ESPECTáCULOS › SANTIAGO PALAVECINO
Chacabuco es un viaje de vuelta
El cineasta cuenta cómo influyeron la literatura de Haroldo Conti y su ciudad natal en la creación de su primer film.
Por Horacio Bernades
Es curioso el origen de Otra vuelta, ópera prima de Santiago Palavecino, que luego de pasar por buena cantidad de festivales (el Bafici, Montreal, San Sebastián) se estrenará el jueves próximo en Buenos Aires. Oriundo de Chacabuco, provincia de Buenos Aires, Palavecino se propuso filmar un cuento de su coterráneo Haroldo Conti. Pero terminó filmando algo más cargado de autorreferencia: una película sobre un cineasta que vuelve a Chacabuco para rodar la versión cinematográfica de un cuento de Haroldo Conti. Otra vuelta, entonces, en alusión al regreso del protagonista al terruño. Pero también otra vuelta de tuerca: esa que dio Palavecino, alrededor de la idea original.
Con treinta años recién cumplidos y un título en Letras, como su colega Daniel Rosenfeld, la música fue la vocación inicial de Palavecino. Siguiendo el decurso de la enorme mayoría de jóvenes cineastas argentinos, más tarde recaló fatalmente en la Universidad del Cine que dirige Manuel Antín. A pesar de ese juego de semejanzas, basta conocer a Palavecino para verificar lo poco que encaja en cualquiera de las tipologías conocidas de Joven Cineasta Argentino. Bastante tímido, sumamente discreto, tirando a serio, cuando se larga a hablar muestra un discurso articuladísimo, en el que sin embargo resulta imposible detectar todo rastro de pose o presunción. Si la charla se extiende, puede llegar a exhibir un sentido del humor tan leve e indirecto como el estilo de la propia película.
Filmada en 16 mm y blanco y negro, ampliada luego a 35 mm, se adivina detrás de Otra vuelta la presencia de alguien que se crió a 200 km de Buenos Aires, pero completó su formación en la ciudad. Hay en la película un tempo sosegado y la falta de altanería propios de quien se sabe a varias leguas del ombligo de la Nación. Pero también pueden rastrearse citas, gustos e influencias que van de lo literario a lo musical, y de allí a lo cinematográfico. Sofisticación que, bueno es aclararlo, jamás busca exhibirse a sí misma.
Rodeado de un equipo de técnicos provenientes de la Universidad del Cine y con un elenco que incluye a Valentina Bassi, Roberto Carnaghi, ese icono del cine-FUC que es Federico Esquerro (el hijo del Rulo en Mundo Grúa) y hasta una participación del escritor y crítico literario Martín Kohan, Palavecino filmó Otra vuelta por propia cuenta y riesgo, y ya se encuentra preparando su segunda película.
–¿Cómo surgió el proyecto de Otra vuelta?
–De manera bastante azarosa. En el 2001 gané un concurso que habían organizado el Incaa y Canal 7 para producir telefilms que adaptaran textos de escritores argentinos. Se trata de la misma serie para la que, por ejemplo, Adrián Caetano rodó una versión de La cautiva, de Echeverría. Mi proyecto era una adaptación de un cuento de Haroldo Conti que se llama Perfumada noche. Tenía fecha de rodaje ya asignada para marzo del 2002, pero el tsunami de la caída de De la Rúa arrastró, entre otros, ese telefilm, que jamás se filmó. La situación me deprimió bastante y pensé en aprovechar mi título en Letras para irme del país, un poco con la excusa de un posgrado en Estados Unidos.
–¿Y Otra vuelta, entonces?
–Yo había urdido un guión acerca de lo que se podría llamar “la previa” de Perfumada noche: la historia de un director de cine que está por filmar ese cuento, pero a quien el regreso a su ciudad lo obliga a revisar muchas cosas de su pasado. Lo mandé al concurso que por entonces organizaba la fundación Antorchas y resultó seleccionado, en mayo del 2002. Cuando salió el premio, decidí filmar la película no como si fuera mi primera película sino la última. Quiero decir: sin ninguna clase de especulaciones sobre su viabilidad. Me propuse simplemente ser fiel a mis gustos cinematográficos, y, de paso, probar cosas, “encontrarme” como cineasta.
