ESPECTáCULOS › GASTON PAULS REGRESA EL MARTES CON “SER URBANO”
“Este programa me ayudó a mí mismo a abrir los ojos”
Aunque sigue trabajando en cine, ya con repercusión internacional, Gastón Pauls decidió este año volver a internarse en territorios poco frecuentados por la televisión para la segunda temporada de Ser Urbano.
Por Emanuel Respighi
Gastón Pauls admite que su trabajo al frente de Ser Urbano es un desafío que responde a una necesidad mucho más “personal que artística”. El actor, que el martes próximo a las 23.30 regresa a la pantalla de Telefé con la segunda temporada del ciclo periodístico-documental producido por Ideas del Sur, señala en la entrevista con Página/12 que, aun con la enorme “cuota de dolor” que le produce hacer el ciclo, se trata de una propuesta que lo gratifica como persona. “A veces es un trabajo muy angustiante y en otras es hasta divertido, pero hay algo que no varía: hacer este programa es una tarea que siempre me termina enriqueciendo”, subraya.
Luego de grabar en los últimos meses más de 50 informes de todo tipo, con entrevistas realizadas en Chile, México, Uruguay y hasta en la Antártida, además de diversos lugares del país, Pauls vuelve a la carga con un ciclo que se destaca por contar historias crudas desde la peculiar mirada personal del actor, sin ninguna pretensión periodística. Una narración que toma aún más intimidad desde la cámara digital que, en permanente movimiento, refleja una realidad que generalmente no es habitué permanente de la TV.
Tras una temporada 2003 en la que cosechó buenas críticas desde la prensa y el público, Ser Urbano regresa con la propuesta de darles la voz a aquellos que por lo general no la tienen, sólo que tal vez aggiornada a los nuevos aires que soplan en el país. “Este año –cuenta Pauls– decidimos hacer algunos informes con un tono más positivo o esperanzador. Vimos que hay gente que en medio de la situación dura que vive a diario se las ingenia con un corazón enorme para ayudar al prójimo y generar un cambio. Nos gustó la idea de mostrar también ese otro lado: gente que rema contra la corriente, con un espíritu romántico que parece pasado de moda, hacen cosas que en medio de esta jungla parecería que no se deben hacer.” Aun cuando el actor está profundamente abocado a su carrera cinematográfica (ver aparte), Pauls confiesa que le gustaría seguir haciendo algo que tenga que ver con lo social, pero ayudando de una forma “más concreta” a la gente. “Luego de hacer Ser Urbano hubo un antes y un después en mi vida”, dispara.
–¿Por qué?
–Porque ver a un pibe con hambre o a un viejo muriéndose en la pobreza extrema a través de un medio de comunicación es una cosa, pero ver a esa gente al lado de uno, tocarla, abrazarla, es otra cosa. Las sensaciones entre la imagen mediática y la realidad son muy diferentes. Cuando uno ve de cerca el dolor concreto de la vida y lo salvaje de este mundo, hay ciertas cosas que son imposibles que sigan siendo iguales. La manera de relacionarme con los demás no es la misma. Ver a un chico siempre me causaba dolor, pero la diferencia es que ahora lo tocaste, lo abrazaste y ese chico te dijo ‘tengo hambre’. Y te lo dijo a vos, mirándote a los ojos... Es muy fuerte. Es imposible que ese contacto no replantee tu vida.
–¿Qué le modificó Ser Urbano en su vida cotidiana?
–Me pasó que durante mucho tiempo me daba mucha culpa mi situación privilegiada. Yo salía de estar en una villa y me sentía muy culpable. Llegaba a mi casa y me daba culpa ser parte de un mundo tan desigual e injusto. Hoy también me pasa, sólo que ahora pienso que el ciclo me edificó un montón de cosas internas que me gustaría llevar adelante en otro momento. Antes, no veía esa posibilidad y me asustaba, me preguntaba constantemente: ¿qué hago con todo lo que veo? ¿Cómo puedo hacer algo por esta gente? ¿Cómo vehiculizó ese dolor con la posibilidad de generar algo positivo de toda la mierda que veo en los informes?
–¿Y qué se contestaba? Por más buena intención que tenga, usted hace un programa de televisión que en el fondo es un negocio...
