ESPECTáCULOS
El bien y el mal, según Stevenson
El director Pablo Silva le da otra vuelta de tuerca a la clásica historia de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, en una arriesgada puesta teatral.
Por Hilda Cabrera
En la folletería que se le entrega al espectador que asiste al Teatro El Vitral para ver Dr. Jekyll, una adaptación de un clásico del escocés Robert Louis Stevenson (1850-1894), el director y puestista Pablo Silva da cuenta de su labor sobre una historia varias veces llevada al teatro y al cine. “Stevenson nos trae la aventura del horror –que envolvemos en comedia– y la tragedia que implica la duplicidad del ser humano, y el sueño de un temerario que apuesta su vida a sus creencias, en tiempos donde los Hyde perduran y los Jekyll no abundan”, subraya el director. Una acotación que tiende a trastrocar los tiempos, acaso con la intención de poner una nota de actualidad a una ficción que ha sido analizada desde diferentes puntos de vista en toda época y lugar. Autor de historias fantásticas (Viaje con un burro por la Cevennes) y de aventuras (La isla del tesoro), Stevenson permite a los lectores de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde salvar toda distancia histórica y reflexionar sobre el universo de lo insólito y sobre los reveses que sufre la conciencia.
Puede decirse que en esta novela de 1886, sobre la cual Silva ha realizado su montaje (en el que se advierten influencias del cine), predomina la visión fatalista de la dualidad humana, con exageración de las mutaciones de la personalidad. Asunto que, por otra parte, se considera hoy “normal” en sociedades en crisis. Otorgar actualidad a la figura Jekyll/Hyde no es por lo tanto disparatado ni tampoco nuevo. En el montaje llevado a cabo en la sala de Rodríguez Peña 344 (con funciones sábados y domingos a las 21) extraña sin embargo que su director (responsable, entre otros títulos, de Luca vive, Ataque de pánico, La última cerveza de Bukowsky y El Kaso Dora, y colaborador en el taller literario de su padre, el escritor Dalmiro Sáenz) explote esta potente metáfora ridiculizando a los personajes a través de algunas extravagancias del vestuario o de la acumulación de tics.
La puesta se parece por momentos a un teatro de guignol, por esos subrayados, algunos elementos de la escenografía y por las situaciones disparatadas zanjadas a ritmo ágil. Se eluden coincidencias, entre otras, la de que fuera la represiva sociedad victoriana el entorno en el que nació el personaje Jekyll/Hyde, acaso para convulsionar desde la literatura un orden social. El autor escocés contaba entonces con aliados: las callejuelas neblinosas y las teorías cientificistas sobre la maldad. El extraño caso... cerraba un capítulo. No se trataba ya del monstruo creado por el hombre e independiente de su cuerpo, como el legendario Golem que recorría el intrincado barrio de los alquimistas de Praga. El monstruo habitaba el cuerpo mismo, y Jekyll/Hyde se convertirían en adelante en metáfora de la lucha entre el bien y el mal que el humano libra en su interior. Eran uno y su alter ego, y todavía más: otra fantasía sobre la desobediencia parricida (Jekyll legando a Hyde su laboratorio y Hyde imponiéndose al doctor).
En la versión de Silva (que ha sido supervisada por el dramaturgo Mauricio Kartun, como se aclara en la ficha técnica impresa en el programa) no se descubre esa mirada sobre la sociedad victoriana que ocultó sus atropellos y que, quizá por eso, generó en el campo literario detectives célebres, como observaron algunos investigadores. Ejemplo máximo es el inglés Arthur Conan Doyle (1859-1930), pionero del relato policial de resolución lógica y psicológica, sobre todo a través de su serie Aventuras de Sherlock Holmes. Por el contrario, el director, aun cuando no se desprende totalmente de aquella época (así lo indica el vestuario), fragmenta la anécdota sin atarse a una idea conductora. Una podría ser que el bien y el mal se complementan, como pudo apreciarse en una puesta que trajo a Buenos Aires la compañía británica Empty Space, en 1997, donde la doble vida del doctor era definida como producto de una sociedad hipócrita. Quizás lo que sí pueda decirse de esta traslación estrenada en El Vitral es que se trata de un thriller deliberadamente desarticulado, donde se privilegia el toque farsesco, Hyde no abandona el estereotipo de la figura que se esconde en las sombras y Jekyll es un ser debilitado y sumido en temblores. Rodeando al científico en crisis aparecen el doctor Leyton (Marcelo Griess), Utterson (Martín Borisenko), una tal señorita Mary (Natalia Masseroni), el mayordomo Poole (Guillermo Chinetti) y la señora Smith, papel que interpreta Zulema Caldas, quien logra imprimir a su personaje un delirio creíble. Pero su composición no es más que un detalle en una puesta que no quiebra códigos. Tal vez por eso las intempestivas apariciones de Hyde (protagónico que, al igual que el de Jekyll, compone Carlos Echevarría) se asemejan a las fanfarronerías de ultratumba de un Drácula básico.