ESPECTáCULOS › EL DIRECTOR SERGIO BELLOTTI HABLA DE SU TERCER
LARGOMETRAJE, “LA VIDA POR PERON

“Yo también fui un perejil en los años setenta”

El realizador de Tesoro mío y Sudeste se retrotrae a los años de brasa y narra, a partir de una novela de Daniel Guebel, un operativo montonero delirante, como muchos de aquella época. “Los pibes quedaron totalmente huérfanos cuando apareció la dictadura, la gente común quedó en la clandestinidad sin protección, ni sabía cómo moverse”, dice Bellotti.

 Por Mariano Blejman

Primera aclaración: La vida por Perón no es un documental. Aunque su nombre pueda sugerirlo, es una atrapante ficción que transcurre el día que muere Juan Domingo Perón, el 1º de julio de 1974. Segunda aclaración: no es una película peronista. Tercera: no es una película gorila. Es una película de ficción. Hecha esta salvedad –necesaria cuando un trabajo intenta esbozar una crítica sobre los años ’70, y sobre todo cuando la crítica se dirige hacia conducciones peronistas–, La vida por Perón, de Sergio Bellotti (que se estrena el próximo jueves), apuesta a la ironía.
Después de la historia “oficial” que se contó durante los ’80 (necesaria después de años de dolor), y la historia “documental” de fines de los ’90, el cine no se había animado a contar la vida cotidiana de esa época, mezclando el humor y la sensación de locura vivida en esos años, cuando los montoneros cantaban por Perón, Evita y la Patria Socialista. Bellotti es un verborrágico ex militante de izquierda (lo de “ex” podría llegar a ser un eufemismo), que intenta un acercamiento sincero con sus “amigos montoneros”, dice, sin que eso signifique un rasgo de discriminación (por eso del “amigo judío, amigo gay”, aclara). La película pasó por el Festival de Toulouse y está basada libremente sobre el libro de Daniel Guebel, con guión y actuación de Luis Ziembrowski y la participación de Belén Blanco, Cristina Banegas y Esteban Lamothe.
El argumento es algo así: el día de la muerte de Perón, el conscripto Alfredo Alvarez se entera sorpresivamente de que falleció su padre. En el curso del velorio de Don Pedro Ignacio Alvarez, Alfredo y su familia se convierten en involuntarios prisioneros de una organización de izquierda peronista que planea realizar una operación “misteriosa” en un intento delirante para tomar el poder.
–¿Por qué apostó por el humor?
–Quería hacer un juego sobre lo que pasó el 1º de julio de 1974, el día que murió Juan Domingo Perón. Se puede ver esa película teniendo en cuenta que después hubo 30 mil desaparecidos, que después reventaron cuadros importantes. Y que no estaríamos así, tan vacíos de cuadros, sino hubiese sucedido la dictadura. Pero quería retratar una acción militar, con los códigos de la vida cotidiana de esa época.
–Es un poco una rareza su película, no es muy común que haya humor en un tema político como éste...
–Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, abre una manera de contar con humor en la política. Esa película filma en el ’73 lo del ’56. Es una película de época de esa época. En este caso también estamos filmando algo 31 años anterior. Tiene los códigos de esa época, además de ironizar un poco sobre los modos de proceder, de hablar. Pero no es bufarrón, no me río de la gente. Está absolutamente corrida de la historia.
–¿Se mete en el interior de la militancia?
–Estamos atravesados por el peronismo. Puedo discutir con todos, no rompas más las bolas. Puedo tener discusiones políticas con los peronistas. Si tengo que remarcar que fui militante de izquierda pero tenía grandes discusiones tácticas con Montoneros, lo hago. El asunto es que cuando ampliaron la base política todo fue más pesado. Fueron devorados por las masas. Incluso aun cuando les dieron cinco o seis ministerios no supieron qué hacer. La película cuenta un operativo militar. Pero hay que ser riguroso: no se puede confundir entre las FAP, las FAL y las FAR.
–¿Cómo es el asunto del peronismo de izquierda?