–¿Cuáles son esos gustos cinematográficos de los que habla?
–No muy originales: Bresson, Godard, Antonioni, Kiarostami, Tarkovski. Esos son los que posiblemente más influyeron sobre la película, aunque tanto como todos ellos me gustan Hitchcock, Woody Allen, Billy Wilder, pero en ese caso no se trata tanto de influencias como de simples gustos.
–¿Qué lo llevó a dar “otra vuelta” alrededor de la literatura de Haroldo Conti?
–Chacabuco, en principio. Muchos de sus cuentos no sólo transcurren en una suerte de Chacabuco mítica, sino que incluyen, además, nombres y personas reales. Entre ellos, un miembro de mi familia materna, músico bohemio y anarco (el personaje que en la película interpreta Carnaghi), que es, además, bisabuelo del actor que elegí como protagonista, José Marsiletti. Así que, de alguna manera, esos cuentos son para mí parte de la historia familiar. Perfumada noche es, en cierto sentido, imposible de filmar; cuenta la historia un poco naïf de un viejo artesano en pirotecnia que se enamora de una chica mucho más joven. Como el viejo es un tímido, le manda a la chica cartas de amor escondidas en bombas de estruendo, que caen en fragmentos por todo el pueblo, en cada fiesta cívica.
–Por lo que cuenta, parecería haber mucho de autobiografía en la película. ¿Hasta qué punto es así?
–La autobiografía entró en la película, pero de maneras indirectas. No es que cuente cosas que me pasaron, pero sí cosas que de algún modo siento muy próximas: la ciudad, los cuentos de Conti, mis familiares, yo mismo.
–¿Cómo fue el proceso de construcción de la película?
–Decidí trabajar con un guión abierto, no del todo concluido, para que la propia película encontrara su verdad durante el rodaje mismo. Quise que todo dependiera de la química que se estableciera entre los actores, y a su vez entre ellos y las locaciones, y entre todo eso y la cámara. Las soluciones de puesta en escena no las da un guión sino la luz que entra por una ventana en el lugar mismo del rodaje, los gestos del actor, los sonidos del ambiente. Un rodaje es una experiencia única, y quería ser fiel a eso. De modo que la película siguió in progress todo el tiempo. Incluso en la etapa de montaje: fue recién ahí que terminé de encontrar la película, en un proceso que duró un año.
–Cuando presentó Otra vuelta en San Sebastián ocurrió algo curioso: hubo gente que acusó a la película de ser “poco argentina”. ¿Qué piensa de eso?
–El argumento era que los temas eran argentinos, pero el tratamiento formal era, supuestamente, “europeizante”. Y eso no se correspondía con lo que, en todo este juego de suposiciones, “debía hacer” un cineasta latinoamericano. ¿Se referirían a que uso música de Beethoven y de Mahler, a que una actriz ensaya La tempestad, de Shakespeare, o a que pueden percibirse influencias de aquellos cineastas que nombré antes? ¿Lo latinoamericano debería ser algo divorciado del resto del mundo, vinculado con la barbarie, lo salvaje? Es todo un sistema de prejuicios, ¿no?
–¿Qué puede anticipar de su próximo proyecto?
–Lo estoy escribiendo. Por el momento se llama Tarde y será otra historia intimista, pero esta vez en colores. Colores rabiosos, espero. Contará unas pocas horas en la vida de cuatro o cinco personas que se ven afectadas por un accidente, que deja a un adolescente al borde de la muerte. La novedad es que esta vez voy a tener productor. Se trata de Cine Ojo, que viene de producir la nueva película de Edgardo Cozarinsky. Les gustó mucho Otra vuelta. Hasta el punto de que se la recomendaron a un montón de gente, y ahora me ofrecieron producir ésta.