EL PAíS › HOPENHAYN, ECONOMISTA DEL PLAN FENIX

“El Estado tiene herramientas”

 Por Martín Granovsky

Al economista Benjamín Hopenhayn, nucleado entre los heterodoxos del Plan Fénix, no le preocupa una inflación anual de un dígito si a la vez el Estado opera sobre las empresas y usa sus armas monetarias o fiscales para que no haya disparada de precios.
–En el mundo ya no se usa la inflación alta, ¿no?
–Solo ante procesos de devaluación como la crisis rusa o la implosión argentina. Estadísticamente durante el uno a uno vivimos una alta estabilidad institucional y una muy baja inflación. Pero se trataba de una inflación reprimida porque el tipo de cambio estaba reprimido. Entonces, cuando se produjo la explosión del 2001 sufrimos una enorme devaluación con un proceso inflacionario. Pero después no hubo hiperinflación como habían previsto los gurúes de la ortodoxia económica.
–Sin embargo, inflación hubo.
–Sí. No híper. En el 2003 bajó y en el 2004 tuvimos una inflación razonable. Recuerde que en el 2004 el compromiso del acuerdo con el Fondo fijaba un 7 por ciento anual y la cifra final fue menor, de entre el 5 y el 6 por ciento.
–¿Cuando usted usa la palabra “razonable” está diciendo que un poco de inflación no viene nada mal?
–Digo que no hay que asustarse. ¿Qué es la inflación cuando está en niveles razonables? Un ajuste de precios que resulta en una cierta alza generalizada de precios.
–¿Y en qué momento el peligro está cerca?
–El último trimestre la inflación aumentó un tres o un cuatro por ciento. Si tenemos en cuenta que en el 2004 aumentó menos de lo previsto, y entonces tal vez podamos tener un poco más en el 2005.
–¿Por qué podría haber más inflación?
–Una vía es el ajuste de salarios, que perdieron un 60 por ciento en la inflación del 2002. Otra vía son los ajustes de tarifas, parte de una negociación más amplia. El Gobierno anticipó que algún aumento habría. Con esa presión uno razonablemente tiene que esperar una inflación mayor que en el 2004. Se reduce el ejército industrial de reserva, como diría el viejo Carlos...
–¿Marx?
–Marx. A menos desocupados, aumenta el poder de negociación de los trabajadores.
–Pero aparece como un reflejo el miedo a la híper aunque no haya ninguna híper en el horizonte.
–Lo peor no es ese reflejo, sino la reacción de los que manejan los precios. Aumentan el fantasma para aumentar precios. Y la verdad es que si acá hay un precio atrasado, es el del trabajo. El rendimiento del capital en los últimos años ha sido espectacularmente alto.
–Vuelvo al reflejo. ¿De qué me sirve el aumento de salarios si la inflación lo come?
–Pero de eso se trata la puja distributiva, de la pelea entre sectores para que la inflación no termine con su sueldo. Obviamente hay un peligro de inflación no razonable en esos casos, y por eso es fundamental la recuperación de la autoridad del Estado. Tiene herramientas. Debe usar su política monetaria y otras armas. En mi opinión el instrumento más importante es el régimen tributario, pero un funcionario del Estado puede llamar a un empresario y decirle que no exagere con un aumento.
–El principio diría así: la autoridad del Estado es un Estado con teléfono.
–Me acuerdo que en la estabilización del gobierno de Raúl Alfonsín el presidente del Banco Provincia era Aldo Ferrer. Un día llamó a una láctea de las grandes y le dijo al gerente: “No aumente los precios y tendremos una buena actitud con el crédito que usted tiene con la institución”. El proceso de negociación para el canje de la deuda demostró que el Estado siquiere puede ponerse firme y operar. Cuentan que don Raúl Prebisch hacía llamar a otro que decía: “Mire que el gerente se va a enojar mucho...”.
–Volvamos a lo razonable. Déme un número.
–Una inflación del 5 por ciento en el 2005 no me molesta. No me preocuparía mucho una inflación de un dígito. Significaría solo un reajuste de precios relativos. Por encima del 10 me empezaría a inquietar, porque tendría que recurrir a herramientas monetarias y ésas son muy dolorosas. Y no le estoy hablando del monetarismo, el paradigma que privilegia la estabilidad como condición para el pleno funcionamiento del libre mercado. Los monetaristas sostienen que así el mercado no queda desorientado por los precios y puede asignar recursos sensatamente. Con el triunfo del paradigma monetarista la inflación llegó al 2 por ciento, es cierto, pero el desempleo aumentó. Y en la Argentina todo fue aún peor. Con el golpe neoliberal de mediados de los ’70 se empezó a privilegiar más la apertura. Los ortodoxos argentinos superaron incluso a Milton Friedman, padre del monetarismo, al endiosar la no intervención del Estado y la autorregulación de los mercados.

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