EL PAíS › OPINION

Desigualdad y seguridad

 Por Washington Uranga

La seguridad es hoy un reclamo de toda la sociedad. Pero los discursos son diferentes. Desde las posiciones más conservadoras se esgrimen argumentos limítrofes con el totalitarismo para pedir la salvaguarda de los “derechos”. Mientras tanto, los datos elaborados por los organismos internacionales, por las agencias del Estado y por los investigadores privados señalan de manera inequívoca que, desde hace treinta años, la Argentina es un país en franco retroceso respecto de la igualdad social. El ingreso se concentra cada vez en menos manos y se agranda la brecha entre ricos y pobres.
En estas tres décadas no sólo se ha empobrecido el país sino que hay mayor distancia entre los que menos tienen y los que más acumulan. Nadie puede negar que la seguridad de los ciudadanos es un derecho que el Estado debe garantizar. Sin embargo, los voceros más exultantes de los reclamos de seguridad en la Argentina de hoy suelen hacer un recorte arbitrario del tema, que sólo atiende a los derechos individuales y, de manera muy particular, al derecho de propiedad. Paradójicamente son las mismas voces –hay excepciones– que guardaron silencio cuando otros derechos humanos –en particular el derecho a la vida– fueron violados por regímenes autoritarios.
Varios de los que hoy apelan al “orden” no usaron el mismo argumento cuando se violó el orden social, llevando a tantos a la muerte por hambre o por asesinato. Pero, además, ¿por qué ciertos derechos tienen más valor que otros? ¿Por qué no se reclama con el mismo vigor, con la misma tenacidad y desde los mismos estrados, para que se combata una desigualdad social que agranda cada día la inequidad en la que vivimos? No se trata de justificar la inseguridad en la pobreza. En primer lugar porque no son ni principal ni únicamente los pobres los que generan inseguridad. Pero tampoco se puede reducir la inseguridad sólo a los aspectos que algunos quieren ver, sólo a la defensa de la propiedad privada o a garantizar la libre circulación. Para hablar de inseguridad hay que hablar de toda la inseguridad. Y la más radical y profunda de las inseguridades es la desigualdad social, que tiene su raíz en la inequidad, en la concentración del ingreso, en el egoísmo de quienes sólo piensan en sus propios réditos y beneficios.
En un estado de derecho, la seguridad social y la individual son igualmente importantes, no se oponen y ambas se basan en la equidad y en la defensa de la vida. La seguridad es un compromiso social conjunto de todos los actores, pero tiene que asentarse en una mirada integral, al margen de miradas reduccionistas que alimentan discursos oportunistas y reaccionarios.

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