellas son María Rosa Gallo y Lydia Lamaison, intérpretes del personaje de Priscila. Sucedió que en una de las funciones, Gallo se accidentó (lo que no era imposible, puesto que en una primera escena la obra se desarrollaba a oscuras) y fue reemplazada por Lamaison. Otro anuncio es el recital de la cantante y actriz Alcira Canda, quien se ocupa además del área ejecutiva de Andamio 90.
Boero considera al teatro independiente “el único lugar de acceso directo al arte para quienes no pueden ingresar a la cultura de los poderosos: es el lugar que reúne todas las disciplinas artísticas y despierta más rápidamente el gusto por el trabajo en grupo y la creatividad de la muchachada más empobrecida”.
–Que la cultura mejora la calidad de vida es un concepto demasiado zarandeado por los funcionarios de turno...
–Si fuera cierto que les importa no tendríamos este feudalismo político que hace que la gente vote a quien la está usando. Es por falta de cultura que un pueblo termina dando su apoyo a cosas que, si supiera pensar, jamás apoyaría. El que no es dueño de su pensamiento no puede reconocer la cara de su enemigo. La confusión sobre el valor social de la cultura es histórica en la Argentina, y las víctimas de esa confusión ni siquiera se dan cuenta de que son víctimas.
–¿Cómo evalúa estos trece años de Andamio 90?
–Estos trece años son un milagro que se renueva diariamente. Crear un teatro es importante y mantenerlo, mucho más. Cada sala independiente que existe hoy en la Argentina es obra del impulso y el trabajo personal de los que integran los grupos que la sostienen. Nuevo Teatro (nombre del equipo fundado en 1950 por Boero y Pedro Asquini que ocupó diferentes espacios, el primero en Maipú 48) duró diecinueve años. Tuvimos altibajos, lo mismo que en Andamio. En el teatro la comunicación es muy directa y no siempre se llega a un acuerdo: el debate interno es un legado del teatro independiente. Los últimos tres años fueron económicamente peligrosos para Andamio 90. Los que nos dedicamos a esto nacimos para tener una vida azarosa.
–Tampoco usted se ha conformado con llevar una vida tranquila. Se la recuerda en las marchas al Congreso y en actividades artísticas de protesta; en el ofrecimiento de la sala a las asambleas barriales de su zona, y ahora apoyando la realización de un mural donde antes se acumulaba basura...
–En este momento me viene bien algo de tranquilidad. Siento las carencias que producen las enfermedades. No tengo la misma salud de antes. Pienso que si quiero rendir un poco más, tengo que cuidarme. Me exigí haciendo Versos rebeldes (espectáculo de teatro y música estrenado este año, del cual participó interpretando un texto y codirigiendo junto a Samek). Pero estoy contenta. Tengo la suerte de ver la linda carrera que están haciendo algunos chicos y chicas que estudiaron en Andamio, como Luciano Suardi, que es un artista y un intelectual, Claudio Quinteros, Inda Lavalle y Claudio Tolcachir, que abrió un teatro propio, Timbre 4. Antes que ellos Rita Terranova, Esther Goris... Y en Nuevo Teatro, los trabajos que hicimos con Carlos Gandolfo, Agustín Alezzo, Augusto Fernandes... Quiero decir con esto que nuestra tarea rinde, porque los que nombré, y son solamente unos pocos, tienen criterio y saben que la creatividad se desarrolla en un escenario.
–¿Alguna vez pensó alejarse de la actividad teatral?
–Nunca. Empecé en el grupo La Máscara en 1941, y antes había estudiado literatura, idiomas, música y danza. Mi vida está en el teatro, y todavía no sé cómo pude llegar a esta edad exigiéndome tanto. Porque no hay tarea más difícil que resistir a las concesiones.
–¿Por qué dice que se exigía?
–En una sociedad con un sistema enfermo como este que adoptamos o nos impusieron es doblemente problemático mantener alguna coherencia. Yo no me dediqué a hacer plata sino a llevar a la práctica lo que mi conciencia me mandaba. De las consecuencias de no saber ni querer hacer plata, uno se da cuenta en la emergencia: cuando a uno se le empiezan a aflojar las piernas, entiende cuál es el precio que está pagando por ser fiel a lo que cree.
–¿Intentó cambiar?
–No puedo, porque si alguien me dice que algo es negro, pero yo lo veo blanco y además “es” blanco, insisto, y va a ser del color que lo veo. En esto soy muy estricta. No pido que los demás sean así, pero a mis alumnos les digo siempre que si tienen talento no lo abandonen ni dejen que se lo arrebaten: que no se dejen usar, porque hay gente que sabe cómo exprimir a un actor o una actriz. Les mienten, y después, cuando no los necesitan, los desechan.
–¿Cómo diferencia verdad de mentira?
–Hay que estar muy interesado en ganar dinero para aceptar lo que se nota que es mentira. Se puede diferenciar verdad de mentira si se deja de lado el interés personal. Es como cuando alguien abre una ventana y deja que la luz del sol lo ilumine. Después le va a costar vivir a oscuras. Aprende. Y lo que se aprende no se tira tan fácilmente. El aprendizaje se parece al descubrimiento. Estos chicos que pintaron el mural sobre la pared que está al lado del teatro viven en villas miseria. Yo quiero creer que esta experiencia tiene el valor de un aprendizaje. La cultura es reveladora. Por eso uno está exigiendo siempre a funcionarios y gobernantes que se comprometan. No estoy hablando de cultura en el sentido de la que puede ofrecer la universidad sino del conocimiento y el criterio a los que puede aspirar el hombre común. Esta sociedad, con su afán especulativo, produce males y enrola a la población en esos males o la convierte en cómplice. ¿Cómo entender que no se pueda frenar el abuso del alcohol y de la droga en los chicos? Es que no hay un real interés de la sociedad en contener a esos chicos.
–¿Cómo se sostiene Andamio 90?
–Este teatro, que construimos con el dinero de una herencia y con hipotecas y préstamos, no está hoy en condiciones económicas de producir espectáculos propios. Las obras que se presentan pertenecen a otros elencos. El año pasado y éste lo sostuvimos con lo que nos ingresa por la escuela y con los pesos que nos tiran el Instituto Nacional del Teatro y Proteatro. Los megaespectáculos gratuitos que se ofrecen a nivel oficial, utilizados a veces como propaganda, fueron fomentando en el público la idea de que el teatro debe ser gratis. Las entradas en Andamio son baratas y tenemos descuentos, pero la gente se acostumbró a no preguntarse quién banca el trabajo de los artistas ni quién se ocupa de pagar los gastos de escenografía, vestuario, luces y sonidos, y el mantenimiento de una sala. Esto solamente pueden hacerlo aquellos dueños de teatros con una fortuna personal considerable, que no es nuestro caso. Los que estamos metidos en proyectos independientes somos unos pobres gatos.