EL PAíS
Voces de papel para la bronca de las asambleas en los barrios
Los vecinos autoconvocados están comenzando a generar sus propios periódicos y revistas. La historia de las primeras ediciones de los medios de la democracia directa.
Por Irina Hauser
El imprentero de Almagro, un ex militante setentista que escucha a Jimi Hendrix y Los Beatles, descargó varios pilones en el piso. Había 1200 ejemplares, mitad para la asamblea de Rivadavia y Castro Barros, mitad para la de Corrientes y Medrano. Era el primer número de “Almagro en Asamblea”, que saldrá una vez al mes. Es un intento de dar una voz palpable a los caceroleros, un nuevo canal para explayarse. A la vez, un intento por dar aire a las reuniones barriales, evitando desgastes, y de convocar más gente. Las asambleas de barrio están empezando a generar sus experiencias mediáticas propias, como construcción de una identidad que no se quede en el reclamo contra el corralito, los problemas del barrio o al “que se vayan todos”.
“¡Que venga lo que nunca ha sido!”, dice un graffiti que apareció en la calle Cabrera al 4000. Los autoconvocados de Almagro lo muestran en una foto que aparece en la portada de la publicación que ideó una heterogénea comisión de prensa. Una psicóloga, un programador de Internet, periodistas, estudiantes y hasta una numeróloga fueron algunos de los integrantes. Llegaron a ser 20 personas: un caos. El imprentero de la zona se apasionó con la propuesta, colaboró con el diseño y se convirtió en un asambleísta más. El periódico salió, tiene ocho páginas y para el próximo número –que saldría en abril– ya hay artículos escritos e historietas ofrecidas. Los materiales hasta ahora fueron financiados con una colecta barrial.
“No queremos que tenga publicidad, pero para la próxima aceptamos adhesiones solidarias de comerciantes que quieran hacer un aporte para la impresión”, dice Laura, estudiante de Ciencias de la Comunicación de 25 años, tez blanca y melenita ondulada.
En proyecto o en papel, los periódicos de las asambleas ya existen en algunos barrios. Circulan, se ven, se tocan, llenan un vacío que la web no puede saciar. Llegan a los desocupados, a los comerciantes, a los abuelos. Son mucho más ambiciosos que los boletines informativos –que ya implementaron la mayoría de los caceroleros– porque intentan dar cauce a necesidades de los vecinos y a las dificultades que surgen en sus encuentros semanales como, por ejemplo, el deseo de relatar o de opinar.
La asamblea de Colegiales empieza cuando todo el mundo ya tiene “La cacerola de Zapiola” en la mano. Es un semanario que los vecinos terminan de armar el día de la reunión al mediodía con los toques finales de un diseñador entusiasta y una imprenta solidaria. El primer número tuvo una crónica que contaba cómo nació la asamblea, a partir de una pintada sobre el pavimento: “El jueves a las 21 nos encontramos acá”. Desde entonces, el periódico se fue llenando de relatos, imágenes, reflexiones y anuncios de actividades. Ya salieron ocho números, de ocho páginas.
“Publicamos, además, el informe de las comisiones y eso nos permite ahorrar tiempo en la asamblea. Las comisiones sólo plantean propuestas a ser votadas, eso nos da dinamismo. También hay una página de pequeños avisos donde la gente ofrece su trabajo”, dice Román Mazzilli, un psicólogo social que aporta al grupo su experiencia editorial.
“Instantáneas de la calle”, se llama una sección del periódico de Colegiales. Los vecinos se fotografiaron a sí mismos, a la esquina donde se reúnen, a sus banderas, sus protestas y escraches, al momento en que votan y en que se pelean. Se muestran como un verdadero milagro. “Para el que haya visto ‘Matrix’ -.dice Martín K. en la página de opinión-. es como habernos dado la bienvenida a otro mundo que estaba en este, para ver actores y relaciones que permanecían ocultos.” El número de esta semana dedicó su tapa al primer festival callejero de la zona, otro recurso destinado a seguir andando, a “repudiar los 26 años del golpe”, explican, “ahuyentar el miedo y recordar que faltan 30.000 sueños, pero que juntos podemos construir uno nuevo”. Todo eso, señalan en la edición anterior, “a pesar de la violencia de las patotas y la policía, las amenazas de golpe de Estado, la ceguera y la sordera de Duhalde, el Congreso y Corte, la pequeñez moral de algunos dirigentes y partidos políticos”.
Las publicaciones de los asambleístas desafían la tradición de los
de los diarios barriales y políticos. Se hacen con la misma horizontalidad con que funcionan las asambleas, sin directores ni jefes. “En las asambleas todos los títulos desaparecen, son denegados por la gente. Uno puede ser escritor, poeta o astronauta, pero sólo es importante si aporta su saber a los demás”, explica el periodista Luis Gruss, quien participa, con esa idea, en la publicación de Almagro.
“El grito de Azucena” sorprende entre las páginas de Almagro en Asamblea. Es un texto que cuenta cómo “una vecina se animó a protestar en Plaza Vea por los aumentos”. Lo hizo en voz alta, ahí mismo, con “el pulso acelerado y las piernas temblorosas”, y logró alertar a todos los presentes. “Si todos la imitáramos conseguiríamos frenar la ola inflacionaria”, propone la vecina Amanda, que firma la crónica. A continuación, un artículo detalla un proyecto barrial de huerta orgánica que promete dar trabajo a 400 personas. Hay, entre otras cosas, agenda de actividades, críticas al fallo de la Corte que prohibió la “píldora del día después” y un debate sobre el rol de las comunas (“¿un espacio de poder para los vecinos o el fantasma de la institucionalización?”, se pregunta Lidia). También hay, para compartir, algunas preguntas a la esperanza que formuló el escritor suizo Max Frisch y que refrescó el vecino Luis: “¿Cuántas veces debe fracasar una esperanza para que por fin la abandonemos? ¿Podemos renunciar a un sueño sin asumir uno nuevo de inmediato?”.