ESPECTáCULOS › TEATRO RAUL SERRANO ANALIZA EL ROL DEL TEATRO EN LA CULTURA ARGENTINA
“Yo no concuerdo con un arte ‘puro’”
Por Hilda Cabrera
“No estoy diciendo nada nuevo, pero ésta no es una democracia que se relacione con las bases. Hay una tradición de votar o elegir por miedo, por falta de conocimiento o por lo que sea, pero generalmente en contra de lo que realmente debería interesarnos. No les damos importancia a los contenidos ni tampoco a la necesidad de construir una subjetividad que enfrente a la hegemónica, tan superficial y tan utilizada por las industrias culturales y educativas.” Quien así se expresa es el director y docente teatral Raúl Serrano, a quien se le acaban de otorgar dos premios por trayectoria (Pablo Podestá y Teatro del Mundo). En la entrevista con Página/12, Serrano aporta algo más que sus impresiones sobre la materia teatro. Entrega, para ser discutido –dice–, el número 0 de la cuarta etapa de Cuadernos de Cultura, una revista “para los estudiosos marxistas y no marxistas, para los que aspiren a articular una cultura y un arte crítico en una sociedad plural”, precisa.
Autor y director de innumerables obras y dramaturgias, Serrano conduce actualmente (con la colaboración de Justo Gisbert) el Teatro del ArteFacto (Sarandí 760), en cuya cartelera se viene ofreciendo Morir tres veces y En banda, y se desempeña como asesor artístico en el Centro Cultural de la Cooperación. Entre los últimos y más destacados trabajos que produjo recuerda La revolución es un sueño eterno, adaptación de la novela de Andrés Rivera sobre la vida de Juan José Castelli (dirigida por Serrano y Rafael Ganzantti); El solitario de la provincia flotante (escrita por Serrano y conducida por éste y Ernesto Falcke), y una traslación escénica de La madre, novela de Máximo Gorki que presentó en varias salas del conurbano y en funciones solidarias. De su buena camaradería con Manuel Santos Iñurrieta (coordinador del área Teatro del C. C. de la Cooperación) es indicio el Don Juan que preparan para estrenar en el 2005. Respecto de Santos, lo atrajo su obra Charly (detrás de la sonrisa). “Me impresionó”, confiesa. “Allí vi reflejadas algunas de las imágenes políticas más impactantes del teatro joven.” El título completo del espectáculo previsto para el 2005 es Paralipómeda del Don Juan, de Molière. “Esta es una palabra que utiliza (Theodor Wiesengrund) Adorno en su teoría sobre estética. Se refiere a lo no escrito pero sugerido en un texto. Pensé en todas las escenas que Molière no pudo dar a conocer por la censura, escenas insinuadas. No inventé todo. Y de ahí salió el título”, puntualiza Serrano.
–¿Cuáles serían esas escenas?
–Una es la del mendigo. El pobre pide “una limosnita por el amor de Dios”, y Don Juan se pregunta dónde está ese amor. Ofrece al mendigo dinero a cambio de que escupa sobre una cruz. El hombre se resiste y llora. Don Juan, cansado, le tira la bolsa de dinero y le dice que se la da por amor al hombre. El otro le pregunta entonces qué clase de amor al hombre es ese que tiene que humillarlo. Otra escena es la del reproche de Doña Elvira y la reacción de Don Juan. Ella se muestra indignada porque la abandonó, y él le responde que no la dejó, que él está buscando a Dios en la belleza del mundo, y empieza a acariciarle el rostro, abrirle la blusa... Busco a Dios aquí, le dice, y le desarma el discurso moral. Detenerse en el Don Juan, de Molière, es hablar también del cuerpo, que está tan de moda y tan maltratado por la literatura de autoayuda, por el doctor Bucay y sus aprendices, y en general por la new age.
–¿Qué es el cuerpo en esta versión suya?
–En esta obra y en la vida, el cuerpo es para mí el lugar del combate primero. Todas las pulsiones se dirimen en él: las pulsiones primitivas, el deber ser... Esto lo descubrí en las técnicas teatrales. Ese combate es tremendo en el Don Juan de Molière. Cuando preparaba este personaje, me di cuenta de que podía “estructurarlo”, pero que no iba a resolver la deconstrucción. En-tonces me pregunté por qué no trabajar con un autor joven.
–¿Acaso los jóvenes demuestran ser más hábiles en ese procedimiento?
