ESPECTáCULOS › EL ROCK INTERNACIONAL EN ARGENTINA: DE LA GLORIA A DEVOTO
Es todo, el sueño termino
El show de Roger Waters cerró una época seguramente irrepetible. Durante la década del 90, y una parte de los 80, Buenos Aires fue una verdadera capital internacional para el rock y el pop del primer mundo. Hoy, con el dólar en alza y una crisis interminable, aquello ya es un recuerdo. Diez músicos repasan aquellos años.
Por Eduardo Fabregat
Puede ensayarse la siguiente imagen: el pasado jueves 7 de marzo, cuando Roger Waters y su banda saludaron desde el escenario de Vélez, una tapa cayó sobre un libro que se fue engrosando en los últimos veinte años. Y cayó con ruido: Waters y las canciones de Pink Floyd llenaron el álbum de figuritas del rock en vivo en la escena argentina y, en vista del presente y futuro económico de este país, cerraron definitivamente una época. Citando a John Lennon, uno de los pocas estrellas que –por obvias razones– nunca tocó en Buenos Aires: el sueño se terminó. Durante estos años, de The Rolling Stones a Paul McCartney, de Bob Dylan a Michael Jackson, de U2 a The Cure, de Los Ramones a los Sex Pistols, de Peter Gabriel a Yes, de Laurie Anderson a Prince, de Lou Reed a Metallica, de The Police a Queen, de REM a Duran Duran, de Santana a Eric Clapton, de David Bowie a Björk, de Bee Gees a Kraftwerk, de Nick Cave a Bruce Springsteen, etcétera, etcétera, el planeta musical pasó por la Argentina. Como afirman los analistas internacionales, hablando de lo que era y lo que es también en materia de espectáculos de rock, la Argentina es un caso para el asombro. Un repaso concienzudo del historial –y de eso tratan estas páginas– demuestra rotundamente que la capital de este país pudo apreciar en el pasado reciente a todo, pero todo lo relevante en la materia. Así, y sobre todo desde comienzos de la década del 90, Buenos Aires se convirtió en una sede rockera por excelencia, a pesar de su poco privilegiada situación geográfica y una crisis que se fue agudizando año a año. Una crisis que generó esa contradicción entre la buena salud del mundo del espectáculo internacional, y un esquema político y económico que alimenta la definición de década infame. Las últimas convulsiones socioeconómicas abren un paréntesis obligado, y todo indica que Waters será el último recuerdo por un buen tiempo: ¿quién puede animarse hoy a traer un artista pagadero en dólares, y además encontrarle una salida al corralito que, por ejemplo, provocó un papelón al no poder pagarle a Caetano Veloso sus shows de diciembre de 2001?
Quizá resulta algo grotesco lamentarse por esta clase de ausencias cuando el tema central es un país arrasado, pero ¿no es también preocupante que un país se encuentre quebrado culturalmente? Con las fronteras cerradas y el mercado interno en un proceso de descomposición acelerado –lo cual pone a los músicos argentinos en un lugar aún más incómodo que el habitual–, el público argentino, buen degustador, ávido por enterarse y participar y no perder pisada de lo que suena en el mundo, se encuentra ante un panorama desolador y de difícil solución. Y es en este presente negro que el pasado, puesto sobre papel, dibuja una época increíble, un desfile de la mejor música del planeta que hoy parece una superproducción trasnochada, y hasta podría llevar a la aberración de extrañar los planes convertibles... si las consecuencias no fueran tan claramente nefastas.
En los 70, Argentina sólo recibió algunas visitas muy espaciadas (Carlos Santana, Joe Cocker, jazz rockers como Weather Report o el Jan Hammer Group), y recién en los 80 empezaron las oportunidades de ver números fuertes. Queen en 1981, Yes en 1985 (con el plus de la amenaza de bomba a Vélez), The Cure (el escándalo de aquellos shows en Ferro no ayudaron a que quisiera repetirse la experiencia), Ramones y Sting en 1987, Iggy Pop y el Amnesty de Peter Gabriel, Bruce Springsteen, Sting, Tracy Chapman y Youssou N’Dour en 1988. Hasta allí se trataba de eventos más o menos extraordinarios –pocas veces se vio un River tan lleno como en aquel concierto de Amnesty–, anunciados con tantos meses de antelación como los que precedieron ahora a la visita de Waters, por lo especial de la fecha y para dar pie a que la gente juntara billete sobre billete para la entrada. Pero a comienzos de los 90 Rock and Pop, la productora de Daniel Grinbank, abrió una puerta giratoria y empezó la danza de nombres. Para el público rockero, aquello fue lo más parecido al paraíso: hasta el berretín más delirante podía ser realidad, hasta un grupito llamado Nirvana podíacompartir festival con Keith Richards y The B-52’s. El álbum empezaba a llenar sus primeras páginas.
El recuento, quedó dicho, impresiona. Puestos a puntualizar qué grandes figuras nunca pasaron por aquí, queda solo un puñado, y todos con buenas excusas: Jim Morrison, Jimi Hendrix, Bob Marley (pero vinieron los Wailers), John Lennon y George Harrison (pero McCartney se encargó de entregar su cuota Beatle). Puede lamentarse que nunca haya venido Pulp, la otra pata del brit pop que sí representaron Oasis y Blur, o que se haya cancelado la anunciada visita de Joe Strummer, que podría haber generado un aquelarre-The Clash inolvidable. Pero basta echar un vistazo a los cuadros para darse cuenta de que todos los géneros ofrecieron aquí sus figuras de lustre, y que –por citar un ejemplo– el apartado “Solistasprócer” daría envidia a más de una ciudad del Primer Mundo.
El problema es que éste no es el Primer Mundo, aunque lo haya parecido. Fijando como arranque del aluvión aquel Derby Rock Festival que en 1990 presentó a Laurie Anderson (en el Gran Rex), David Bowie, Eric Clapton y Mick Taylor (en River), lo más impresionante es la rapidez con que sucedió todo. Y es imposible no trazar un paralelo con los años de auge de la convertibilidad. Entre 1992 y 1998, las fechas y nombres se acumularon, se sucedieron y hasta superpusieron, provocando que un fin de semana tocara Smashing Pumpkins y al otro Björk, o que el arranque de 1998 presentara sucesivamente a U2, Oasis, The Rolling Stones y Bob Dylan. Fue entonces cuando el escenario empezó a ser ocupado por la recesión, y el milagro de ver el año pasado a Neil Young, REM, Beck (tres debutantes en el país) y Oasis en el Hot Festival tuvo más que ver con la realización del Rock in Rio que con un negocio viable. Hoy, el único visitante extranjero que aparece en todos los diarios es el indio Anoop Singh, que viene decidido a cantar una única canción, la del plan sustentable del FMI. Como en los viejos tiempos, habrá que conformarse con los discos. Y resignarse a que, después de tanta fiesta, el poster se haya quedado irremediablemente quieto. ¿Vendrán tiempos mejores?