SOCIEDAD › COMO ADOLESCENTES INEXPERTOS TERMINAN CONVERTIDOS EN SECUESTRADORES
Historia de un secuestro
El torpe secuestro que protagonizó una pandilla en la Costanera es un caso paradigmático de un fenómeno en auge: la mayor participación de chicos en ese delito. Página/12 revela los detalles, por momentos tragicómicos, del episodio. Y el trasfondo familiar y social de los protagonistas, que los fue llevando a un delito con condena gravísima.
Por Raúl Kollmann
El jefe de la banda, Gastón, 17 años. Matías, el principal protagonista, 15. Los otros integrantes de la banda: Coquito, 16, Cacho, 18, y la única mujer, Jessica, 22. Ellos son los que perpetraron el 14 de octubre pasado un secuestro que estuvo en todos los diarios: en la Costanera encañonaron con las dos armas que tenían –una de aire comprimido y otra de fuego– a un joven de 23, un nene de dos, una nena de cuatro y una chica de 14. Eran tan torpes, tan improvisados, que la secuestrada de 14 se escapó, luego dejaron en cautiverio al nene de dos y a la nena de cuatro en una villa. Siguieron con el secuestrado de 23 hasta su casa para buscar dinero, ahí secuestraron a un cuñado al cual quisieron llevarse cautivo en colectivo, aunque después consiguieron un taxi. A lo largo del trayecto, el secuestrado convenció al secuestrador de que tirara el arma en un volquete. El rescate cobrado fueron 2500 pesos y una maquinita de cortar el pelo. Finalmente, Matías cayó preso y una semana después todos los demás fueron capturados, salvo Cacho, que todavía está prófugo. La historia y su trasfondo se completa con tres elementos adicionales. Uno, la cobertura de una parte de los medios les pone sensacionalismo a los secuestros y los hace parecer fáciles, sencillos de realizar hasta para una pandilla de adolescentes. Dos: Matías, que no tenía antecedentes delictivos, vive solo desde hace dos años en Villa Tranquila, Avellaneda. Su padre y su madre están presos por un secuestro express a un comerciante chino. Desde que entraron a la cárcel los padres, el adolescente quedó solo, no fue más al colegio y ahora afronta un tránsito catastrófico por los peores institutos de menores. Tres: con el endurecimiento de las leyes, Jessica, la de 22 años, tal vez salga en libertad cuando tenga cerca de 40. Ese es el panorama de una bandita inepta integrada por adolescentes abandonados por la vida y el Estado.
Cualquiera secuestra
La increíble historia del secuestro de la Costanera fue develada milimétricamente por el fiscal de Lomas de Zamora Andrés Devoto y evidencia una asombrosa tendencia que aparece en las últimas semanas en los secuestros. El jueves pasado, también dos adolescentes de quince años secuestraron a un ingeniero de 47 años en Villa Tranquila, lo que fue fácilmente desbaratado por policías. Pero no se trata de los únicos casos: cada vez aparecen más hechos de esa naturaleza protagonizados por adolescentes o ladrones sin mayor experiencia. La razón es sencilla. En el ambiente de los delincuentes primerizos se percibe que, si como habitualmente hacen, robar en un negocio puede reportarles 500 o 700 pesos, un secuestro de dos o tres horas podría dejarles mil, dos mil pesos y tal vez más.
A ello hay que sumar la cargada cobertura de una franja de los medios que convierten al secuestro en un fruto prohibido, tentador y, sobre todo, redituable. Es cierto que tanto el gobierno nacional como el bonaerense tardaron mucho en diseñar políticas para contrarrestar la ola de secuestros, pero se coloca ese delito en el centro del mundo y se habla con ligereza de 100.000 o 200.000 pesos de rescate. La realidad es que se trata de una campaña de oposición y a favor de la mano dura, pero el subproducto son miles de adolescentes que creen que secuestrando ganan prestigio en su barrio y hacen dinero de forma fácil.
Para muestra, basta señalar el botín que obtuvo la banda de Matías, Coquito, Jessica, Cacho y Gastón: se llevaron 2500 pesos y una máquina de cortar el pelo. Esto último ya describe el nivel del grupo. Ningún secuestrador con experiencia se queda con algo de sus víctimas, a menos que sea muy valioso. Es que es una prueba irrefutable de participación en el delito. La banda de los adolescentes se quedó con una maquinita que no vale 150 pesos.
