ESPECTáCULOS
El cine argentino vuelve a lucir en el País Vasco
Además de El perro, de Carlos Sorín, que fue muy bien recibida en la competencia oficial, en la jornada previa a los premios, también brillaron en las paralelas los nuevos cineastas argentinos.
Por Horacio Bernades
Tal como se preveía, El perro, la película de Carlos Sorín recién estrenada en la Argentina, fue muy bien recibida en San Sebastián, confirmando que sus posibilidades de anotarse con uno o más premios son de altas a muy altas. Todo lo indica: no sólo el público en general y la crítica guardaban los mejores recuerdos de Historias mínimas (que dos años atrás ganó aquí el Gran Premio del Jurado) sino que la película en sí –aquí retitulada Bombón, el perro– se ocupó de darle cauce a esa buena disposición. Y encima se ve favorecida, a la hora de los premios, por ser una de las dos que cerraron la competencia oficial.
Pero eso, siempre y cuando los gustos del jurado mayor coincidan con los del público y la crítica locales. Lo cual es una presuposición aventurada, tanto para la película de Sorín como para el resto. ¿Estará dispuesto el ultraconservador Mario Vargas Llosa, presidente del Gran Jurado, a plegarse a la buena recepción de Silver City, gruesa sátira antibushista firmada por John Sayles? ¿O verá con más simpatía al film irlandés Omagh, que sintoniza con el dolor de las víctimas de un atentado cometido por la fracción más radical del IRA? ¿Ablandarán su ultraliberal corazón los inmigrantes ilegales de Inguélézi o Tarfaya, o acaso los campesinos pobres de la argentina El cielito? ¿Por qué no podrían, Vargas Llosa y los restantes miembros del jurado, optar por algún film menos político? ¿Qué impide que el realizador indie Tom Di Cillo, la morettiana Laura Morante o cualquier otro de los miembros del jurado se alcen en armas contra su presidente?
Yendo de las preguntas a las certezas, el film iraní Las tortugas también vuelan –que acompañó a El perro en el cierre de la competencia– sintonizó con el sesgo políticamente correcto que dominó la carrera por la Concha de Oro. Corrección política + sordidez podría ser la fórmula de este film dirigido por el kurdo Bahman Ghobadi, cuya ópera prima Tiempo de caballos ebrios recibió la Cámara de Oro en Cannes 2000. Ubicada en un campo de refugiados kurdos en la frontera Irán/Irak, poco antes de la última guerra entre Bush y Saddam, como en su película anterior (y como es tradicional en el cine iraní), Ghobadi elige como protagonistas a un grupo de niños, viendo a través de ellos la vida cotidiana, detrás del alambre de púas. Con sus dosis de humor (negro y en más de una ocasión, negrísimo) y una música que tiende a irrumpir de modo sumamente intrusivo, los principales protagonistas de Las tortugas... son el chico con pasta de líder, algunos de sus “lugartenientes” y tres recién llegados.
Es en ese punto que aparecen los golpes por debajo del cinturón, ya que el trío de forasteros está integrado por: 1) una chica de unos 12 o 13 años, que se pasa toda la película intentando deshacerse de un niño, producto de una violación cometida por soldados de Saddam; 2) su hermano, a quien una o dos minas dejaron con dos muñones en lugar de brazos y 3) el hijo de la nena, que tendrá unos dos años, es ciego y llora, cada vez que la mamá intenta: a) abandonarlo o b) asesinarlo. Nadie ignora que en las guerras pasan cosas como éstas, y peores. Pero tantas, todas juntas y disparadas sobre el espectador como si éste fuera un pato en una kermesse, es algo que ya suena mucho más cuestionable. Para no hablar de la escenita de suspenso en la que el niño ciego se mete en un campo minado, y durante unos minutos se la pasa dando pasitos entre las minas... hasta que una le explota encima. En síntesis, una gran candidata para los premios.
En un festival en el que el cine argentino fue inundación, en distintas muestras paralelas se vieron una típica fábula social de consenso (Próxima salida, de Nicolás Tuozzo, en la sección Zabaltegui), una comedia social lograda a medias (Cama adentro, de Jorge Gaggero, también Zabaltegui), una comedia romántica que no molesta (No sos vos, soy yo, de Juan Taratuto, enHorizontes Latinos), una extraña incursión en el minicostumbrismo abstracto (Pueblo chico, de Fernán Rudnik, Horizontes Latinos) y otras ya conocidas en Buenos Aires, como 18-J o Parapalos. Hubo lugar también para un agradable descubrimiento. Y para un redescubrimiento, más agradable aún. Presentada en Horizontes Latinos, la primera de ellas es Buenos Aires 100 km, ópera prima de Pablo José Meza, que a comienzos del 2005 se estrenará en la Argentina. Ex alumno de la Universidad del Cine, Meza produce un film de iniciación que recuerda inevitablemente el cine de Truffaut. Sobre todo Les mistons, el maravilloso mediometraje previo a Los 400 golpes.
Como allí, los protagonistas son un grupo de preadolescentes de provincia, que descubrirán el sexo, la vocación, las pequeñas infracciones y la insatisfacción familiar. No es que se trate de lo más original del mundo, pero Buenos Aires 100 km está narrada con infrecuente convicción, fluidez y frescura. Además de estar estupendamente actuada y fotografiada. Filmada en blanco y negro y 16 mm por Santiago Palavecino (otro ex alumno de la FUC), Otra vuelta había participado de la sección Lo Nuevo de lo Nuevo, en el último Bafici. Pasó completamente inadvertida. Lo cual es sumamente injusto, ya que se trata de una ópera prima concebida y plasmada con asombrosa claridad de fines y medios, total coherencia estética y una saludable despreocupación por cualquier fórmula dramática al uso.
Con Roberto Carnaghi, Valentina Bassi y Federico Esquerro en el elenco, Otra vuelta narra el regreso de un joven escritor y director de cine a su pueblo natal de Chacabuco. De donde también era originario Haroldo Conti, lo que dará lugar a ciertas vinculaciones intertextuales. Pero no hay ningún intelectualismo rancio en el film de Palavecino, sino un relato pausado y pensado, que impone sus propios tiempos, sus encuadres y sus climas. El recuerdo de un amigo trágicamente muerto se hace omnipresente, tiñendo al film entero de una suerte de húmeda melancolía, y los diálogos están sin duda entre los mejores escritos (y dichos) del cine argentino reciente. La buena noticia es que tanto Buenos Aires 100 km como Otra vuelta tienen distribuidor en la Argentina, así que ya habrá ocasión de referirse a ellas más ampliamente.