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El presidente que hay
Por Mario Wainfeld
El formato del discurso de ayer no es el que mejor se adapta al estilo del Presidente. Néstor Kirchner no es, de por sí, un orador lujoso pero luce mejor en la tribuna donde (aun a riesgo de ser estridente) puede desplegar su énfasis y su pasión. Le cuadra más que el tono institucional del balance leído de su gestión. La exposición resultó así entre templada y fría. Los aplausos sacudieron el decibelímetro menos que en otras ocasiones.
Aunque morigeró, merced al tono, su costado más belicoso, Kirchner no se privó de algunos gustos. Comenzó con el vocativo “pueblo de mi patria”, henchido de reminiscencias de la retórica nac&pop. Retomó la famosa frase de Nicolás Avellaneda de pagar deuda ahorrando sobre el hambre y la sed de los argentinos para fulminarla y declararla cosa del pasado, en línea con la tradición revisionista y en colisión con la versión liberal-oficial de la historia argentina. También prodigó palos a los “gurúes”, “pitonisas” del neoliberalismo. Dedicó un minúsculo epigrama (“algún breve ministro”) a Ricardo López Murphy. Para allá, para lo que él juzga que está a su derecha, fueron las invectivas más fuertes. También las hubo para quienes le disputan el espacio de centroizquierda. Sin menciones precisas fue claro que fustigaba a Elisa Carrió cuando se diferenció de los que son “espectadores y comentaristas de la realidad”, aquellos que “simplemente critican y todo lo saben”.
El núcleo duro de su presentación fue el balance económico laboral. Los indicadores de crecimiento, reservas y empleo encabezaron (a fuer de centrales) la reseña de lo hecho en su gestión. El fin del default fue anunciado sin estrépito pero con aire de satisfacción. La discusión con las empresas concesionarias de servicios públicos fue postulada claramente como el advenir de una nueva etapa. Kirchner se mostró allí como le gusta hacerlo. Como un negociador firme y convencido, que se sienta a la mesa desde posiciones duras. Como un gobernante no dogmático en materia de posiciones estatistas o privatistas, pero no temeroso de revertir concesiones al área del Estado. Los elogios al Correo Argentino (que deben haber sonado más gratos en los oídos de Julio De Vido que en los de Roberto Lavagna que no es ni socio ni simpatizante de la reestatatización) fungieron de señal para las contrapartes. Dicho como nota al pie, fue sutil la mención al mucho mayor peso que tienen en los medios las pautas publicitarias de las empresas extranjeras o del sector financiero, comparándolas con la polemizada publicidad oficial.
La nueva agenda centrada en la pulseada con las privatizadas fue el núcleo percibible de un discurso cuya frondosa parte restante constituyó un collage de reseñas de gestión de los distintos ministerios. Es usual que así sea pero acaso esta vez la pluma de Carlos Zannini, que suele dar (cuando menos) la traza final a las presentaciones de Kirchner, no pudo o no quiso unificar el estilo. Sin entrar mucho en detalles fue palmario que las presentaciones de Economía, Trabajo y Derechos Humanos (las áreas centrales del éxito actual del Gobierno) fueron más conceptuales y despojadas que las de Infraestructura y Desarrollo Social. Los ministerios comandados por Julio De Vido y Alicia Kirchner se mostraron detallistas, prolíficos en números y en reseña de acciones y programas. Quienes los ensalzan dicen que son hiperquinéticos y productivos. Quienes los cuestionan los señalan como puntillistas, tacticistas, magros en mirada estratégica. Quizá todos tengan su parte de razón.
El pleno de las Cámaras no fue eufórico con el Presidente, lo que pudo ser un mensaje. Kirchner se esmeró en destacar la colaboración del Parlamento y (sin reconocer ni mencionar que eso está en arduo debate) dio por hecho que el Congreso participará intensamente en la política del año en curso. Miguel Pichetto y José María Díaz Bancalari seguramente blandirán esos párrafos ante los integrantes de sus bloques, ese oficialismo justicialista que acompaña las iniciativas de Kirchner con su proverbial disciplina ... pero que se siente poco estimado y hasta ninguneado desde la Rosada.
El personalismo que cuadra a la figura presidencial ha transformado a Kirchner en un protagonista, por conocido, previsible. Su Bic en ristre para firmar libros oficiales deja de ser sorpresa para convertirse en un gesto esperado. La retórica de Kirchner tampoco sorprende ya. Pero sigue siendo del caso puntualizar que aparecen en su discurso tópicos infrecuentes en boca de quienes fueron sus precursores como mandatarios de los argentinos. El énfasis en la redistribución del ingreso, las invectivas contra los genocidas, las loas a “las Madres y las Abuelas” de Plaza de Mayo. El Presidente añadió, a la pasada pero sin trepidar, un elogio al Espacio de la Memoria.
Kirchner mentó la autocrítica aunque fue más para pedírsela a la derecha vernácula que para ponerla en acto él. Su alusión al episodio Southern Winds sonó a “cierre político” del caso. Aunque el Presidente puso de resalto la gravedad de la corrupción pareció clausurar la etapa de las búsquedas de responsabilidad política. Endosó el tema a los tribunales. Ricardo Jaime, el (con buenas razones) cuestionado secretario de Transporte, habrá escuchado con alivio ese tramo.
Hora y media habló el Presidente quien llegó con (para él)inusual puntualidad. Estaba apremiado por los horarios pues debía asistir a la asunción de Tabaré Vázquez en Uruguay. Buenos tiempos le han tocado a Kirchner, de crecimiento económico y rebrote de gobiernos progresistas en este Sur. Es un buen mar para navegar y más vale que el hombre está conforme de cómo lo viene barrenando. Ayer dejó una sensación que ya es recurrente: que no va a cambiar mucho de acá en más. Leyéndolo, apenas, entre líneas pareció decir que no va a alterar sus convicciones ni va a frenar lo (bastante) que viene haciendo bien. Y que no está urgido por meter mucha mano en los defectos de su propia tropa y de su propia gestión.