ESPECTáCULOS › UN ENCUENTRO DE SEMANA SANTA EN LAS RUINAS JESUITICAS
Frente a la historia de San Ignacio
Lito Vitale Quinteto, Opus Cuatro y la Orquesta Folklórica, el Ballet y el Coro de la Universidad Nacional de la provincia le pusieron sonido y emoción a un encuentro que llenó la antigua plaza de armas de las ruinas con un público atento y emocionado.
Por Karina Micheletto
Desde San Ignacio
Desde hace cinco años, la Semana Santa es la fecha elegida para una serie de encuentros musicales que forman parte de una suerte de ritual compartido en las ruinas de San Ignacio Miní, al sur de la provincia de Misiones. Esta vez, las paredes gruesísimas de aquel pueblo que soñaron los jesuitas, y que resisten allí como testimonio de un proyecto trunco, pero también de la vida y la muerte de miles de guaraníes, volvieron a transformarse en el escenario privilegiado de un Jueves Santo de música argentina. Por allí pasaron Lito Vitale Quinteto, el grupo vocal Opus Cuatro, la Orquesta Folklórica de Misiones, el Ballet de la provincia y el Coro de la Universidad Nacional de Misiones, dirigido por Emilio Rocholl, investigador de la música jesuítica, que protagonizó un momento especial: interpretó un tema misional anónimo, el mismo que cantaban miles de indígenas en esta reducción trescientos años atrás, en una noche como ésa.
La gente comenzó a llegar temprano, muchos cargando sillitas plegables que resultaron necesarias para una capacidad colmada y, por supuesto, termo y mate en mano, infaltable equipamiento tratándose de un público en su mayoría misionero. Hacia la noche se llenó lo que alguna vez fue la plaza de armas, el centro geográfico del pueblo que soñaron los jesuitas, alrededor del cual se levantaban las distintas construcciones: el templo mayor, con baptisterio y sacristía, el cementerio, el cabildo, la casa de las viudas “coty-guazú”, el colegio, la casa de los padres y las “tiras” de viviendas de los indígenas con sus dobles galerías. A esta altura, el de Semana Santa en San Ignacio es un encuentro tradicional, que reunió en ediciones anteriores en este mismo escenario a gente como Ariel Ramírez con su Misa por la paz y la justicia, Víctor Heredia, Chango Spasiuk, Jairo, la Camerata Bariloche, el padre Julián Zinni, Mariana Carrizo y Claudia Pirán, entre otros.
Quizá la fecha religiosa, el marco de las ruinas jesuíticas, esa imponente entrada a la iglesia iluminada detrás del escenario, hicieron que entre el público se percibiera una respuesta especial, de mucho respeto y predisposición para la escucha. La noche terminó con una ovación y un bis del Gloria de la Misa Criolla de Ariel Ramírez, interpretado en conjunto por Opus Cuatro, Lito Vitale y el Coro Universitario. Antes, los Opus Cuatro habían interpretado el Kyrie de la Misa Criolla, esa obra poderosa y perdurable de Ramírez, también junto a Vitale, su quinteto y el coro. Y otros temas de procedencias múltiples: Vasija de barro, una obra colectiva de un grupo de músicos y poetas reunidos en Ecuador, inspirada en un cuadro de Guayasamín, Piedra y camino, Digo la mazamorra, Recuerdo de Ypacaraí (coreado por el público) y La flor de la canela, entre otros. En su larga historia, el grupo vocal ha trabajado más de una vez junto a Lito Vitale, y en la noche de San Ignacio se cruzaron constantemente, igual que con el coro de la UNAM. “Por la fecha y por el lugar, éste es un lugar muy especial para actuar”, destacó Marcelo Balsells, tenor de Opus Cuatro. “Aquí, desde que se levantaban hasta la noche, los guaraníes hacían música. Y todos recibimos aquel legado impregnado en las paredes.” A su turno, Lito Vitale se presentó con su nuevo quinteto, integrado por músicos jóvenes. Entre su repertorio presentó dos temas nuevos, Antes de la razón, con jugados arreglos, y El principio del cielo. El final, por supuesto, fue con Ese amigo del alma.
El director del coro universitario de Misiones, Emilio Rocholl, es un investigador de la música misional, tiene un doctorado en arte y su tesis doctoral fue precisamente sobre el tema. Junto al coro que dirige, realiza un trabajo de rescate en base a los manuscritos que guarda el único archivo que conserva este tipo de material, en Concepción de Bolivia (ese territorio formaba parte de la Gran Provincia Jesuítica del Paraguay). En las ruinas de San Ignacio, el coro interpretó el canto Padre Jesucristo, el mismo que se entonaba aquí, como en tantas otras misiones, para la procesión de una noche como la del jueves. El texto del manuscrito original, en lengua chiquitana, fue traducido al guaraní. Los jesuitas escribían estas obras con un objetivo claro: utilizarlas como medio de evangelización, y no como parte del rito o del esparcimiento, como en las grandes urbes. Por eso, explica Rocholl, aparecen tantas repeticiones, o se incorporan palabras en latín, y se cantan una y otra vez para que queden fijadas. Y, también por eso, casi todo el material hallado es anónimo: no importaba quién escribía, sino para qué. El repertorio del coro también seleccionó otras obras de la Semana Santa americana: una de la colonia portuguesa en Brasil, escrita por José Mauricio Nunes García a principios del siglo XIX, Judas mercator pessimus, y el negro spiritual Calvary.
La actuación del Ballet de Misiones tuvo una cuota extra de emoción de sus integrantes: se trata de un ballet creado hace dos meses, el primero oficial de la provincia. Debutaron en las ruinas jesuíticas con una coreografía sobre música de Claude Debussy, Danzas sagradas y profanas. Hubo abrazos y llantos entre los jóvenes bailarines del ballet cuando bajaron del escenario. La Orquesta Folklórica de Misiones, dirigida por Juan Carlos Costas (también bandoneonista), y con los solistas Patricia Silvera, Tucho González y Ethel Avellaneda, interpretó, entre otros, la galopa Misionerita (que es el Himno provincial, y que como tal es cantado en todas las escuelas de Misiones después del Himno Nacional) y Posadeña linda, recientemente nombrada “canción oficial” de la capital de la provincia. Una provincia donde la música está tan presente como el agua de los ríos que la rodean, donde se multiplican músicos y autores de chamamés, galopas, chamarritas, polcas, rasguidos dobles, valseados, y donde siguen surgiendo grupos jóvenes como Los Arrúa & Compañía o La Cortada, entre tantos otros, que asumen los legados culturales para interpretarlos desde el hoy.