–En general, ellos tienen una sintaxis distinta. Lo mío tiende a ser muy racional: trato de encontrarle una lógica a todo. Trabajar con un autor joven me plantea otra dramaturgia, más abierta, y el espectáculo termina ganando. La idea y los textos son míos, pero la puesta es compartida. Pienso, incluso, alejarme unos días de los ensayos para que Manuel se sienta más libre. Después revisaríamos todo en conjunto.
–¿Cómo elige el elenco?
–De los protagónicos, Don Juan y su criado Sganarelli, ya tengo elegido al criado. El problema es Don Juan. Necesito un actor para un personaje agresivo, no lindo.
–¿Por qué agresivo?
–En el sentido de desafiante, de quebrar los límites de una moral establecida. A mí nunca me cuadró la idea de que uno de los maestros de Molière fuera un sacerdote. Pero resulta que este hombre era Pierre Gassendi, un teólogo, matemático y filósofo que adhería al pensamiento de Epicuro. Los epicúreos veían en la armonía de la naturaleza y en la capacidad del humano para percibirla la prueba de la existencia de Dios. Leyendo sobre estos temas, descubrí la existencia, en España, de una secta que se hacía llamar “Los Alumbrados”, y entonces imaginé algunas de las escenas amorosas de Don Juan. Los epicúreos buscaban a Dios en la belleza del mundo, y de paso se daban los gustos. Podían ser desafiantes, como nuestro Don Juan.
–¿Cuál es hoy su idea del teatro y cuál su propuesta para el Centro de la Cooperación?
–Quiero aclarar que hasta ahora soy asesor artístico de la dirección. Floreal Gorini, el director, falleció, y es probable que se produzca una reorganización. Hasta hoy el repertorio era convalidado con la firma de Floreal, Juano Villafañe y la mía. Cuando murió Gorini, puse mi cargo a disposición, porque no soy asesor de la comisión artística. El Centro no tiene todavía un perfil claro, aunque estuvimos trabajando con el propósito de articular una cultura y un arte crítico respecto de la sociedad y la época. Creo que en el 2005 tendremos obras más urticantes. Esa es también mi idea sobre el teatro que necesitamos: un teatro comprometido, activo. Para esto no hay que bajar línea ni asentar dogmas. Me gusta el teatro de Bertolt Brecht, la escritura de Griselda Gambaro, de Andrés Rivera...
–Cuando usted habla de construcción de subjetividad, ¿a qué se refiere?
–A una izquierda que no tiene en cuenta esa construcción y se engrampa en teorías como la del arte por el puro arte. Que el arte tiene que ser “artístico” no cabe duda, pero no hay que olvidar el contexto en el que se genera. Alguien paga, alguien compra, alguien difunde, y esos son elementos que no deben despreciarse cuando evaluamos una obra. Reivindico el arte crítico, que además tiene tradición en nuestro país, y de Sarmiento a nuestros días. No concuerdo con el arte puro, sino con el arte que se reconoce sucio de realidad, sucio de afectividad, sucio de humanidad.
–Pero existe un arte “puro” que llega a conmover...
–En el mejor de los casos, conmueve intelectualmente, pero yo insisto en el arte crítico. Nos hemos cansado de ver, también aquí, entre nosotros, en el teatro, a gente que dice que el arte no se relaciona con la política ni con otros temas que le incumben a la sociedad, aunque a partir de 2001 algunos cambiaron de opinión y decidieron interpretar canciones de Brecht, por ejemplo, de las que tomaron sólo la forma, y a veces ni eso. Era Brecht en el formato de un cabaret o de un musical que no inquietaba a ninguno. ¿Quién puede creer en eso? Todo era demasiado lindo. A Brecht lascanciones le servían para cortar la empatía y no para prolongarla. He visto, en una función del Berliner Ensemble en Alemania, cómo el actor que componía a Mackie Cuchillo cantaba su canción a cara de perro, y no lindamente como Louis Amstrong; y cómo el elemento formal pasaba a un segundo plano en La ópera de tres centavos, donde lo importante era rescatar que el jefe de policía, el de los mendigos y el de los ladrones formaban una única sociedad.
–¿Cómo se llega a ese teatro crítico?
–En primer lugar –como intentamos hacerlo en La Cooperación– ayudando a producir sin ningún tipo de censura, pero organizando seminarios, charlando con los autores, propiciando la aparición de expresiones artísticas no satisfechas con el estado actual del país y del mundo. Porque si de algo estoy seguro es de que hoy solamente los indiferentes pueden sentirse satisfechos.