Lanchando
En el ambiente delictivo se llama lanchar a estar sin hacer nada, esperando que alguna oportunidad aparezca. La banda de Gastón estaba justamente lanchando en la Costanera. Habían robado un Ford Orion usando la pistola de aire comprimido y otra que no estaba en condiciones de ser utilizada. Todo indica que fueron a la Costanera, frente al Aeroparque, a ver aviones, porque al fin y al cabo eran adolescentes. Allí se cruzaron, en un semáforo, con la camioneta Mitsubishi de Eric Seruci, que había ido a cenar al Club de Pescadores con su cuñada Paula, de 14, y dos niños, uno de dos años y la otra de cuatro.
Tumultuosamente, los cinco de la banda se subieron a la camioneta por un lado, con tan poca habilidad que, por la puerta del otro lado, se bajó la cuñada de 14, Paula. De manera que ya en los primeros instantes se les escapó una secuestrada que, obviamente, fue a dar aviso a la policía destacada muy cerca, en Aeroparque.
La camioneta se convirtió así casi en un vehículo escolar: los cinco adolescentes de la banda, más los dos chicos de dos y cuatro años, cruzaron toda la ciudad, tomaron por avenida 9 de Julio y pasaron por el Puente Pueyrredón hacia Avellaneda. A unos doscientos metros, la policía les seguía el paso porque la Mitsubishi tenía sistema satelital de rastreo. Las órdenes que tenían los efectivos era no lanzarse contra la banda por el peligro que significa abordar un auto con tres secuestrados adentro, incluyendo dos niños.
La guardería
Como Eric casi no llevaba dinero encima, en Avellaneda hubo un intento fallido de sacar algo de plata de un cajero automático. Lo cierto es que la banda se estaba por quedar con las manos vacías, hasta que a uno se le ocurrió: “Vamos a tu casa, ahí seguro alguien tiene plata”, le dijeron a Eric. En el asiento de atrás, los nenes de dos y cuatro años no hacían más que llorar, pese a que Jessica trataba de calmarlos. Al final, el jefe, Gastón, resolvió dejar a los niños a cargo de Jessica y Cacho en Villa Tranquila, el lugar en el que vivían los cinco integrantes de la banda.
Cualquier organización de secuestradores sabe que no hay cosa peor que mantener cautivos a niños muy chicos. No hacen más que llorar, alertan a todo el vecindario y, encima, provocan una reacción policial masiva. Esto es lo que explica que habitualmente capturan al mayor y dejan libres a los chicos, tal como sucedió en los casos de Patricia Nine en Moreno, o de Claudia Miranda, en Baradero. Sin embargo, más allá de lo que dice el manual del secuestrador, la banda de los adolescentes metió a los chicos en una casilla de Tranquila. Jessica y Cacho se quedaron con ellos y también les dejaron el celular que le robaron a Eric.
A casa
El raid continuó en dirección a Banfield, donde vive Eric, mientras que a lo lejos seguían los movimientos dos móviles de la Bonaerense. Otros diez patrulleros también estaban movilizados en la operación y a la caravana se sumó incluso una ambulancia, por las dudas. La primera parada resultó fallida: en casa de Eric no había nadie y por lo tanto tampoco dinero para entregarles a los adolescentes. “Vamos acá a la vuelta, a la casa de un amigo de mi cuñado. Seguro que él tiene unos pesos”, sugirió Eric. Dicho y hecho. Cuando Eric le tocó el timbre al amigo, éste salió y lo encañonaron. Así ingresó uno de los secuestradores, Gastón, el de 17, a la vivienda a buscar dinero.
Los hechos insólitos se fueron sucediendo. Mientras esperaban afuera, Eric convenció a Matías de que tirara el arma en un volquete de escombros de construcción. A esa altura, Eric no sabía que la pistola, enorme, era de aire comprimido, de un modelo chino que entró masivamente en la época del uno a uno, y que venía con una bolsita de pequeñas pelotitas de acero para usar como balines. Lo cierto es que los dos que estaban en la Mitsubishi quedaron entonces desarmados. Sólo el que había ingresado en la vivienda tenía una pistola, aunque no funcionaba bien.
Tras varios minutos de espera, los secuestradores que estaban en la camioneta se dieron cuenta de que la policía estaba al acecho. Vieron los vehículos a dos cuadras y decidieron arrancar para intentar huir. Así dejaron librados a su suerte al secuestrador y secuestrado que habían entrado a buscar dinero.
