ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A MARIA VICTORIA MENIS, DIRECTORA DE EL CIELITO
“Hoy el cine comercial explica todo”
Con un notable recorrido por festivales internacionales, el film que se estrena este jueves gira sobre la profunda relación entre un joven marginal y un bebé de sólo diez meses.
Por Mariano Blejman
La noticia que se convirtió en el film El cielito de María Victoria Menis salió en un diario de Buenos Aires, un día cualquiera de 2002. Ni siquiera parecía importante: un ladrón, que había sido herido por la policía durante un robo, rogaba ante su detención que cuidaran a un bebé. Pero el bebé no era suyo sino de otra familia, aunque estaba a su cargo. Ese fue el inicio de una película recién llegada de festivales de San Sebastián (donde compitió oficialmente), Toronto y Biarritz, con buena repercusión, y que se estrena aquí el jueves. El cielito estuvo en competencias en San Sebastián, donde ganó el Premio de Canal Arte de 92 mil euros, el Future Talent de Signis, el premio a la solidaridad de Asociación Donantes de Sangre Guipuscoa, Premio Cicae; en Biarritz (también en el oficial), donde Leonardo Ramírez se llevó el Premio Especial del Jurado al Mejor Actor, y en Toronto, también en competencia.
Todo se resume como la historia de una relación entre Félix, que llega de improviso a un pueblo del interior, y un niño atrapado en una relación de violencia entre sus padres. Félix es un joven marginal, solitario y vagabundo que aterriza por azar en un pequeño pueblo y comienza a trabajar en la chacra de una pareja cuyo hijo Chango, de diez meses, lo hace cambiar de vida. El cielito cuenta la historia de cómo una noticia real se transformó en película, pasando por el tamiz de su directora, María Victoria Menis. “Es la relación entre un hombre que no sabe expresarse y otro que directamente no puede”, dice Menis a Página/12, quien además de filmar Los espíritus patrióticos en 1989, se hizo conocida en la televisión por dirigir Cosecharás tu siembra y Más allá del horizonte.
El cielito está protagonizada por Leonardo Ramírez (que participó en Potestad, de Luis Cesar D’Angiolillo), Mónica Lairana (Evita, de Alan Parker), Darío Levy (El bonaerense y Los guantes mágicos), y el bebé de diez meses Rodrigo Silva, obviamente en su primera película.
–¿Partió de una historia real para inventar su pasado?
–Me fui hacia el pasado a escribir el guión. Filmamos en San Pedro porque queríamos mostrar otro tipo de economía. Teníamos la idea de mostrar un campo muerto que no está andando bien, un poco sucio, algo degradado, que alguna vez fue de una familia que vivió bien. Pero hoy es sólo pasado. El comienzo parece clásico: un policial donde hay una mujer, un hombre, un intruso y la presencia de un revólver. En un comienzo no se sabe para dónde va. Y de pronto vira hacia el lado menos pensado. El guión que escribimos con Alejandro Fernández Murray está planteado con pocas palabras, para darle un espacio a la imaginación del espectador.
–El contexto sirve para mostrar la Argentina.
–Antes que nada, es una historia de dos personajes: Félix es un huérfano desamparado que se relaciona con otro huérfano más chiquito también desamparado. Félix asume los roles de maternidad y paternidad que el niño no recibe de sus padres. Pero la coyuntura argentina pasa por atrás como el paisaje de un vidrio pasa en un ómnibus en movimiento. Es un poco la sensación de desamparo generalizado, de no tener a dónde ir.
–¿El silencio genera un clima especial?
–La primera parte tiene una aparente quietud campestre, a la que contrapusimos tensiones. Mientras más quieto está el paisaje, más en primer plano aparecen los personajes. Félix, el protagonista, empieza a vivir lo que deseaba cuando lo conoce al Chango. Quiere volver a completar una familia.
–¿Cómo fue trabajar con un niño durante el rodaje?
