ESPECTáCULOS › LOS INCIDENTES EN COSQUIN ROCK, TRAS LA FALLIDA PRESENTACION DE CHARLY POR PROBLEMAS DE SONIDO
Un nuevo cortocircuito en el planeta Say No More
Una parte de la multitud que llenó la Plaza la noche del sábado y madrugada de ayer arrojó piedras y botellas al escenario, irritada porque los graves inconvenientes técnicos no le permitieron a Charly concretar su show. El productor del festival adjudicó al músico parte de la culpa por los disturbios.
Por Esteban Pintos
Desde Cosquín
La tercera y larguísima noche del festival Cosquín Rock 2004 que debía cerrarse con el show de Charly García concluyó abruptamente con disturbios que sobrevinieron al retiro del músico. El veterano rocker, que había salido a escena a las 5.45 de la mañana –dato que por sí solo revela una notoria demora en el desarrollo de la programación–, abandonó el escenario irritado por deficiencias en el sistema de sonido, cerca de las 6.30 de ayer. Una parte de la multitud que llenó el sábado la plaza Próspero Molina (23.000 personas, según la organización del festival), con la certeza de que García no volvería, comenzó a arrojar piedras de considerable tamaño y contundencia, también botellas, que dieron sobre el escenario, algunos fotógrafos y la cabeza de un policía. Mientras, insultaban a coro a los organizadores y amenazaban “Ay, ay, qué risa que me da/Si no toca García, qué quilombo se va a armar”. Un grupo de veinte personas intentó inclusive tomar por asalto el escenario y campeó cierto temor por un posible saqueo de instrumentos y equipos (como en una recordada y problemática edición del festival de rock de La Falda en 1987), pero finalmente eso no se concretó. El resto del público se retiró entre asustado, decepcionado y enojado por la función inconclusa: aun así, nunca se la tomó con Charly García.
Y todo concluyó ahí. Los seis detenidos reportados por la policía local datan, según se informó luego, de momentos previos al último show. Un poco más tarde, cerca de las 8 de la mañana, la ciudad serrana presentaba el mismo panorama apacible de otras mañanas: muchos chicos durmiendo en la plaza central y alrededores, unos pocos móviles policiales circulando y silencio serrano de domingo. La chispa no encendió el fuego tan temido, pero quedaban cenizas.
Al mediodía de ayer, el productor del festival José Palazzo confirmó la realización de la última jornada –que había comenzado a media tarde y, al cierre de esta edición, tenía previstas las actuaciones de León Gieco, Luis Alberto Spinetta y Los Piojos– y adjudicó buena parte de la responsabilidad por los incidentes a Charly García. Si bien Palazzo aceptó las deficiencias técnicas que sacaron de quicio a la estrella, consideró que éste podría haber pasado de eso y ofrecido su show –aunque no fuera en las condiciones ideales– para quienes habían esperado hasta el amanecer para verlo. Además, la organización dispuso el domingo permitir el ingreso gratuito de quienes tenían entrada para el show del sábado, mientras se dejaba trascender también que el músico ofrecía tocar domingo o lunes (pero, además de cuestiones organizativas, se hablaba del “consejo” municipal sobre la inconveniencia de hacerlo). Las consecuencias de este primer gran incidente vivido dentro del predio del festival (en 2002 hubo disturbios y represión policial en la plaza de la ciudad y calles aledañas) resultan difíciles de establecer todavía, en caliente, pero la armonía que parecía reinar en la capital nacional del folklore cuando recibía de buena gana “al rock”, fue puesta en duda. En verdad, no tuvo que ver exactamente con ninguna multitud enardecida por algún tipo de exceso de consumos –una tentación para ciertos medios, en busca de culpables para aquello que casi siempre suele titularse “violencia en el rock”–, sino más bien por el evidente cortocircuito entre un divo caprichoso y una estructura organizativa sobrepasada por la exigencia. El público, ajeno a la interna, pagó las consecuencias.
El acto de Charly García en Cosquín 2004 merece un repaso cronológico que, si no explica todo lo que vino después, al menos ayuda a entender por qué pasó lo que pasó. El rocker goza y hacer valer su status de estrella indiscutida de este festival desde que se presentó aquí por primera vez, en el verano de 2002. Exige y demanda determinadas condiciones de trato –algunas excéntricas, otras graciosas– que le son otorgadas. Una declaración suya publicada el sábado en el diario cordobés La Voz del Interior, echa más luz sobre el tema. “Ponerme una limusina no es adularme, es lo que corresponde, lo normal. ¿Los Rolling Stones van en bicicleta a tocar? Más allá de lo simbólico, esta es una forma de asegurarse una cierta privacidad e independencia del delirio que son los festivales, que son como el hipódromo. ¡Larga la cuarta! ¡Sale la quinta! Todos corriendo de aquí para allá. Yo que viví La Falda hace un tiempo atrás (eso sí que era un delirio total), y estoy acostumbrado a ese tipo de caos, la adulación me sirve para concentrarme sólo en la música. Sobre todo en Cosquín.” No llegó en limusina blanca esta vez. Del aeropuerto de Córdoba al hotel y, más tarde, del hotel a la plaza, fue conducido en un BMW negro con banderitas argentinas en sus laterales y custodia de patrulleros policiales. Llegó a camarines vestido con saco y pantalón negro, camisa rojo shocking, acompañado por su banda de músicos chilenos, un cuarteto de cuerdas dirigido por Alejandro Terán, su hijo Miguel y Fernando Samalea.
En camarines, más o menos a las 5 de la mañana, Charly montó un miniensayo para las cámaras de la señal de cable Much Music. Parecía (relativamente) relajado. A las 5.30 dijo “¡vamos a tocar!” Quince minutos más tarde, ya sobre el escenario, inició una prueba de sonido que demoró aún más el comienzo de la actuación (¿puede imaginarse al público, esperando a las 6 de la mañana?). A las 5.55 arrancó con Desarma y sangra, que tuvo varias interrupciones, porque no estaba conforme con el retorno y funcionamiento de micrófonos, guitarras y teclados. Hubo más pausas, gestos nerviosos y gritos de parte de García, corridas de su manager Santiago Zambonini para tratar de solucionar algo. Tocaron Cerca de la revolución, pero también con interrupciones. A las 6.05, se fue del escenario y se guareció detrás de un cortinado, molestísimo y nervioso. A las 6.10 tomó el micrófono y desde detrás de los telones se dirigió a la multitud. “Les habla el comandante Say No More, estamos atravesando una zona de turbulencias”, dijo. A las 6.12, preguntó: “¿Podemos empezar?” Hizo Yendo de la cama al living, Promesas sobre el bidet y algo apenas de El amor espera. Ahí se fue. Empezaron los piedrazos, el intento de toma del escenario, las corridas. Debajo, en camarines, él esperó un rato. Le pidieron a Fito que lo convenciera de volver. Páez se negó. A las 6.45, Charly García se fue de la plaza Próspero Molina. Saludó a los pocos curiosos, periodistas y músicos que quedaban por ahí. “Hasta mañana”, dijo. Y se subió al BMW con las banderitas argentinas.