ESPECTáCULOS
“Yo soy más famoso en la Argentina que en Brasil”
Tom Zé, un secreto bien guardado de la música popular brasileña, actuará por segunda vez aquí. Autor inclasificable, cuenta por qué en su carrera hay un antes y un después de David Byrne.
Por Esteban Pintos
Al final de la entrevista con Página/12, Tom Zé es el que pregunta: “¿Va a tener que desgrabar y escribir de todo esto que hablamos? ¡Vaya trabajo le espera”. Tom Zé es un hombre pequeño y maduro, amable, conversador, sencillo y atento. Cuenta que ya salió a caminar por el centro de Buenos Aires, que siente que las cuadras que rodean a su hotel son como su barrio y que su esposa (“hace 33 años que estoy con ella, todo un record...”) lo reta por detenerse a conversar con cualquier persona. Tom Zé pide paciencia para sus problemas de audición y habla en portugués porque “aquí, en América del Sur, nos podemos entender igual”.
Cuenta anécdotas de su infancia pobre en el Nordeste brasileño, recuerda con precisión estadística la delantera de la selección brasileña de fútbol en el Campeonato Sudamericano de 1949 –un año antes del Maracanazo uruguayo del ’50– y en un momento, abre los ojos, se queda en silencio y pide perdón –literalmente, se inclina y junta sus manos en señal de rezo– por “dirigir” la entrevista. Semejante gesto determina al personaje, un secreto bien guardado de la música popular brasileña de la segunda mitad del siglo XX, sacado del “ostracismo” –palabra que gusta de utilizar para consigo mismo– por David Byrne a principios de la década del ’90 y convertido desde ahí en más en un artista global, tan brasileño como ciudadano del mundo. “Es una alegría estar por segunda vez en esta ciudad. Verá... Las ciudades de América del Sur que construyeron los españoles son muy distintas de las que construyeron los portugueses. Las ciudades españolas son ciudades planeadas y construidas para vivir. Los portugueses hicieron ciudades provisorias para enriquecerse y volverse a su país. Buenos Aires tiene para mí una reserva espiritual, un halo, que viene de su misma construcción, un cariño especial para recibir a todos los visitantes extranjeros”, dice convencido. Tom Zé tocará esta noche en el Teatro Gran Rex, en la segunda noche del ciclo Estación Brasil. Esta es, créase o no, su segunda visita a Buenos Aires.
–Sobre usted se ha dicho que hubo un “antes” y un “después” con la edición que realizó David Byrne. ¿Podría contar algo del “antes” y también del “después”?
–En un libro que escribí conté que, de joven, me di cuenta de algo. Era incapaz de tocar bien la guitarra, era incapaz de componer canciones y era un pésimo cantor. El conocimiento de esas deficiencias es lo que me condujo hasta aquí... Por eso construí algo por fuera de los límites de la música conocida, y esa persecución obstinada, ese cuidado inmenso por respetar el tiempo de atención de una audiencia, me llevó a intentar, intentar y errar, intentar y errar. Antes era así: un eterno ensayo y error. Por eso conservé esa inquietud, aun cuando me acompañaba la desaprobación. Y por eso dudé siempre de mí mismo. Pero “después” de David Byrne todo cambió. Le cuento una anécdota: mi primer show en Estados Unidos fue en el Central Park de Nueva York. Ese fue el peor recital de toda mi vida. Resulta que la platea allí está acostumbrada a ir a ver a músicos brasileños que ellos conocen. Pero en ese recital también participaba Alceu Valença, al que sí conocían: pero como en Estados Unidos todas las cosas están patas para arriba, en lugar de abrir el show para Alceu Valença, ¡Alceu Valença abrió el show para mí! Entonces, después de media hora de su música, vieron entrar a un tipo magro, de barba mal cortada, chiquito y que hacía una música extraña. Como el escenario era bajo, los de adelante comenzaron a golpear el piso del escenario pidiendo verdadera música brasileña. Cuatro días después, estando en Canadá, pude ver que la crítica del New York Times hablaba maravillas de ese show y pensé: “Al menos David Byrne sentirá que no se equivocó...”.
–¿Qué fue lo más raro que escuchó sobre usted en Brasil, en aquellos años que usted llama de “ostracismo”?
–Quiero decir algo: soy más famoso en la Argentina que en Brasil (risas). Sobre su pregunta, tengo cosas curiosas para contar. Durante esos años viví de la ayuda de la comunidad universitaria, donde está mi público mayoritario. Organizaban mis shows y cada uno traía una cosa para el escenario, otro las luces, el sonido... Una vez escuché en una radio un programa sobre personas desaparecidas: leyeron la carta de una persona que preguntaba por un cantor que había ganado un festival en el ’68 y tal...
–¿Cuál es su mirada sobre el avance de la tecnología en la vida de las personas?
–No confío ni desconfío, ¿sabe por qué? Porque yo soy de otro tiempo y otro lugar, en donde no había tecnología. Por ejemplo, una lamparita eléctrica es alta tecnología... (risas) No es confianza o desconfianza, es asombro lo que tengo. Me acuerdo de la fisonomía de un escritorio veinte años atrás, con máquina de escribir y todo eso: nadie podría imaginar que todas las personas iban a tener una computadora. No sé mandar mails, operar un teléfono celular o tener una tarjeta de crédito, pero creo que necesito aprender para no convertirme en un analfabeto de estos tiempos.
–¿Por qué cree que la Argentina y Brasil pasaron tanto tiempo sin integrarse culturalmente de manera concreta?
–Los ibéricos que vinieron para aquí no eran diferentes de los que fueron a Brasil. Somos la misma cosa. No es posible que abandonemos esas fuerzas metafísicas que alimentaron y construyeron nuestros países. Quiero decir algo a los jóvenes: yo me afirmé en mi carrera tarde, porque tuve que construir un camino paralelo. Soy fruto de mis deficiencias. Un sacerdote es verdaderamente bueno cuando duda, un psiquiatra lo es cuando fue paciente y un compositor de canciones sólo es bueno cuando tuvo dificultades. Yo les digo a los jóvenes músicos de Brasil: “Ustedes no tienen vida de artistas, tienen vida de ricos”.