ESPECTáCULOS › NOMEOLVIDES, UN ESPECTACULO ATIPICO
Cuando los chicos se ponen a hablar de marginalidad
El autor y director Hugo Midón cuenta cómo trabaja un grupo de jóvenes actores surgido de su taller teatral.
Por Cecilia Hopkins
Cuando el autor y director Hugo Midón –baluarte del teatro para niños y adolescentes– estableció su estudio Río Plateado, no pensaba en “fabricar niños-actores”, sino en formar intérpretes jóvenes en la rigurosidad del trabajo expresivo. Un grupo de egresados de esa escuela acaba de estrenar una obra bajo la coordinación general de Patricia Sadi en el Teatro del Pueblo, Diagonal Norte 943. Se trata de Nomeolvides, una comedia que, en gran parte, versa sobre las consecuencias en el país de las crisis económicas de los últimos años. La acción tiene lugar en una pensión adonde se traslada una familia venida a menos. “Entre sus integrantes aparece un chico que no se sabe de dónde viene y, al intentar reconstruir su propia historia, recibe de los mismos hechos versiones tan subjetivas por parte de los demás, que esto lo va confundiendo”, cuenta Midón en conversación con Página/12. La historia fue elaborada en forma grupal y luego Sadi realizó la dramaturgia: “Como a mí, a estos chicos les interesa hablar de la marginalidad y lo hacen desde la aceptación y la ternura”, apunta el director. La música original es de Juan Cavia, la asesoría de vestuario y la escenografía pertenecen a Manuela Roth y Marcelo Valiente, respectivamente.
“Una vez que termina un ciclo de estudios, a un chico de 16 años le cuesta irse del lugar donde se formó, porque el futuro es muy incierto. Por eso, de tanto en tanto aliento la creación de grupos para que autogeneren proyectos.” Integrado por Florencia Alvarez, Judith Cabral, Marina Caracciolo, Juan Cavia, Lucía Colombo, Gonzalo Fernández, Victoria Fortuny, Ana Gutiérrez, Horacio San Yar y Paula Tiocrito, el elenco tiene un promedio de edad que ronda los 17 años. Algunos de ellos ya tienen experiencia de escenario por haber trabajado bajo la dirección del propio Midón en anteriores espectáculos, como La familia Fernández y Locos recuerdos: “Ellos mismos definieron la manera de encarar la obra y pensaron en el espacio, los objetos, el vestuario. Y dieron con una estética particular al usar objetos de plástico, de cotillón, para referirse al deterioro o a la riqueza. Así llegaron sin darse cuenta a los elementos expresivos del grotesco”. Y amplía Midón: “El punto de partida fue la exploración actoral sobre un rasgo específico de la personalidad de cada uno de los actores: desde la amplificación del mismo, surgieron los diversos personajes con una identidad propia”.
Con esa forma de trabajo grupal, cada intérprete diseñó un estereotipo: el agresor, la víctima, el vanidoso, el orgulloso, el irresponsable, el soberbio y el inseguro son algunos de ellos. “Me hace pensar que los roles fijos en teatro pueden reemplazarse por el debate grupal, por un actor creativo que no necesita estar sometido a las directivas rígidas: los chicos crean escenas, tienen el hábito de orientar a sus personajes con mucha libertad y hay en ellos una tendencia muy fuerte a trabajar en grupo”, analiza Midón.
“Yo tuve la suerte de empezar así: el trabajo de grupo es una muy buena estrategia de realización, especialmente en los comienzos de una carrera”, opina el autor y director. “Yo me inicié junto a otros actores que, después de formarnos con Oscar Fessler, hicimos un trabajo de elaboración con objetos cotidianos del que surgió La vuelta manzana, obra que estuvo diez años en cartel a sala llena. Fue la fuerza que pusimos en consensuar y sostener el grupo lo que definió ese resultado. Porque para mí, la tenacidad es el 50 por ciento del trabajo en el teatro. El resto lo hace el talento”, concluye.