ESPECTáCULOS › HOY SE ENTREGAN LOS PREMIOS DE LA COMPETENCIA OFICIAL
El festival empieza a despedirse
Con Las horas del día, del catalán Jaime Rosales, se cierra la competencia, pero la fiesta continúa durante todo el domingo.
Por Horacio Bernades
Una noticia mala y otra buena. La mala es que una nueva edición del Bafici llega a su fin. La buena: hay un día de yapa. Hoy a la noche será la ceremonia de clausura del VI Bafici, cuando los distintos jurados anuncien los premios de las diversas secciones y haya lugar para el ritual de festejos, aplausos y celebraciones con que todo evento de este tipo se despide hasta un año más tarde. Pero durante todo el día de mañana la cosa seguirá como si nada, con funciones desde las 11 de la mañana hasta la medianoche, tanto en las instalaciones del Complejo Hoyts Abasto como en las otras salas que, a lo largo de once días (con el de mañana serán doce en total) han dedicado su programación enteramente al festival. Ahí sí, llegará el momento de un balance final que, una vez más, se anuncia como enormemente positivo, tanto en términos de perfil y calidad como de repercusión y presencia de público.
En cuanto a la competencia oficial de largometrajes, entre hoy y mañana se cierra con la presentación de las dos últimas películas que faltaban para completar la plantilla de 16 títulos. De estas dos, una es excelente y la otra, no. La excelente es la española Las horas del día, ópera prima del catalán Jaime Rosales, que se había presentado en la “Quincena de realizadores” del último Cannes, donde había ganado el premio de la crítica. Y la que no es nada excelente es la película rusa Posledny poezd, que el catálogo y la grilla del festival anuncian con su título en inglés: The Last Train. Como muchas películas vistas no sólo en competencia del festival sino también en el resto de la programación, Las horas del día es la crónica de un malestar. En este caso, el que no se siente a gusto en el mundo es Abel, treintañero que aún vive con su madre viuda y –como Daniel Hendler en El abrazo partido– atiende el pequeño negocio familia barrial, de venta de ropa para damas, caballeros y niños. Sin clientes a la vista y con un negocio demasiado devaluado como para venderlo, tampoco en el terreno afectivo le va mucho mejor a Abel. Pero su problema es mucho mayor que el simple malestar: cree ser feliz, estado que supone como hijo del conformismo. Esta esencial inconciencia de sí lo lleva a lastimar a quienes lo rodean. Y no sólo de palabra. Revelar más sobre su conducta sería privar de sorpresa a quienes vayan a ver Las horas del día, actividad que Página/12 recomienda vivamente. Sorpresa es poco: confirmando aquello de que nadie conoce a nadie, allá por el minuto veintipico de película el espectador recibirá un verdadero baldazo de agua fría, un shock de marca mayor, el primer escalón de la desolación a la que el film de Rosales se encamina indefectiblemente. Lo que Las horas del día sugiere es que es posible ser Abel y al mismo tiempo Caín, sin que esto altere la banalidad cotidiana o la rutina de la medianía.
Con un control total sobre el tono del film, el registro actoral (no será fácil olvidar a Alex Brendemühl, que también se luce en En la ciudad, otro magnífico film catalán que presenta el Bafici), la economía de medios y todos los elementos de la puesta en escena (Abel suele aparecer encuadrado entre marcos de puertas y ventanas, expresión visual del encierro dentro de sí mismo), el de Jaime Rosales es uno de esos raros casos en los que un cineasta debutante se revela, ya de entrada, en pleno dominio del medio. Si hay justicia en este mundo (o aunque más no sea, en este festival), Las horas del día no debería dejar de figurar en el palmarés del Bafici. Así como no debería figurar El último tren, ópera prima de Alexei Guerman, hijo del cineasta homónimo. Centrado en algunos veteranos militares alemanes en plena retirada de Rusia, hacia fines de la segunda guerra y en pleno y despiadado invierno eslavo, Guerman filma su agonía entre resfríos, ayes y toses (en pocas películas se han oído tantas).
No hay duda de que, en términos visuales, el director le saca el jugo al prístino blanco y negro, al formato scope y a la nieve, las tormentas y la vastedad de la estepa rusa. El problema de El último tren es de orden dramático: difícilmente el espectador llegue a sentir algo por el médico, el cartero y el oficial a cargo, posible consecuencia de la escasa identificación que el propio realizador parecería haber tenido con estos representantes del otro bando. Como el cirujano que la protagoniza, El último tren se mueve con paso lento y muy, muy pesado. A diferencia del Bafici, que avanza hacia su cierre con la resolución de quien hizo las cosas bien.
Las horas del día se verá hoy a las 20 y mañana a las 21, en el Hoyts 10. El último tren, hoy a las 18 en el Hoyts 10 y mañana a las 15.30 en el América.