ESPECTáCULOS › PAPPO CUMPLIRIA HOY 55 AÑOS Y SPINETTA LO RECUERDA ASI
“Angel y demonio a la vez”
El Flaco y el Carpo compartieron historias y zapadas en los comienzos del rock nacional. Ahora Spinetta, conmocionado por la muerte de su amigo, habla de él: “Era todo garra y swing”.
Por Cristian Vitale
En Spinettalandia y sus amigos, su primer disco solista, Luis Alberto Spinetta había incluido dos temas de Norberto Napolitano: Era de tontos y Castillos de piedra. Por un error nunca aclarado, la compañía que editó ese disco, muy experimental y grabado en apenas 30 horas, no le reconoció a Pappo la autoría. “Carpo me hizo escuchar esos temas y pidió que los cantara, y por eso los incluí. Ya los tenía armados. El bajo lo tocó él mismo. Ese disco es una experiencia con no-músicos, por así decirlo, excepto por esos arrolladores riffs de Pappo, quien siempre fue el autor de esas dos músicas y letras, pero que la editorial me las atribuyó durante años. Yo jamás volví a cantarlos. Son geniales”, recuerda Spinetta ante Página/12. Aquellas dos canciones –más la grabación de El parque, que compartieron con Black Amaya y Pomo en el primer disco de La Pesada– reflejan el momento más álgido de la relación entre ambos.
Es sabido que el Flaco no es muy afecto a dar notas y menos aún si la temática es el pasado, pero la muerte de un viejo amigo, de un guitarrista a quien siempre admiró –aun en sus momentos más distantes–, lo conmovió. “Me quedo con lo más lindo de él, con el ángel de su guitarra”, dice. Se conocieron a fines de los ’60 en La Cueva y profundizaron su relación en una casa que el sello Mandioca había alquilado en Mar del Plata. Después llegaron zapadas, anécdotas en común y un vínculo que tuvo sobresaltos –la guitarra, regalo de Luis, que Pappo dio en forma de pago por una Les Paul en Madrid o el sopapo del Carpo a su ahijado Lucas Martí–, pero que nunca pasó de eso. “Sin rencores, pienso que eventualmente hasta Lucas, como otro gran violero que es, le perdona todo, como todos lo hicimos ya. Dios ya le pidió que bajara el volumen, pero después, al escucharlo un ratito, no le dijo nada más y sonríe, porque lo tiene cerca.”
–¿Cómo conoció a Pappo?
–La primera vez que lo vi fue a través de una foto de Los Abuelos de la Nada. En esa foto se lo ve con el pelo revuelto, llamando la atención a lo Frank Zappa. Ya estaba bien ubicado. Luego lo conocí en La Cueva de Rivadavia. Cuando lo escuchamos tocar, con Emilio (Del Guercio) y Edelmiro (Molinari) no lo podíamos creer. Era todo garra y swing.
–¿Qué recuerdos lo impregnan de esa época?
–Los primeros son de Mar del Plata, de la casa que Mandioca alquiló para las bandas que tocaban en su propio boliche. Manal, Moris, Miguel Abuelo y las zapadas geniales de todos. Con Emilio y Pappo, Gabis, Javier Martínez, Alejandro Medina y otros aprendimos códigos inolvidables. Pappo es un actor excepcional. Con Pappo y Del Guercio improvisábamos obras de teatro del ridículo. En un segundo nos caracterizábamos y empezaba la obra. Nos sacaba del libreto, nos hacía reír y no aguantábamos más.
–¿Cómo lo definiría?
–Pese a lo diferentes que pudimos llegar a ser en nuestra madurez, fuimos bastante unidos en aquella época. Te hacía reír antes de saludarte, un constante payaso loco. Norberto era una persona genial. Angel y demonio a la vez, y así será siempre. Cuando se es así, cosas como las violas eléctricas se convierten en esclavas de tus instintos. Por eso toca así. Siempre que voté, lo voté como mejor violero.
–¿Es cierto que estuvo por ser el primer bajista de Pappo’s Blues?
–Eso no es demasiado exacto, porque Pappo ya tenía tríos que duraban lo que él quería. Yo me enloquecía tocando bases con la viola rítmica para que él zapara, para escucharlo tocar frente a frente. Si sólo había una guitarra horrible, él igual la agarraba y la hacía de goma. Luego, si aparecía Pomo, y había equipos y todo, alguien tenía que tocar el bajo y así se armaba bien. Pero era obvio que el bajo, si éramos sólo nosotros tres, me correspondía a mí. Hicimos el trío Tórax, donde tuve que armar temas que yo pudiera tocar con el bajo. Hacíamos grandes espacios para que Pappo se despachara. Una masa. A veces tocaba el Hammond o algún pianito y era un mago. Sin saber nada, sabía todo. Te tocaba un trino blusero, te hacía reír y sonaba muy bien...
–¿Cuánto se enojó cuando cambió la guitarra que le había regalado? Es uno de los mitos de la historia del rock argentino.
–En su momento fue una desilusión muy grande, digamos. Pero duró lo que un gas en una canasta. Aunque el siguiente encuentro ya tenía marcado el peso de esa circunstancia vivida, luego era sólo anécdota. Nunca dejé de considerarlo el mejor violero de rock, antes y después de la anécdota.
–¿Cuál es la instantánea que le viene del momento en que grabaron juntos El parque para el primer disco de La Pesada?
–No me acuerdo muy bien. A mí no me agradaba mucho Billy Bond, pero era una constante que todos pudieran pasar por allí y tocar. No sé cómo evaluarlo ahora, porque no lo volví a escuchar. Pero tocar o cantar con Pappo siempre era bueno. Acá o en el más allá, siempre voy a estar haciéndole la base.
–El siempre habló con respeto sobre usted, pero opinaba que lo suyo, después de Pescado Rabioso, no era rock sino “un estilo propio”.
–Creo que tiene razón, porque para él, que es un blusero, lo que yo hacía en Almendra se escapaba de eso y, en definitiva, nunca quise quedarme en ningún estilo en particular.
–¿Qué pasó entre ustedes después de esos intensos momentos?
–Una vez tocó con Spinetta Jade en el Astral. Tocamos Digital Ayatollah, que es muy complicado. Como no teníamos tiempo, yo le dije: “Cuando viene la base, vos tocá en fa sostenido”, que en realidad no es un tono muy usual. Generalmente hay que poner un capotraste. Pero Carpo no dudó un instante. Ya sabía todo y se tocó la vida. Un encuentro genial. Luego en los camarines, para festejar, hizo uno de sus famosos “sospechoso” estirando su mandíbula inferior hasta formar una especie de “cantero semicircular” para luego verter cerveza que chorreaba por entre sus dientes. Hizo de fuente humana y moríamos de risa. Otra fue hace algunos años. Tocábamos en San Isidro y fue a la prueba, quiso tocar y así fue. La rompió. Y después, en unos estudios gigantes en Miami, durante los ensayos del desenchufado Estrelicia, se acercó mientras tocábamos Mi sueño de hoy, que es un tema “jazzero”, agarró una viola y se tocó todo. Todos lo escuchamos. Fue bárbaro.