ESPECTáCULOS › TELEVISION JORGE KLAINMAN
“Hay que frenar la ola de antisemitas”
Por Julián Gorodischer
Dar testimonio, para él, es “una carga que le concedió su propia historia”. Jorge Klainman (76 años, cuatro hijos) sobrevivió al Holocausto nazi, pasó por los tres campos de concentración más terribles, se escondió en un pozo con 198 cadáveres (numerados obsesivamente en el recuerdo), emigró a la Argentina y vivió para contarlo. Podrán haber pasado muchas cosas en una vida marcada por la huida, la pérdida de su familia entera, el exilio y la vuelta a empezar. Pero lo que prima es la voracidad de “armar relato”: decirlo todo, apresuradamente, en cualquier espacio que se le otorgue para homenajear a los muertos. Por primera vez, la TV le abrió un espacio masivo en horario central (Sobrevivientes, desde enero en América) para no omitir detalles.
En una hora de entrevista a cargo del actor Jean Pierre Noher, Jorge recupera los objetivos que lo movieron a editar un libro (Séptimo milagro, Psicoteca Editorial, 1998): “Confieso que no sólo me motiva a contarlo el amor –dice– sino también el dolor y la furia”. Su intención es siempre la toma de conciencia, para prevenir secuelas de la pesadilla, y pasar la vivencia personal a futuras generaciones. Su incursión en la TV es una forma de trascender a la tirada limitada de su libro, ingresar a la repercusión masiva, imponer a mucha más gente un “alerta” que lo tiene obsesionado: “En Europa está muy presente la ideología nazi que podría dar lugar a una próxima masacre. Sólo falta que aparezca un nuevo Goebbels, y nadie está diciendo nada”.
–¿Qué valor atribuye al relato de su historia personal?
–Después de escribir mi libro me destapé, y me está saliendo todo lo que tenía atragantado por más de medio siglo. Soy un testigo vivo, y tomo sobre mis hombros esa carga, esa responsabilidad. Daré mi visión hasta que no pueda caminar más. La historia personal genera conciencia, y dar ese relato es una forma de homenajear a la gente que murió.
–¿La TV puede ser un aliado para la memoria oral?
–Lo que importa es pasar el relato a las nuevas generaciones, y todas las herramientas ayudan. Hay que frenar la actual ola de antisemitismo en Europa, hay que explicar a los jóvenes todo lo que pasó, y las consecuencias que trae la intolerancia y el racismo. Que incorporen un sentido de la responsabilidad. Yo dedico mi vida a este ideal, regalo mis libros. Me llegan cartas de todo el mundo y me dicen que lo que más llama la atención es “cómo un ser humano pudo estar en compañía de la muerte tantos años”.
–¿Entiende al testimonio como una forma de docencia?
–Hay muchos que escuchan, a 60 años de la rendición alemana, y todavía tienen ignorancia; cientos de miles de judíos que no saben nada del Holocausto. Yo tuve varias agarradas con israelíes que se creen supermachos y preguntan: “¿Cómo no se resistieron?”. O: “¿Por qué fueron como ovejas al matadero?”. De esa forma están cargando sobre las víctimas el peso de la culpa. Mi testimonio (en el libro, en la TV, o ahora mismo) es la obligación de contestarles a los ingenuos o a los que tienen mala fe: éramos esqueletos vivientes. ¿Con qué derecho manchan el sagrado nombre de los seis millones de muertos tratándolos de cobardes? Nosotros, los sobrevivientes, estamos acá para contar: no íbamos a las cámaras de gas como corderos. No teníamos opción. ¡Sépanlo!
–¿En ese punto centró el relato televisivo?
–Yo no puedo explicar lo que siento cuando alguien nos ofende con una cosa así. Y contesto: ¿acaso vos estuviste allá? Por qué miércoles se acreditan el derecho a insultarnos. ¿Quién te dio la atribución, supermacho inflado, de ofendernos?
–¿Pasa también en la Argentina?
–Hay más distorsión en Israel que en la Argentina sobre lo que pasó en el Holocausto. Mi libro es más leído por cristianos que por judíos. Es que elque no lo pasó, ni tiene familiares que vivieron en los campos, tiene un mea culpa que lo obliga a preocuparse. Y además hay datos objetivos que hablan de nuestro nivel de concientización: somos el único país de Latinoamérica que tiene un Museo del Holocausto. Eso no me parece poco.