SOCIEDAD › EL RECLAMO DE UN PRESO DE
DUDOSA CULPABILIDAD POR LA MUERTE DE PIAZZA
“No me quedan ganas de seguir viviendo”
Es el caso del comisario asesinado que la Bonaerense intenta pasar por robo común, aunque hay indicios de que fue una venganza. Uno de los presos sin pruebas vivió en prisión el nacimiento y muerte de su hija. Una carta dramática.
Por Raúl Kollmann
“El viernes 22 nació mi primera hija. Una nena hermosa. Eso me daba una razón más para seguir luchando contra esta prisión injusta que sufro. El lunes 25 se me vino el mundo abajo. Mi nena falleció. ¿Y ahora qué hago, jueza Adriana Mitzkin? No me quedan ganas de seguir viviendo.” Este párrafo es parte de una dramática carta de Gustavo Ortiz, preso por lo que ya constituye uno de los escándalos policiales-judiciales de mayor envergadura en territorio bonaerense: el secuestro y asesinato con un tiro en la nuca del comisario retirado Jorge Piazza, cuya investigación estuvo a cargo del ahora designado jefe de la Brigada Antisecuestros, Julio Ravenna. A Piazza lo interceptaron en la avenida más transitada del conurbano y a plena luz del día, horas más tarde lo obligaron a arrodillarse y le pegaron el tiro a la nuca en un predio de San Vicente Solano perteneciente a la Bonaerense. Ravenna pretendió instalar la teoría de un robo, cuando todos los indicios apuntan a que se trató de una interna o venganza policial. Ortiz, otro joven llamado Sebastián Vera Chávez y un ciudadano de 61 años, Obdulio Sartirana, están detenidos desde hace meses producto de esa investigación sospechosa, y lo más grave es que ahora fue ascendido al cargo más delicado de la Bonaerense: es el encargado de investigar los secuestros. El fiscal general de Quilmes, Marcelo Draghi, pidió la anulación de toda la pesquisa, pero aun así la jueza y una Cámara de Apelaciones la convalidaron.
La historia oficial
La investigación del comisario Ravenna se asentó en varios testimonios llamativos, en especial la declaración de una testigo de identidad reservada que resultó ser la novia de un policía de la Bonaerense. Esa mujer sostuvo que una amiga le pidió que la acompañara a ver algo y lo que la llevó a presenciar fue el secuestro, en plena avenida Calchaquí de Quilmes, el viernes 14 de febrero a las seis de la tarde, del comisario Piazza. Lo llamativo es que la novia del policía cuenta también que a la una de la mañana lo llevaron a Piazza a un depósito de autos chocados y robados de la Bonaerense, donde le pegaron el tiro en la nuca. Como la lógica lo indica, esa testigo, o fue armada por la Bonaerense o era parte de la banda que secuestró y asesinó al comisario, por cuanto es imposible que de casualidad haya estado en los dos hechos, el secuestro a las 18 y el fusilamiento a la una de la mañana. Al menos, la Cámara de Apelaciones desechó ese testimonio escandaloso presentado por el ahora jefe de la Brigada Antisecuestros, pero –curiosamente– no ordenó ninguna investigación sobre quién y cómo plantaron a esa testigo en la causa.
No compres asado
Cuando se investigó la desaparición de Piazza se hizo un análisis de los peritajes –trabajaba para una empresa de seguridad– que tenía que hacer ese día. De esa manera, se determinó que hizo una llamada desde un locutorio del supermercado Auchán de Quilmes quince minutos antes de su desaparición. Estudiadas las imágenes de las cámaras de seguridad del supermercado, se pudo distinguir perfectamente la llegada de Piazza a la playa del establecimiento, cómo se baja de su auto Gol, entra al locutorio, hace la llamada y vuelve a subirse al coche. Detrás de él salen tres vehículos, una Trafic, un Fiat Uno y un Ford Escort.
Quien iba en la Trafic era Obdulio Sartirana, un comerciante de 60 años de edad, quien ante la Justicia declaró que efectivamente ese día fue al Auchán a comprar carne para un asado que hizo aquella noche en su casa. Es más, hasta aportó el ticket de la compra y en las imágenes de las cámaras de seguridad –según le dijo a Página/12 un integrante de la fiscalía– se ve claramente cuando entra y sale del supermercado, es decir que no estaba haciéndole un seguimiento a Piazza. Sin embargo, desde hace meses Sartirana está preso, acusado de ser cómplice del secuestro y el asesinato.
