ESPECTáCULOS

Un programa de cocina donde los platos se decoran con salsa rosa

Mauricio Asta y Eduardo Rodríguez lograron lo impensado: que Utilísima incluyera un ciclo gay, lleno de chistes y adornos barrocos.

 Por Julián Gorodischer

En el origen de Mauricio y Eduardo, primer programa de cocina gay, hay una provocación machista: “Los tipos no cocinan, buscan una mina que lo haga”. Lo pensó el productor que, desvelado por atraer al nicho masculino a Utilísima, imaginó la contracara gay. En el comienzo, “te empezás a dar cuenta” (dice Mauricio Asta), en el primer minuto “te quedan claras algunas cosas” (agrega Eduardo Rodríguez). ¿Y qué es eso que nunca llega a nombrarse? No se dice, se elude, porque “da vergüenza” (dicen a dúo), porque nadie les pidió que sea la tribuna para plantar bandera o un discurso que no sea una receta de cocina. Transgreden de otro modo: saturan chistes, sentidos dobles, de los obvios y de los graciosos, todo el tiempo: “Qué buen manejo de manga que tenés” (dice Eduardo mientras el amigo decora). “Vos con esfuerzo vas a poder”, le responden.
El programa gay de Utilísima (que acaba de venderse a la cadena Ono de España, y se emite los martes a las 14 y a las 22.30) se comenta como el inquietante hallazgo del zapping, donde estos tipos interrumpen los agudos de otras conductoras para seguir con sus cositas: “¡Cómo te divertís en el gimnasio, eh!”, de Mauricio, con el tono baboso del erotómano. Eduardo y Mauricio sienten el goce de hacerse impresentables, del papelón, ese punto del que no volverán, por decisión y con honra. “¿Colocamos el confite con la pincita?”, dice uno. “¿Es la que usás para el cavado?”, le contestan. Ni a la ecónoma gordita, ni al ejecutivo acostumbrado a rubias sorprende el tono zarpado. Y el argumento es siempre del tipo comparativo. “Ahora se ve cada cosa...”, dice Verónica Rondinoni, la productora.
–Pero esto que se ve, por contexto, podría ser el escándalo de la espectadora Utilísima.
Eduardo: –Damos la nota con eso, con cosas indirectas.
Mauricio: –Desde la ironía o lo no dicho, el impacto es mucho más fuerte que blanquear. Después nos llegan mails halagando la parte física: “Me casaría con vos”, “lástima que seas trolo”.
No es que el programa gay de Utilísima sea raro por sus chefs desvividos por el decorado del plato (agregan hasta oro comestible a la mousse), ni por el alternado de cosas dulces y saladas, ni por el simulacro de cena entre dos amigos que viven solos, una virtual pareja, ni tampoco por la estructura típica de cocina y degustación con charla amena para parecerse más a una escena de hogar que a una clase magistral. Lo es porque corta de golpe un marco de expectativa; después de Choly Berreteaga o de las chicas light de Belleza de mujer, ellos dicen: “Que me la vas a dar, que la vas a enseñar, siempre decís lo mismo. ¿Para cuándo?”.
El desvelo por acotar el nicho sin nombrarse los hace saturar la broma gruesa entre plato y plato, pero nunca durante el recetario. Hay cosas que no se cuestionan, como el momento sagrado de los ingredientes o la preparación, esos minutos en los que se impone el objetivo didáctico, sin interferencias, para después, sí, reanudar la tournée del chiste. El cocinero jodón conoce de memoria el nuevo canon: Martiniano juega con los muñecotes de Los cocineros en casa, y mucho antes Maru Botana anduvo en patines por la cocina. Ya no quedan bien la mirada a cámara y la voz seriota. Pero si sus precursores eligieron la escuela del circo o el varieté, los zarpados heredan la onda revisteril.
–¿Mauricio y Eduardo hace un uso voluntario del estereotipo?
M.: –Somos una dupla bastante antagónica: él va al gimnasio, yo cero gimnasio. Yo soy rimbombante; él cocina sin tanto decorado. En este afán de dar a conocernos y no animarnos, podemos caer en estereotipos para dar un puntapié, y que de algún modo se sepa.
–¿Por qué son siempre platos sofisticados, muy armados?
M.: –Cada cocinero es de acuerdo con su circunstancia. No es igual un gordo barrigón de 55 años que un egresado de escuela de cocina que está mucho más atento a la estética. Se ve en cualquier restaurant de Palermo.
E.: –Es más una estética que un plato. El gay se fija más en cómo está adornado.
M.: –La cocina es un show. No estamos tan atentos a la técnica. Es más hacer algo divertido. Lo gay sobrevuela, no se nombra: me da avergüenza, no sé cómo plantearlo. Y además, ¿hace falta decir que somos gays?

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“La cocina es un show, no estamos atentos a la técnica”, dicen ellos.
 
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