–El equipo completo trabajó en función del bebé con paciencia. Hice un casting donde elegí a Leonardo Ramírez, aunque el bebé Rodrigo Silva fue candidato fijo desde el comienzo. Cuando los junté se dio una química impresionante. No hay trucos de montaje. En la mayoría de los planos están juntos, las risas son espontáneas. Incluso en algunos momentos del rodaje, el bebé lloraba cuando lo sacaban de los brazos de Ramírez. La madre obviamente nos acompañó, aunque no estaba en el set cuando filmábamos.
–¿Hasta dónde el uso del lenguaje explica los hechos o los simplifica?
–Estuve en tres festivales, donde la gente se quedó a ver la película hasta el final. Digo esto porque en los festivales la gente siempre anda apurada de una sala a otra. El film tiene mil cosas, pero no se puede decir que tiene exceso de diálogos. Hoy el cine comercial explica todo desde el comienzo. Todo viene cada vez más masticado: un chico de diez años es capaz de adelantar cómo va a terminar la película apenas empieza. Conoce las fórmulas, pero creo que el cine puede pensarse un poco más. Esta es una película muy emocional.
–¿No podría haber sido aún más críptica?
–No creo. La película tiene varios niveles de lectura. La vi en diferentes lugares del mundo. La gente entiende que hay una historia de solidaridad. Si bien tiene una mirada psicoanalítica, se relata una situación de violencia familiar. También hay una dimensión social. Si no hubiese pasado por festivales, si no la hubiese visto con tanta gente, no sabría qué decir. Pero sucede que las reacciones han sido buenas en todos lados. Yo creo que, al contrario: se trabajó para despojarla de accesorios innecesarios. No hay abuso de planos detalle, tiene planos generales.
–¿De dónde salió esa ternura del actor?
–Leonardo Ramírez estudió teatro acá, había protagonizado el clip Avanti morocha de Los Caballeros de la Quema, mientras que Darío Levy es conocido por sus papeles en El bonaerense, Los guantes mágicos y El polaquito. El personaje Félix que hace Leonardo Ramírez tiene enterrada su ternura en algún lugar y se abre por la relación con ese niño.
–¿Por qué, después de transcurrir buena parte de la película en un escenario campestre, tiene la necesidad de traerlo a Buenos Aires?
–Porque el personaje supone que va a estar más perdido en la gran ciudad, más anónimo. Félix cree que se va a poder esconder mejor con el nene en Buenos Aires. Cualquiera de nosotros, si tiene que mudarse, piensa cómo va a hacer para vivir, de qué va a trabajar. Pero Félix no piensa en eso. Sólo el tiempo es el hilo conductor de ese momento. Cuando se sube al ómnibus para acercarse a Buenos Aires, se mueve como una botella. Salvo cuando se mete en una pensión, donde parece estar como en una burbuja. Ese es el cielito que imaginó para su vida. Aunque eso no va a durar para siempre.
–¿Cómo fue filmar en la Villa 31?
–En la villa hay un grupo de teatro que trabaja en unas casitas bajo el mando del director de teatro Julio Arrieta, que vive también ahí. Queríamos mostrar la vida cotidiana de la villa para contar que, a pesar de los palos, se viven momentos de alegría. La idea era mostrar que los chicos sin contención familiar son capaces de tener conductas disociadas. Por un lado son capaces de matar, por el otro están carentes de afecto.
–¿No se corre el riesgo de criminalizar la pobreza?
–El riesgo es presentar un informe de aspecto parcial, sin mostrar que esa violencia responde a un crecimiento de la pobreza. Los piqueteros son culpables de cortar el tránsito, pero con ese enfoque uno se olvida por qué están en la calle. La película señala que estos personajes no son criminales, son duales. Teníamos la intención de poner la cadencia del interior, donde los tiempos son distintos. El padre del bebé podría ser más estereotipado, pero tiene matices. Por momentos conmueve su soledad. Mi idea no era juzgarlos ni condenarlos. Sólo contarlos.