Al colectivo
Dentro de la casa del amigo de Eric, todo lo que se pudo juntar fueron los 2500 pesos y al secuestrador se ve que le gustó la maquinita de cortar el pelo. La sorpresa fue grande cuando salieron a la puerta y se encontraron con que la camioneta ya no estaba. El siguiente paso fue insólito: Gastón, el secuestrador, llevó al secuestrado hasta la parada de colectivo. El amigo de Eric no tenía alternativas: lo amenazaba con el arma que tenía encima y, además, el amigo sabía que la banda de Gastón tenía en su poder a los dos niños. Justamente, el secuestrador, satisfecho con el ridículo botín conseguido, le decía que irían a buscar a los niños que quedaron al cuidado de Jessica y Cacho.
Inicialmente el plan de viajar en colectivo fracasó porque estuvieron en la parada 20 minutos sin que pasara ninguno. Al final, pararon un taxi y de mala manera le indicaron que los llevara a la estación de trenes de Lanús. Usando el celular del amigo, llamaron al que tenía Jessica y le dijeron que se tomara un tren con los dos niños hasta la estación Lanús. Así sucedió. Debe ser el primer secuestro en el que se recurre tanto al transporte público: colectivo, taxi, tren. En el andén de la estación Lanús le devolvieron los dos chicos al amigo de Eric.
Presos
Como era obvio, Matías, el secuestrador de 15 años, terminó preso. En algún momento de la huida en la camioneta, Coquito, el de 16, logró bajarse del vehículo, mientras Eric, el secuestrado, seguía al volante y Matías en el asiento del acompañante. Tras dar unas cuantas vueltas, finalmente Matías resolvió entregarse a los policías. Una hora después, todo había terminado, porque también los chicos de dos y cuatro años volvían a su casa de la mano del amigo de Eric. Eran las dos de la mañana. Las cosas habían comenzado en la Costanera a las 22.30.
Tampoco la investigación resultó demasiado difícil: una semana más tarde, cuatro de los cinco adolescentes estaban entre rejas. El único prófugo es Cacho, el de 18.
Matías y Jessica
Para el fiscal Andrés Devoto las sorpresas no terminaron allí. Ahondando un poco la investigación descubrió que Matías, el de 15, vivía solo desde enero. El chico no tiene antecedentes, pero a comienzos de año, su padre, Rodolfo Cecilio “El Rolo” Balbuena, y su madre, Natalia Yaqueline Balbuena, fueron apresados, acusados por el secuestro express, en Quilmes, de un comerciante de origen chino. Matías se quedó solo en la casilla de Villa Tranquila. Hasta que terminó el ciclo escolar del año pasado, Matías iba al colegio. Con los padres presos, no fue más. Y nadie se ocupó de él.
La única postadolescente del grupo, Jessica, la de 22, sí tenía antecedentes. Era mechera. Así denominan en el ambiente a las chicas que roban en los supermercados. Por un lado son carteristas, pero en esencia lo que hacen es meterse entre la ropa productos chicos. Según parece, su detención anterior fue por robar hojas de afeitar en el Carrefour de Avellaneda.
Final
Si la óptica de un sistema social, de justicia y seguridad apunta a la resocialización, el caso de la banda de los adolescentes evidencia un panorama tenebroso. Por de pronto, nadie se ocupó de un hijo de 15 años que no tenía antecedentes, iba al colegio y llevaba una vida más o menos normal hasta que sus padres fueron a prisión. Hoy por hoy, el futuro de Matías –según coinciden los especialistas consultados por este diario– muy posiblemente consista en vagar de un instituto de menores a otro, sin tratamiento alguno, y tal vez “lo manden a cortar el pasto”, como se conoce en el ambiente de los institutos a la táctica de las autoridades de sacarse chicos de encima dejándolos que se escapen. Es que tienen 300 internos en lugares para cien. En la vida de prófugo que sigue a ese paso, la incorporación a una nueva banda es un clásico.
De todo el grupo, Jessica –la de 22– es imputable y, con las nuevas leyes que agravan penas y limitan las excarcelaciones, es posible que salga de la cárcel muy cerca de los 35 años. Habrá que ver si no es muy tarde para que reencauce su vida.
Seguramente todos los protagonistas del secuestro de la Costanera maldecirán el momento en que se dejaron tentar por el delito de moda. Ellos, que no tenían envergadura ni para robar un quiosco, se largaron al secuestro. Sucede que en la televisión se habla de muchos miles de pesos y secuestrar parece muy, pero muy fácil.