–Gracias a eso se amplió la base de militancia peronista. Lo de Evita y la Patria socialista no era joda. Los Montoneros proponían una Patria socialista en serio. Esto que sucede en la película es ficción pura, pero podría haber sucedido tranquilamente en alguna casa argentina. Incluso hubo hechos mucho más disparatados que éste. Algunos me preguntaban por qué no exageré más. Pero no quería hacer la gran comedia argentina. Todo lo contrario. La militancia combativa no es una gran comedia. Daniel Guebel hubiese hecho una comedia. Pero la novela es otra cosa.
–¿Y usted en qué lugar de la militancia se coloca?
–Yo fui un perejil. Sé lo que es ser un perejil. Creo que es una ofensa muy grande ridiculizarlos. El asunto es que es violento describir lo que sucede: Luis Ziembrowski y yo sabemos lo que es ser un perejil. El padre del conscripto era un reaccionario, un sindicalista. Uno se preguntaba qué hacían los tipos con ese muerto en la sala, parecido a Perón, con un grupo de personas que utilizaban la palabra “compañero” y que usaban órdenes militares como “subordínese”, todo entre pibes de 20 años. Son pibes que quedaron totalmente huérfanos cuando apareció la dictadura. Que quedaron sin protección. La gente común quedó en clandestinidad sin protección. Ni sabía cómo moverse...
–¿Cómo vivió esa época?
–Iba a un colegio agrícola que tenía 700 hectáreas y 400 cabezas de ganado. En un momento tomamos ese colegio entre todas las organizaciones militantes. Era bastante pesado, porque se trataba de un lugar que se autoabastecía. No era sólo una toma escolar. Teníamos que tomar decisiones y andábamos de fierro. Como éramos de la izquierda, si teníamos discusiones con la conducción montonera nos ninguneaban. Eramos los perejiles de las organizaciones. Ellos eran los montoneros y se acababa la historia. Sinceramente, había una gran soberbia, era difícil poder dialogar cuestiones tácticas. Me hago cargo de que se trata de una crítica hacia los movimientos de independencia argentinos.
–Pero trata de no quedar como un gorila...
–Ese es un problema. Porque el peronista sigue ninguneando al opositor. Hay muchas cosas que están mal hechas. Pero el peronismo siempre está en campaña. No sé si el pueblo es peronista, pero es obvio que hay que reconocer muchas cosas. Antes de la llegada de Perón los trabajadores estaban masacrados. Laboralmente estaban tratados como la peor basura. Las leyes más progresistas de los últimos cincuenta años aparecieron durante la época del primer Perón y él las puso en vigencia. Pero ya no creo en los partidos únicos. Será una cuestión de experiencia militante. Yo creí en un Partido Revolucionario, y así terminaron los partidos únicos.
–¿Y por qué apostó al humor?
–En La vida por Perón la película está pulida, pero conviven dos registros. Es una relación entre dos mundos. En Operación Masacre conviven dos mundos: el del ’45, con la Resistencia Peronista posterior aunque es filmada en los años ’70. En el caso de La vida por Perón, los padres de estos militantes han “sufrido” la bonanza del peronismo. Es cierto que, durante años, los peronistas fueron los más perseguidos. En la última dictadura, los montoneros fueron los que más víctimas tuvieron. Pero en ese momento, en el ’73, la generación de la Resistencia del ’55 no entendía verdaderamente qué pasaba con los pibes. Sin embargo, no importaba demasiado qué hacían: si eran jóvenes y peronistas, algo de razón podían tener. Como sea, estos pibes también se cargaron unos cuántos: si fuiste un traidor, te fusilamos. Eso también pasaba.
–¿Por qué eligió esa estética?
–La película tiene iconos de la militancia, la ambientación está trabajada a conciencia. Quería retratar la luz de la calle. Esa textura triste, ese verde opaco, el color del tubo fluorescente, además de usar algunos guiños chistosos como el uso del vino Pángaro, el Toro, que era rico en esa época. No sé por qué, pero se podía tomar. La madre tiene una cosa un poquito resentida con Eva. En el film dice que era una morocha arrepentida. Puede ser ofensiva, pero no tengo ninguna culpa.

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Cristina Banegas integra el elenco del film, que también incluye a Luis Ziembrowski y Belén Blanco.
 
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