ESPECTáCULOS › “UN DIA DE SUERTE”, LA OPERA PRIMA DE SANDRA GUGLIOTTA
Sobreviviendo a la realidad
Premiada en el Forum del Cine Joven de la Berlinale, “Un día de suerte” expresa de una manera muy sincera y directa el estado de ánimo de una generación y de un país. Por su parte, “El hombre araña”, de Sam Raimi, hace del vertiginoso comic una historia de amor imposible.
Por Luciano Monteagudo
Hay algo premonitorio, un cierto “aire de época” en Un día de suerte, la ópera prima de Sandra Gugliotta, que hizo que el film llegara en febrero pasado al Forum del Cine Joven de la Berlinale (donde ganó el premio Caligari) como si se hubiera filmado a partir de los acontecimientos del 20 de diciembre. De hecho, el film de Gugliotta tomó como punto de partida los cortes de luz del verano de 1999 que sacaron a la gente a la calle y que prefiguraron los cacerolazos y las asambleas barriales de los últimos tiempos. A partir de la intensidad de las imágenes y los sonidos de ese momento –las fogatas que iluminaban las esquinas, los helicópteros de la policía que sobrevolaban las plazas– Gugliotta construyó un relato que se hace cargo de una Buenos Aires arrasada por la desesperanza, la incertidumbre y la desocupación, una ciudad sumida en un permanente estado de desasosiego y movilización.
En ese contexto, Elsa (Valentina Bassi) no sabe muy bien qué hacer de su vida. A su edad, que es la de los sueños, pareciera que ya no tiene nada por delante. A duras penas se gana la vida con unas changas, cualquier cosa. Puede ser repartir volantes en plena calle, como se ve en la secuencia inicial, que habla a las claras de la alienación de la ciudad. O “truchar” una encuesta que le encarga Alejandro (Claudio Gallardou), un vivillo típicamente porteño. O, llegado el caso, por qué no, negociar psicofármacos y, de últimas, cambiarlos por unos porros. Todo es al día, provisorio; nada es alentador, pero aún así Elsa tiene un cierto optimismo natural, una alegría espontánea que parece haber heredado de su abuelo siciliano (Darío Vittori, en un registro sobrio, muy logrado, que fue su última actuación).
La realidad puede ser hostil y el futuro negro, pero Elsa se siente contenida dentro de su grupo de amigos: Walter (Fernán Mirás), que nunca termina de decirle lo que siente por ella; Laura (Lola Berthet) que funciona como un cable a tierra; Toni (Damián De Santo), que es capaz de poner algo de humor en los momentos más grises. Tal como deja en claro Un día de suerte, no parece haber lugar para ellos ni para muchos de su edad hoy en la Argentina. Es por eso quizás que el recuerdo caprichoso de un fugaz novio italiano impulsa a Elsa a tomar una decisión a ciegas: viajar sin nada a Roma y luego a Sicilia, haciendo el recorrido inverso al que alguna vez hizo su abuelo, cuando llegó al país escapando de la miseria.
Un día de suerte es un film con alzas y bajas, con algunos momentos que funcionan magníficamente, como aquellos que comparten los cuatro amigos y algunos de sus conocidos, por ejemplo ese ansioso “dealer” de barrio que pinta bien Nicolás Mateo. Hay en la película una sensación muy particular de tiempo presente, intensa, vívida, que se repite también en las secuencias callejeras, pero que se pierde en ciertos apuntes costumbristas un poco fuera de tono, como las efímeras incursiones de Mario Paolucci y Gogo Andreu. El tramo italiano también puede parecer quizás demasiado colorido, pero nunca llega a empañar los méritos de la película, que pasan por otro lugar. Con una cámara siempre cercana, siempre solidaria con suspersonajes, el film de Gugliotta es capaz, por sobre todas las cosas, de expresar de una manera muy sincera y muy directa el estado de ánimo de una generación y de un país.