–Sí. La impotencia de no poder cambiar la realidad es una sensación que te desespera. Hubo momentos en que me costó mucho hacer el ciclo. No es fácil enfrentarte a esa realidad. Cuando empecé con los informes, lo que veía me hizo temblar un poco. Hoy trato de estar bien anímica y espiritualmente, intentando desde mi lugar ayudar a esa gente. Una de las cosas que también descubrí en el programa es que hay mucha gente que no tiene prensa ni pertenece a ningún partido político que hace cosas para mejorar la situación de los que peor están, que tira para adelante con una polenta y una dignidad envidiables, de la que tendríamos que aprender.
–Estuvo grabando informes en otros países. ¿Qué diferencias y similitudes encontró entre la sociedad argentina y la de otros países latinoamericanos?
–Me parece que acá estamos más curtidos con el dolor. En Argentina, al menos en los últimos treinta años, el dolor está presente todo el tiempo en nuestras vidas.
–¿Y cree que ese dolor nos congela o, por el contrario, nos hace más fuertes?
–Es muy diferente lo que ocurre en Buenos Aires que lo que pasa en cualquier otra provincia. En Buenos Aires me parece que es más tango, más folclore, hay una cultura de regodearse en el dolor. En las provincias, suena otra música: el folclore, el chamamé... Y se toma la realidad desde otro lado: se quejan menos, aun cuando la realidad es mucho más cruda que en Buenos Aires. La gente del interior la pelea más, miran más para adelante. Y estuve en México con los zapatistas, donde me di cuenta de que el dolor es el mismo en todo el mundo, porque el dolor no tiene un idioma, una lengua: el dolor es sensación y es urgencia.
–Usted es un actor de cine reconocido, con una extensa trayectoria y muchas propuestas. ¿Por qué decidió aceptar la propuesta de conducir un ciclo como éste?
–No sé. Hace tres meses estuve en Los Angeles, veía pasar Rolls Royce, Mercedes, BMW... ¿Esa gente sabe lo que pasa un poco más abajo? Y me di cuenta de que yo podría perfectamente venirme a vivir acá y continuar mi carrera como actor. Nueve Reinas fue un gran disparador en ese sentido, con la remake estadounidense que se acabó de terminar. Pero irme a vivir afuera sería como intentar tapar mi condición de argentino, como meter abajo de la alfombra el polvo de mi identidad que está con mal olor. Y me parece que ese polvo, en algún momento, viene un viento y lo levanta: prefiero verlo ahora y no que a los 70 se me venga todo ese polvo encima. Me parece que hay cosas para hacer hoy, que no quiero hacerlas a los 70.
–¿Es un bicho raro para la camada de colegas de su generación?
–Cuando me convocaron para hacer Ser Urbano, los productores me dijeron que me habían llamado por mi compromiso social. Pero yo fui porque me parecía interesante la propuesta. El compromiso con lo social es un instinto absolutamente personal, hay cosas que me movilizan y voy porque me lo pide mi alma. El ver la realidad y participar de lo social tiene un arraigo familiar: recuerdo ir con mi viejo, desde muy chico, a marchas. A mi viejo, por ejemplo, yo lo vi llorar por primera vez cuando Argentina salió campeón de fútbol en el ’78, diciendo que no había nada para festejar. Y eso te marca una conducta.
–¿No cree que el ánimo actual mucho más esperanzado de la gente que cuando empezó el ciclo puede atentar contra la audiencia?
–Sí, pero la esperanza tiene que ver con mirar la realidad y ver qué y cómo se puede mejorarla. Muchas veces me pregunté ¿qué sentido tenía mostrar determinadas cosas y después irme a mi casa a dormir? Pero sé que a veces este ciclo, sin ser un programa de denuncia, puede llegar a servir para abrir los ojos. A mí, por lo menos, me los abrió: me hizo ver un montón de cosas que desconocía. La esperanza se debe basar en la realidad, sabiendo dónde estamos parados. Sé que hay una esperanza general, que tiene que ver con cómo se están manejando ciertas cosas. Pero esa esperanza no puede tapar cierta realidad, como la que viví en Córdoba en un pueblo de una pobreza extrema. Que no nos engañen: en el país hoy sigue habiendo hambre, desocupación, injusticia y otros males mayores. Esa es nuestra realidad, aun cuando nos quieran vender otra.