ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A RUBEN SZUCHMACHER, QUE REESTRENA LA OBRA “DECADENCIA”

“Hay un poder cada vez más violento”

La pieza de Steven Berkoff, que protagonizan Ingrid Pelicori y Horacio Peña, fue estrenada aquí el 11 de marzo de 1996. “Entonces estábamos en plena fiesta menemista”, recuerda el director, y todo cerraba. Hoy su actualidad asusta.

 Por Hilda Cabrera

Para el director Rubén Szuchmacher, las verdades en el terreno de la política están a la vista. “El engaño se advierte pronto. Después, uno puede optar entre dejarse engañar o no”, sostiene este artista (también músico y actor) que el viernes 11 repone, en la sala Cunill Cabanellas del San Martín, una pieza de choque, Decadencia, del inglés Steven Berkoff, que interpretan Ingrid Pelicori y Horacio Peña. Se trata de una aguda crítica al neoliberalismo que, como recuerda Szuchmacher en una entrevista con Página/12, no ha desaparecido ni mucho menos. Simplemente, dice, se ha maquillado. La diferencia con épocas pasadas es que se reconoce a quienes están detrás de esos barnices, y lo ejemplifica con lo sucedido en la Argentina: “Se sabe quién es quién dentro de la dirigencia, y quiénes son los chorros. La verdad está ahí. Pero descubrirla no ayuda demasiado, porque las denuncias se archivan y los legajos desaparecen”.
–¿Qué sentido tiene entonces la denuncia?
–La denuncia sirve siempre. Nos abre la cabeza. Lo que no sirve son los discursos de radicales, peronistas, algunos frepasistas y otros que piden dirigirse a la gente con la verdad. ¿Qué es eso? ¿Un juego? Es evidente que muchos políticos quieren transmitir una imagen de honestidad que no tienen. Repiten tanto la palabra verdad que ya todos nos enteramos de que debajo de ésta se esconden demasiados chanchullos. Por eso, si algo bueno nos está pasando hoy es que todo está a la vista, que el que niega es elocuente hasta en sus negaciones, y que ya casi no hay misterios.
–¿Esa cotidianidad del engaño nos vuelve sabios?
–Es una experiencia que nos mantiene alertas. Con mayor o menor certeza, sabemos qué se viene. Que los analistas reflexionen sobre lo que está ocurriendo hoy mismo es importante, porque encuadra, explica y conceptualiza, pero la experiencia está antes. Como se dice comúnmente, la verdad está en la calle.
–¿Y qué pasa con la responsabilidad?
–La clase dirigente y los políticos son responsables de esta situación. Se lo pasan haciendo lobby. Por eso subrayan eso de la verdad, que obviamente no piensan decir.
–Ahí entra el tema de la impunidad...
–Por eso hay que insistir en sacar a los corruptos de la dirigencia. Un país como el nuestro, donde la Corte Suprema, por ejemplo, actúa de acuerdo con el interés personal de sus integrantes, no puede funcionar. Esta gente cierra cualquier salida favorable al pueblo. Esta Corte debe ser repudiada. Me parece bien el planteo de los cacerolazos de los viernes a las cinco de la tarde frente a Tribunales.
–¿Se acabó el progresismo?
–El progresismo es lo políticamente correcto. Se supone que ahí está la gente que aspira a la justicia social. Es un pensamiento que levantaron algunos partidos políticos que se acercaron a la izquierda, aunque no tanto. Es un pensamiento débil ante el neoliberalismo y el pragmatismo de la dirigencia más poderosa y de los violentos, que no es sólo la gente que vimos estos días en la calle, pagada por los políticos que tienen una estructura partidaria fuerte.
–¿Y la solidaridad?
–Está muy bien, y parece la única opción en este momento. Pero esos grupos de base no toman generalmente en cuenta el fenómeno social en su totalidad y quedan aislados. Atender realmente a las necesidades de la gente, como darles de comer a los indigentes, tiene poco que ver con lo que llamamos progresismo dentro de un partido. Este es un momento complejo, pero creo que el pueblo argentino está dispuesto a salir adelante. Se ha tocado fondo. La gente pide trabajo sin preguntar cuánto le van a pagar.
–Pide que no la marginen...
–Pero va a seguir afuera si convalida a quienes le robaron. Esto que pasa hoy es más de lo mismo. La clase dirigente cambió de maquillaje, nada más. Para ella, la fiesta continúa. Es gente de una gran violencia. Todos vimos por televisión el debate parlamentario. Daba asco ver a tanto corrupto y a personajes que en sus discursos se parecían a los fascistas europeos de los años ‘30 y ‘40. Esa gente no se hace cargo de lo que dice, que es muy grave. Al contrario, se muestra satisfecha y tiene quien la aplauda.
–¿Cómo se relaciona esta decadencia con la que Berkoff muestra en la obra que usted repone en el San Martín?
–Con este mismo equipo estrenamos Decadencia el 11 de marzo de 1996. Entonces estábamos en plena fiesta menemista, y la obra parecía hecha para la Argentina de ese momento. Es una pieza muy política y al mismo tiempo de increíble elaboración lingüística y belleza formal. Fue escrita en 1981 como respuesta al modelo implantado por Margaret Thatcher. Después, cuando Fernando de la Rúa ganó las elecciones, creímos ingenuamente que el neoliberalismo desaparecería y que el espectáculo iba a morir. Esto lo charlamos con Ingrid (Pelicori), Horacio (Peña) y todo el grupo (Susana Yasán, Edgardo Rudnitzky, Gonzalo Córdova y Jorge Ferrari). Pero no fue así, y la debacle continuó. El año pasado nos pidieron este espectáculo para el Festival Mercosur de Córdoba, y comprobamos que la obra seguía vigente. Lo lamento, pero es así. Decadencia muestra cómo es esa gente rica, obscena y vulgar a la que sólo le importa acumular dinero. Cuando la presentamos en Córdoba, no sólo llenamos todas las funciones. Los espectadores entraban en catarsis: se reían a carcajadas, interrumpían la obra con aplausos...
–¿A qué se debe esa reacción?
–Creo que a la virulencia de la obra. Berkoff no dejó nada afuera. El acaparamiento y la obscenidad de los dueños del dinero está a la vista, como la verdad que tratan de esconder los dirigentes cuando hablan de honestidad, o ponen cara seria para hacernos creer que se preocupan y ocupan por nosotros. Pertenecen a capas sociales voraces que acumulan placer a costa del displacer de un montón de gente. No estaría mal exigir también democracia en el placer, que es otra variante no menos importante del derecho a tener acceso a la verdad.
–¿En qué condiciones se repone Decadencia en el San Martín?
–Empezamos a trabajar sin contrato firmado, porque todavía no se dio a conocer el presupuesto para el Complejo. Tenemos confianza en el director Kive Staiff y en que saldremos de esta situación caótica. Sabemos que nadie quiere perjudicarnos. Uno no debe detenerse. En los dos últimos años hubo una reducción del 30 por ciento sobre el total del presupuesto destinado a los teatros oficiales de la ciudad (San Martín, Presidente Alvear, Regio, De la Ribera y Sarmiento, agrupados bajo la denominación de Complejo Teatral de Buenos Aires).

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Szuchmacher piensa que “si algo bueno está pasando” en la Argentina “es que todo está a la vista”.
“Es evidente que muchos políticos quieren transmitir una imagen de honestidad que no tienen.”
 
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