ESPECTáCULOS › CARMEN GUARINI Y UN “MEYKINOF” MUY PARTICULAR

“Mi objetivo era reflejar la intimidad de una crisis”

La realizadora de Tinta roja desnuda el rodaje del nuevo film de Cozarinsky.

 Por Julián Gorodischer

En pantalla se la escucha incómoda, hasta irritada. Ella, Carmen Guarini, hace tiempo que filma documentales que intentan poner en crisis el cruce entre realidad y ficción. Hacia allí, otra vez, se dirige en su película Meykinof, que se estrenará el próximo jueves en el marco del inminente Bafici: ésta es la revisión de un género, el llamado “Making off”. Si éste suele ser apenas un producto de mercado que parasita el éxito de una superproducción, Guarini quiso hacer todo lo contrario: una película autónoma sobre un film independiente de bajísimo presupuesto. Eligió relatar el rodaje de Ronda nocturna, de Edgardo Cozarinsky, para indagar en su propio rol como cronista en el mundo. El relato formula una pregunta tras otra y se convierte en un ensayo sobre el oficio de mirar. Como cronista antipática, ella interrumpe la filmación, corta el mambo, se incomoda en la escena sexual, duda de todo y de todos, reclama su autonomía de cineasta (no sólo ser un parásito de otra filmación...). Y reivindica otros nombres para su propio género.
–Esta es Carmen –la presenta Cozarinsky, en la película– que está a cargo del making off...
–Meykinof –rebate ella, para hacer nacer el título.
Meykinof se diferencia de un making off más convencional en su falta de respeto al aparato promocional que se suele asociar al género. Nació para empujar el estreno del film de Cozarinsky, pero su objetivo es disparar debates sobre cómo y qué mirar. La voz de Guarini acompaña las escenas del rodaje de Ronda..., e inaugura a la cronista vacilante, un insólito observador que queda detenido en su propio dilema, se resiste al elogio al director y a la trama, se deslumbra hasta la inmovilidad por la historia que cuenta su maestro: de taxi boys acosados por fantasmas de viejos amantes en fondito nocturno de ciudad de Buenos Aires. Además de dudar, Guarini mira impostando la distancia de antropóloga (“porque es la única vía para restituir al objeto...”) pero encantada de estar cerca de un viejo conocido. “El es un ensayista que en La guerra de un solo hombre o en Crepúsculo rojo siempre pensó sobre cómo la ficción y la realidad no ocupan lugares estancos.” El se sentó a ver Meykinof a sabiendas de que sería una ofrenda poco convencional, que explicita las crisis del equipo, las dificultades de filmar con cartoneros y taxi boys reales... “Es raro, es raro...”, dijo al terminar.
–Yo no tenía certezas sobre la ficción, ni sobre los modos de construcción de la realidad –dice Guarini, en la entrevista con Página/12–. Mi búsqueda personal es en el terreno de la ausencia de límites, allí donde las fronteras se confunden.
–Su tipo de cronista es ingrato: siempre está de más, fuera del clima de los otros...
–Sobre todo me sentí de más al comienzo. A veces, tomar distancia es imprescindible para que se corporice el objeto. Por mi formación de antropóloga, siempre tengo presente ese juego entre extrañamiento e inserción. La distancia ayuda a entender qué sucede en un tiempo y un lugar.
–¿Logró rebelarse a la pauta promocional prevista para todo making off?
–Las reglas de la promoción no ayudan al encuentro entre las personas. Y yo no quería caer en ese estereotipo de ver a actores y director intercambiándose halagos. Pero a la gente le cuesta salirse de eso, incluso el protagonista (Gonzalo Heredia) no podía correrse del código del elogio.
–Su tipo de cronista, además, es parasitario de Cozarinsky, como parte de un género nacido de la dependencia a un original.
–Estaba subordinada, pero nunca quise poner en crisis el relato del otro. Mi objetivo no era desnudar un defecto, pero sí reflejar la intimidad de una crisis. Me interesó cómo él trabajaba la figura de los cartoneros, cómo los registraba, ¡los notaba! El logró correrse de ese acostumbramiento tan común a las situaciones de catástrofe. Eso tan feo que nos pasa. Ya no nos interrogamos por esas personas, no las sacamos del paisaje urbano.
El aporte de Meykinof pasa por su revisión de las técnicas del documentalista. Carmen Guarini, que antes dirigió Tinta roja e Hijos, el alma en dos, desconfía de los lugares comunes del realismo, se rebela ante el artificio de la entrevista periodística. Prefiere infiltrarse, o hacer un sobrevuelo en el que la noten poco, y revelar “la puesta en escena que es toda realidad”. Eso se ve en su última película: ella plantea un seguimiento de seis semanas, siempre por las noches, al equipo de Cozarinsky, sin permitirse nunca formar parte de la alegría o el air desaforado frente a la escena sexual en albergue transitorio, limitada a las afueras por definición.
–¿Su karma?
–Si no interactúo tanto como querría, es porque yo soy la que filmo. ¡Tengo la cámara encima... todo el tiempo!

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Guarini dice que “tomar distancia es imprescindible”.
 
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