ESPECTáCULOS
“A pesar del movimiento cultural, los artistas nos sentimos solos”
Facundo Ramírez es hijo de Ariel, pero está mucho más allá de los parentescos. Con formación clásica y vocación actoral, se entrega al placer de compartir la creación con los músicos de su quinteto.
Por Karina Micheletto
Si de toda niñez queda un lugar ideal congelado en el recuerdo, en la de Facundo Ramírez fue el caserón de Belgrano de su padre, el músico y compositor Ariel Ramírez. Por allí pasaban pintores, poetas, escritores, en charlas y asados. Y músicos, claro: Mercedes Sosa, Domingo Cura, Vinicius de Moraes, entre otros. “Era una sala de ensayos permanente”, sonríe Ramírez. El pequeño Facundo tocaba el piano, pero, lejos de las zapadas paternas, lo suyo era la concentración que imponía la música clásica. Pasaron muchos años hasta que se volcó a la música popular, y también al teatro. “Fui el primer sorprendido con el cambio”, admite el músico. “Con el piano clásico padecía una enorme soledad. El teatro y la música popular eran lo contrario: una actividad en equipo, crear compartiendo”, explica. “Ahora no quiero tocar el piano solo, aunque me lo pidan. Necesito sentirme acompañado.” Su repertorio incluye clásicos del cancionero argentino y latinoamericano, temas menos conocidos de su padre y de nuevos compositores, pasados por el tamiz expresivo de su piano, rico en timbres y matices. Hoy y mañana a las 20.30, el músico actúa en el C. C. Borges, junto al quinteto de Jorge Giuliano en guitarra, Hernán Valencia en teclados, Walter Sabatini en bajo, Carlos Rivero en percusión y Rodolfo Ruiz en charango.
Como actor, Ramírez tiene una larga carrera en teatro. En 2002 actuó en El zoo de cristal, que se repuso este año en el Alvear. En cine protagoniza Después del mar, de Adrián Caetano, que se estrenará en 2004. Como músico, acaba de llegar de una gira por España y México acompañando a Nacha Guevara en Qué me van a hablar de amor, en el que además de tocar hace intervenciones teatrales, comenzando por una aclaración: “Yo no soy Alberto Favero”.
–¿Cómo maneja esta faceta de músico y actor?
–Para mí es lo más natural. Tenía trece años y estudiaba todo el día, armonía, composición, orquestación. Lo clásico me tenía aislado, y los talleres de teatro fueron una posibilidad de estar con gente de mi edad. Jamás imaginé que se iba a transformar en una vocación. Ahora forma parte de mí, y no tengo problemas en la reunión de los dos mundos. Aunque, si tengo que comparar, siento que en la música popular hay más dificultad para compartir.
–¿En qué sentido?
–No hay tanta fluidez como en el teatro, donde están todos mucho más conectados con el trabajo del otro, es muy común que alguien te vea trabajar y te recomiende, que se pasen las cosas. En la música hay mucha gente que no sabe qué hace el otro. Siento que debería haber una conexión más natural entre músicos. A pesar de que esta ciudad tiene un movimiento cultural increíble, los artistas nos sentimos solos, y somos responsables de eso. Está en nosotros abrir el juego, generar circuitos.
Hubo un tema que marcó el camino musical que seguiría Ramírez: la zamba Para cobrar altura, de Víctor Heredia. “Un día, en casa, Mercedes Sosa la cantó y yo la acompañé. Le gustó mucho, y me invitó a tocar en el Luna y shows por el interior. Entonces empezaron a llamarme para que hiciera folklore. Yo explicaba que hacía música clásica, pero a nadie le importaba”, cuenta.
–¿Cómo dio el paso de lo clásico a lo popular?
–No fue un cambio abrupto, de hecho lo que hago está muy cargado de información de lo que hacía antes. Estoy preocupado por la tímbrica, la armonía, por romper ritmos tradicionales del folklore y al mismo tiempo conservarlos. Disfruto haciendo mis versiones. No soy un purista, la música popular funciona como un pretexto para crear. En una época decía que hacía folklore, ahora ya no sé, aunque por ahí haga cosas que tienen un sabor criollito.
–¿Le pesa el título de “hijo de”?
–Me enorgullece. Mi padre hizo cosas increíbles, no sólo clásicos como La Misa Criolla, Alfonsina y el mar o tantos otros. Tiene una obra menos difundida y exquisita que me encanta interpretar. Pero reconozco que al principio me molestaban esas frases que escuchaba: “hijo e’ tigre”, “de tal palo tal astilla”. Me chocaba porque ya estaba bastante grandecito, ya había tocado mucho, y seguían con eso... Por suerte, creo que pude hacer mi camino. Por otro lado, aquí no sirve mucho ser “hijo de”. Si no ponés la energía en generarte tu propio trabajo, se hace complicado aunque seas hijo de Gardel.