ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A ARIEL PRAT Y JUAN CARLOS CACERES
“Rescatamos la historia negada”
Prat vive en España y Cáceres en Francia. Juntos, presentarán en el Festival de Tango el espectáculo Tango milonga de corte murguero, que aborda el género desde otra perspectiva.
Por Cristian Vitale
Juan Carlos Cáceres y Ariel Prat, animadores principales de la sexta jornada del VII Buenos Aires Tango –se presentan hoy en el Teatro Regio–, pertenecen a generaciones distintas. Antes de erigirse como defensor a ultranza de la tradición negra del tango (materializada en discos como Tango Negro o Toca Tangó y en numerosas conferencias sobre el tema alrededor del mundo), Cáceres había pendulado inquietamente entre la pintura y el trombón, entre la quena peruana y la historia del arte, tal vez como fruto de un hecho que lo marcó a fuego: su llegada a la agitada París exactamente el 14 de mayo de 1968, en plena barricada y poco después de haber vivido la “argentinidad existencialista” de fines de los ’50, tal vez más vinculada a la exquisitez pre hippie, made in Europa, que a la cultura orillera de los márgenes rioplatenses. Prat, 24 años menor, de ex cebollita y partícipe del tablón millonario, anudó como pocos una tríada de tronco popular: murga, fútbol y rocanrol. Tríada que lo guió hacia la concreción de tres discos propios, participaciones en trabajos de León Gieco, La Chilinga y Bersuit Vergarabat –a quienes les entregó la bellísima Al olor del hogar– y un exilio al Viejo Continente que lo enfrentó de bruces ante el personaje indicado.
Es que Cáceres y Prat, pese a orígenes encontrados, son parte de una misma cruzada. “Intentamos recuperar los toques negros y olvidados que estaban en el origen del tango, reivindicar algo que pertenece a nuestro patrimonio y que, lamentablemente, está tirado por la calle, aunque recuperado en parte por La Chilinga. Por una alquimia misteriosa, ciertos jóvenes se volcaron hacia la negritud”, sostiene Cáceres. El primer paso, que intentarán revivir esta noche a las 21, lo dieron en la sala Pablo Neruda de la Villa de Bobigny de Francia, cuando Cáceres presentó Tango Negro junto al percusionista africano Ore Lago. “Fue un momento memorable –evoca Prat–; invitado por el maestro, al final me puse a bailar murga y de inmediato subieron varias chicas de Costa de Marfil como si fuera una coreografía montada. Inolvidable.” La idea recíproca es presentarse por separado, Prat con sus murgas porteñas y Cáceres con sus tangos prietos, y confluir luego con invitados de similar linaje: Juan Subirá de Bersuit, Flavio Cianciarullo y María Volonté. “Los últimos discos de ambos –aún inéditos– cierran con la retirada a los viciosos de San Telmo, cantada en mi caso, instrumental en el de él, que seguramente estarán, y temas como Nunca murió el carnaval o José Mármol y Cadícamo, muy aptos para compartir”, informa Prat. Prometen, además, Bar Florida, Yuyo verde y un clásico que seguramente le exigirán a Cáceres: Dársena Sur. “Es un acierto que en este festival haya números como La Chilinga, Buenos Aires Negro y Los reyes del movimiento de Saavedra, murga absolutamente afro, que recupera una vieja tradición barrial”, dice Prat.
–¿A qué aluden con el título Tango milonga de corte murguero, con que presentan el show?
Juan Carlos Cáceres: –Es una alusión a la década del ’40, cuando volvió el auge del tango. Para diferenciarlo de la guardia vieja, se lo llamaba “Tango milonga de corte moderno”. Nosotros le cambiamos la última palabra.
Ariel Prat: –Porque sostenemos que la murga es un reservorio de la negritud. Es el compadrito espiando al negro y sacando sus pasos.
–Hay un hecho que no se puede soslayar: la presencia de la negritud en la cultura disminuye cuando desaparece el grueso de la población negra por factores como la guerra de la Triple Alianza, la fiebre amarilla, etc.
J. C. C.: –Yo aclararía que se extingue pero nunca muere, porque en los ’40 todavía hay negros candomberos en Argentina. No muchos, pero hay. Existe un eslabón en Castillo, pero también en Sebastián Piana con Piana y su orquesta Candombe. Persistieron ciertas tendencias a través de Lumuto o Donato. La percusión estaba integrada, aunque es cierto que el único que persistió en el tiempo fue Fresedo. Hace 4 años, la sociedad Africa Vive me convocó para hablar del tema y una de las integrantes había sido bailarina de Castillo. Le pregunté si conocía el tango negro y me confesó que sí, pero que lo bailaban sólo en familia, algo que después me contó el negro Facundo Posadas. Me dijo que de chico había visto bailar tango a un grupo de negros, descalzos, en la Casa Suiza. Pero era algo privado.
–¿Ustedes se asumen como continuadores de la tradición cultural negra en Argentina?
J. C. C.: –A mí me plantea un problema esto, porque en el mundo entero me preguntan sobre el tango negro y esto es un elemento polémico. En Lisboa, en Canadá, en donde sea me despacho a gusto, pero en verdad me gusta el tango en general. De hecho, en un mismo año grabé dos cd opuestos: uno bien negro y otro con música de cámara, con el París Gotan Trío, donde homenajeamos a Pugliese e interpretamos clásicos de los ’30 como Mal de amores o Sollozo. Yo pongo el acento sobre el tango negro, porque es el pariente pobre de la historia.
–¿Qué opinan del estado actual de la murga en Argentina?
A. P.: –Yo quiero rescatarla frente a la opinión de Coco Romero, que el otro día dijo que los corsos son pobres y de nivel bajo. No es así: los corsos de Flores, Villa Urquiza o La Paternal hoy superan el millón de personas y la gente se divierte mucho. Me parece bien además que exista una ordenanza que legitime la actividad murguera, porque era muy vergonzoso que al murguero, por el solo hecho de serlo y de estar en la calle, se lo llevaran preso.