ESPECTáCULOS › LA CONSAGRADA COREOGRAFA JENNIFER MULLER

“Bailar es una experiencia, y no debería ser un juicio”

La coreógrafa norteamericana pasó por Buenos Aires para dictar seminarios intensivos sobre su propia técnica.

Por Analia Melgar

Los bailarines suelen definirse a través de la técnica en la cual están formados. Especialmente en el diversificado ámbito de la danza contemporánea, hay nombres que funcionan como lumbreras, maestros como gurúes: Martha Graham, Merce Cunningham, Philip Beamish, Rudolf Laban, Frederick Alexander y Jennifer Muller, entre tantos otros. La neoyorquina Jennifer Muller, creadora de uno de los modos de bailar más modernos en la actualidad, pasó por Buenos Aires. Estuvo aquí una semana dictando sus workshops. Decenas de bailarines ávidos concurrieron a sus clases prácticas y teóricas en la sede de la calle Loria del Instituto Universitario del Arte. Bailarines de larga carrera (integrantes de la compañía de Ana María Stekelman y del Ballet del Teatro San Martín) compartieron la experiencia junto a otros más jóvenes, alumnos de Marijó Alvarez y Mónica Fracchia, profesoras del IUNA. Convocada por Alvarez, Muller aceptó venir en razón de los buenos amigos y excelentes recuerdos que conserva aquí, de sus visitas en 1979 (como preparadora del Ballet del TGSM), en 1981 y 1999. Sus pasajes por esta ciudad dejaron huellas en cierto estilo de danza que tuvo ocasión de profundizarse en este diciembre.
Jennifer Muller, coqueta, no declara su edad, pero andará por los cincuenta. Formó parte de las compañías de Pearl Lang y José Limón y se desempeñó como directora artística asociada en la compañía de Louis Falco. Muy pronto, en 1974, creó la suya propia llamada The Works –actualmente integrada por once intérpretes– con la que, este año, cumple su aniversario número treinta y suma más de ochenta obras realizadas. Hasta 1988 también ella deslumbraba sobre el escenario. Hoy continúa su labor docente y artística en estudio de Manhattan, en la 24th. Street. Ella misma presenta su carrera y describe su particular método que ayuda a danzar más plenamente a bailarines de todo el mundo.
–¿Cuándo comenzó a bailar?
–Cuando tenía tres años, fui a una escuela creativa para niños y allí ya tuve la idea de que, si vas a bailar, tienes que crear. A los ocho yo ya coreografiaba. Esto fue siempre una voz interior. No fue una escalera que ascendí por escalones: toda mi vida he sido coreógrafa.
–¿Cómo creó su propia compañía?
–Cuando trabajaba en la compañía de Louis Falco, llegó un momento en que necesité establecer mi propia atmósfera. Sabía qué trabajo quería hacer, cómo debían moverse los bailarines, cómo debían interactuar. Muy pocas veces tomé audiciones. Como siempre viajé mucho, la mayoría de los integrantes de la compañía se acercó a mí. Actualmente, en Nueva York tenemos estudiantes que siempre están esperando ingresar a la compañía. Personas de todo el mundo pasan por el estudio. Se escucha hablar unas siete lenguas al mismo tiempo. La propia compañía es internacional, lo que refleja mi espíritu y mi creencia en una humanidad transcultural, en los derechos y en el respeto por cada persona individual.
–¿De dónde provienen los fondos para The Works?
–Es un trabajo tremendo atraer gente interesada en la compañía, que crea en ella y nos sostenga, una tarea impiadosa que me toma mucho tiempo, lamentablemente. El dinero proviene de algunas fundaciones, pero la mayor parte es aportada por personas individuales, un modo habitual, en Estados Unidos, de obtener fondos para ciencia, salud, arte, etc.
–¿Qué es la Técnica Muller?
–Yo la llamo Muller Approach porque es algo que todavía estoy descubriendo. Es un modo muy diferente de aproximarse a la danza, muy orgánico, diferente de otras técnicas. Es un entrenamiento para convertirse en un bailarín vibrante sobre el escenario, a través de movimientos fijados, sin improvisación. Establece una polaridad entre una relajación profunda y una enorme energía que circula por el cuerpo. Así el cuerpo deja de ser estático, constreñido o rígido. Se consigue mucho control y una gran libertad al mismo tiempo. Reemplazamos el esfuerzo y el cansancio muscular por máxima energía. El esfuerzo estropea las posibilidades y hace sentir incómodo al público. La cuestión es que la mente tome ese camino más fácil, más grato, más fascinante, de bailar con placer.
–¿Es un entrenamiento mental?
–Consiste en lograr la visualización de los movimientos, en dirigir la mente y la imaginación, en una atmósfera de cuidado y afecto. Es un trabajo circular para el espíritu y el cuerpo. Cuando bailas, la mente dirige el cuerpo. Cómo visualizas la forma de tu espalda o tus piernas tiene una influencia terrible sobre los resultados. Hay que elegir entre bailar como una experiencia o como un enjuiciamiento. Si uno se juzga –“soy bueno en esto, esto lo hice mal”– y hace comentarios sobre uno mismo, no puede experimentar, sentir, inspirarse. Experiencia, sensaciones e imaginación desplazan al juzgamiento.
–¿Cómo creó esta técnica?
–Mi vida dio un vuelco cuando a los dieciocho años fui de gira con el Ballet Limón al Lejano Oriente. Volví fascinada y comencé a investigar en esa filosofía. Estudié Chi-Kung y Tai-Chi. Encontré libros muy antiguos que todavía hoy son mi compañía. Comencé a investigar el modo de encontrar más beneficios para el cuerpo. Más tarde me di cuenta de que las artes marciales y las prácticas de meditación son muy similares a mi técnica.
–¿Podría acercar una definición de lo que para usted es la danza?
–Para mí, la danza es nuestro primer lenguaje, previo a las palabras. Es un retorno al hombre de las cavernas, que danzaba, hacía percusión y cantaba alrededor del fuego para expresarse y compartir experiencias. Es también una escultura en movimiento pero, sobre todo, es una forma de comunicación humana básica.

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Muller creó su compañía, The Works, y su propia técnica.
 
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