La investigación del comisario Ravenna desechó un dato elemental que hasta el investigador más novato conoce: nadie va a realizar un secuestro de esa envergadura, a plena luz del día, en una de las avenidas más transitadas del Gran Buenos Aires, con un vehículo que está a su nombre. Y más todavía si se trata del secuestro de un policía al que terminarán pegándole un tiro en la nuca. Varios criminalistas consultados por este diario coincidieron: se buscó cualquier culpable para tapar un crimen que tiene el sello policial.
Más testigos raros
En la investigación hecha por el comisario Ravenna aparecieron oportunamente otros personajes: un puestero que vende chorizos y un joven que está acusado de dormir en un galpón en el que se estaba por desarmar un auto robado. Convenientemente, el joven está preso. Esos dos testigos y la novia del policía son los únicos que vieron el momento del secuestro y hablan de una operación monumental: el Escort chocó al Gol de Piazza desde atrás simulando un accidente, cuando el comisario se baja, los del Escort y los del Fiat Uno le pegan puñetazos a Piazza y lo meten dentro de la Trafic, consumando así el secuestro. Esos testigos dicen que la camioneta era la de Sartirana porque tenía un ojo de buey y estaba despintada. Lo peor del caso es que si se trata de testigos preparados, fueron mal preparados, porque se contradicen entre sí y exhiben relatos distintos.
Sea como fuere, Ravenna pretendió inicialmente presentar todo como un asalto para robarle el auto a Piazza, una teoría insostenible por cuanto el coche –Gol del año ‘93– tenía un valor aproximado de 800 pesos en el mercado negro y semejante operación, con la participación de varios hombres y supuestamente tres coches, no tenía la menor proporción con un robo de 800 pesos. Ante las críticas, el fiscal Claudio Pelayo y el propio Ravenna hablaron por primera vez de la posibilidad de una venganza. Justito en ese momento, se incorpora la novia del policía como testigo y ella menciona que creían que Piazza llevaba encima 40.000 dólares. ¿Por qué lo matan? No se explica.
Dos perejiles
Los siguientes dos presos fueron Ortiz y Vera Sánchez, cuyo delitos consistieron en tener un antecedente por robo, ser vendedores de escobas, ser pobres y, sobre todo, en vivir en el humilde barrio cercano al predio de la Bonaerense en el que apareció Piazza con el tiro en la nuca. Para sustentar la novela, oportunamente otra testigo apareció en escena declarando que la noche del asesinato vio a dos jóvenes, uno de ellos apodado Chirola, bajar a alguien de una Trafic. La novia del policía también apuntó en su testimonio a Ortiz y Vera Sánchez y el vendedor de choripanes los marcó en un reconocimiento fotográfico.
Pero a poco de andar las cosas quedaron en duda. La mujer del barrio sostuvo ante las cámaras del programa Punto.doc que nunca dijo lo que apareció en su declaración. Además, dejó toda la impresión de mentir, ya que estudios posteriores indican que a Piazza no lo entraron al predio de la Bonaerense por la parte de atrás, como aparece en el testimonio de la vecina, sino directamente por la parte más cercana a la propia oficina policial. Tampoco dijo haber mencionado a ningún Chirola: eso lo agregó un policía. Para redondear, el vendedor de choripanes no pudo distinguir ni a Ortiz ni a Vera Sánchez en el reconocimiento judicial que se hizo.
El escrito donde se dictaron las prisiones preventivas fue tan incoherente que llevó al fiscal general Draghi, el hombre encargado por el Estado de realizar la acusación, a pedirle a la Cámara de Apelaciones que las rechazara. O sea que, en lugar de acusar, se puso, de hecho, del ladode los detenidos. Sin embargo, la famosa y controvertida jueza Adriana Myskin le puso la firma a la continuidad de las prisiones preventivas y otro tanto hizo la cámara integrada por los jueces Jorge Falcón, Carlos Rousseau y Martín Ordoqui.
La carta
Hasta hoy, pasados diez meses, no se sabe por qué mataron a Piazza, pero todos los indicios van en dirección a un crimen policial: nadie, que no sea de la Bonaerense, se anima a semejante secuestro en plena avenida, con al menos dos vehículos y a plena luz de día. El comisario trabajaba en una empresa de seguridad, propiedad de un polémico ex comisario que lleva el apelativo de El Loco. No está claro si el crimen tuvo relación con su trabajo de ese momento, con una feroz interna policial de la Bonaerense o con investigaciones anteriores, una de ellas la muerte del subcomisario Jorge Gutiérrez, en el marco de la llamada “aduana paralela”.
Lo concreto es que, para tapar lo que parece un ajuste de cuentas entre uniformados, hay tres presos, uno de los cuales no pudo acompañar a su esposa en la felicidad del nacimiento ni en el terrible dolor de la muerte de su hija. En su celda, sólo piensa en suicidarse.